Libertades siamesas

Libertades siamesas

Hubo un tiempo en que los periodistas de “la nueva izquierda norteamericana” solían mencionar a los poetas rusos partidarios de la revolución bolchevique. Citaban a menudo a Vladimir Mayakovsky y a Sergio Esenin. Este último se había casado entonces con Isadora Duncan, bailarina y coreógrafa Norteamericana, creadora de la danza moderna. Tanto Esenin como Mayakovsky se suicidaron; el primero en 1925, el segundo en 1930. Ambos fueron, primariamente, artistas; poetas comprometidos con una revolución social, pero eran “hombres de letras” que no podemos calificar bajo el rótulo de “políticos de profesión”. Los dos suicidios se atribuyeron, en primer lugar, al temperamento de esos artistas; no a las decepciones producidas por el curso de la revolución.

Al leer en la mañana de ayer el periódico “Hoy”, topé con las expresiones de otros dos rusos connotados, en este caso verdaderos políticos: Vladimir Putin, actual Presidente de Rusia, y Mikhail Bakunin, el celebérrimo revolucionario anarquista. Según noticias procedentes de Moscú, Putin “promulgó ayer una ley que prohíbe el uso de palabras malsonantes en los medios de comunicación, piezas teatrales y películas, espectáculos y conciertos, y en los libros y las obras de arte”. Quiere decir que esta ley pretende suprimir, autoritariamente, la existencia de las malas palabras. De este modo queda “reglamentada” toda la cultura. Literatura y poesía deberán entrar en una camisa de fuerza.

Es imposible extirpar de la vida las “palabras gruesas”. A pesar de que casi todas las malas palabras terminan siendo interjecciones convencionales, que pierden poder expresivo por el exceso de uso, ningún artista es capaz de prescindir de la grosería, de la vulgaridad, que caracteriza la vida cotidiana de los grupos sociales marginados. No me gustan las malas palabras; las empleo lo menos posible. Pero prohibirlas en obras de teatro, películas y libros, es volver a “la cultura dirigida”.

Ese camino lo recorrieron ya los nazis; y fue fatal en la antigua Unión Soviética. Desemboca en el intento de crear un “ministerio de la poesía”, que imponga un corselete a los artistas. Bakunin sentenció: “la uniformidad es la muerte; la diversidad es la vida”. Los verdaderos artistas creadores siempre preferirán la libertad. Boris Pasternak intuyó que libertad artística y libertad política eran siamesas.

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