AL QAA, Líbano, (AFP).- Una veintena de hombres armados entran en la destartalada construcción que albergaba, no hace tanto tiempo, un establo para ganado. Son jóvenes libaneses a punto de cruzar la frontera que acuden en ayuda de sus «hermanos sirios» para derrocar al régimen de Bashar al Asad.
No superan los 30 años y viajan pertrechados con chalecos repletos de cargadores. Cerca de Al Qaa, en el valle de la Bekaa (nordeste de Líbano), se toman un respiro.
En el interior de la granja, colocan las armas y sus bolsas contra la pared. Esperan unirse al Ejército Sirio Libre (ESL), integrado sobre todo por desertores. Tumbados sobre colchones para robarle algunas horas al sueño; beben agua o untan un poco de pan en varias latas de sardinas y atún que han abierto y que se van pasando unos a otros.
«Vamos a cruzar la frontera camino de la ciudad de Idlib; ahora mismo el Ejército Libre está tratando de recuperar la ciudad y necesitan toda la ayuda que sea posible y por eso vamos nosotros», afirma Abdel Hakim en un inglés bastante aceptable. Como el resto de sus compañeros, este joven libanés de Belbek lo ha dejado todo para combatir en Siria.
Por motivo de seguridad, prefieren no dar su verdadero nombre. «Yo antes trabajaba en una tienda de teléfonos móviles, con lo que he podido ahorrar me he comprado un antiguo Kalasnikov en el mercado negro y diez cargadores de munición», señala Bilal, que se atreve a chapurrear unas palabras en español. «Correcto, amigo», afirma con una enorme sonrisa en la boca.
«Es la primera vez que salgo fuera de Líbano y va a ser para luchar en Siria. Tengo miedo por las cosas que veo en la televisión, pero estoy preparado para morir si es la decisión de Alá. Para mi familia sería un honor que me convirtiera en un mártir de la revolución Siria; son nuestros hermanos y por eso acudimos en su ayuda», añade.
«Yo vivo en un pueblo afín al (movimiento islamista prosirio) Hezbolá; allí todos apoyan al presidente Al Asad y decir lo contrario puede suponer buscarte un montón de problemas», dice.
«Líbano está jugando un papel importante en lo que ocurre en Siria; cierran las fronteras, persiguen a todo aquel que apoya al Ejército Sirio Libre y los milicianos chiitas cruzan la frontera con total libertad para combatir al lado del gobierno sirio; y va siendo hora de que las cosas se igualen», sentencia.
«Vamos a Siria para luchar en la yihad (guerra santa) con nuestros hermanos sirios y derrocar al tirano Al Asad. Ya que la Comunidad Internacional ha decidido no hacer nada y permitir que continúen las matanzas contra la gente inocente, tendremos que ser los propios musulmanes los que acabemos con el problema», comenta para la AFP Osama Salem, el más religioso del grupo. Mientras escucha el Corán a través de su móvil, Osama Salem pasa las cuentas de un rosario.
«Luego diréis que en Siria está Al Qaida luchando o grupos de integristas islámicos; pero si están es sólo por vuestra culpa (la de los Occidentales), por permitir que Bashar Al Asad continúe en el poder matando gente», espeta mientras se atusa la barba y mira con desconfianza al extranjero.
Junto a este grupo de jóvenes, comparten cuarto varios sirios que viven en la zona de Aarzal y que huyeron hace meses refugiándose en Líbano.
«Todas las familias sirias que viven en Aarzal tiene uno o dos miembros luchando junto al Ejército Sirio Libre», afirma Zaid. Según este joven, es habitual que las familias sirias residentes en Líbano aporten dinero para poder comprar armas en el mercado negro.
«Usamos ese dinero para comprar armas a los soldados de Bashar Al Asad. Compramos desde rifles de asalto hasta (granadas) RPG pasando por granadas de mano, pero ahora necesitamos comprar armamento pesado y misiles para inutilizar los tanques y los helicópteros», relata.
«Un Kalasnikov está bien para matar gente pero no hace nada contra un blindado», explica. «Aquí no nos ayuda nadie, Ni Catar ni Arabia Saudí nos dan dinero para comprar armamento o munición; sólo nos ayudan con comida», se lamenta.
Poco a poco la noche y el sueño van ganando la batalla a estos milicianos. Las voces comienzan a apagarse. En un par de horas cruzarán la frontera y algunos de ellos quizá no vuelvan a pisar su país… Pero ahora, duermen tranquilos.