¡Líbrenos Dios!

¡Líbrenos Dios!

 PEDRO GIL ITURBIDES
Quedé anonadado apenas leí el titular de este diario. ¡Estamos considerando la posibilidad de generar energía a partir de un reactor nuclear! ¡Dios nos coja confesados! Porque no hemos sido capaces de darle mantenimiento a generadores termoeléctricos, sino cuando están listos para desparramarse sus piezas, y atenderemos planta tan peligrosa. ¿Lo creerá alguien en el país?

Eduardo Sagredo estudió ingeniería nuclear en el Instituto Tecnológico de Massachussets, en Estados Unidos de Norteamérica y sueña con un aparato de fisión nuclear que produzca electricidad. Cuanto acabo de escribir antes, se lo he repetido a él mil quinientas noventa y dos veces. Y le pongo muchos otros ejemplos, incluido aquél de los centrales azucareros del que hemos hablado, este diario y nosotros, por estos mismos días.

Puerto Rico que es Puerto Rico inició la instalación de una planta con tecnología estadounidense detrás del proyecto, y más tarde lo abandonó.

Sagredo estaba feliz con los puertorriqueños, pues iba a poner en ejecución sus conocimientos en este proyecto boricua. Casi lloró cuando fueron suspendidos los trabajos.

En los días en que Cuba contaba con patrocinio de la desaparecida Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, comenzó una construcción similar. Este intento, del que Fidel habló durante ocho horas en un discurso radiotelevisado, quedó a medias cuando se derrumbó el imperio soviético. Y por supuesto, los Castro han tenido que ocuparse de la comida de sus súbditos antes que de novedades como la energía nuclear. Permítanme, sin embargo, conjeturar que los rusos no apoyaron del todo el proyecto por lo mismo que Máximo Gómez le dijo en Montecristy a José Martí, sobre el carácter de los cubanos. Lo más interesante es que países de Europa se han puesto plazo cercano para abandonar la generación eléctrica atómica. Alemania decidió cerrar en forma paulatina sus reactores atómicos, a más tardar en 2025. Todos los países del viejo continente promueven la llamada energía limpia. Quiere suplir los elevados requerimientos del imprescindible fluido, sustento del progreso moderno, sin daños ecológicos. Los alemanes están produciendo biodiesel desde hace años, y mantienen en las calles vehículos de transporte colectivo movidos por este combustible.

También ellos están preocupados por el precio de los combustibles fósiles. Tienen la ventaja de que en algunas naciones, España y Alemania, verbigracia, tienen campos enormes de producción eólica. Los españoles, además, hace años que se abrazaron a la hidrogeneración, y suplen porcentajes importantes de sus necesidades a partir de estas instalaciones. Por supuesto, hemos de admitir que los españoles tienen generación nuclear.

Al igual que los alemanes, sin embargo, están tratando de desprenderse de esas instalaciones.

Nosotros, que no somos capaces de disponer de manera adecuada de cuatro botellas vacías, seis fundas plásticas y cuatro cáscaras de plátanos, en cambio, estamos pensando fajarnos con los desechos nucleares. Los estadounidenses, que tozudamente han desechado ratificar acuerdos mundiales de defensa del medioambiente, muestran preocupación por el destino final de esos desechos atómicos.

Propongo, pues, a la luz de estas superficiales disquisiciones, que pensemos en un reactor atómico el día que me digan por dónde andan los molinos del Ingenio Río Haina. En mis vacaciones escolares, años ha, solía caminar por ese ingenio, y ver a sus mecánicos desarmar tachos y molinos, para rearmar poco después. Las masas de estos últimos eran llevadas, desde allí, y desde todos los demás centrales, hasta los Astilleros Navales Dominicanos. Marinos dominicanos con reconocidas destrezas mecánicas, recomponían estos aparatos hasta dejarlos como nuevos.

Pero más tarde, hasta los diques de los Astilleros desaparecieron, como dejamos herrumbrar los buques de la marina mercante. Todos fueron a formar parte del lote de hierros viejos con que Samuel Hazard se topetó en el camino real de La Vega a Santiago de los Caballeros en 1870. Curioso, se detuvo a observar aquella férrea estructura. Al preguntar a algunos lugareños, le dijeron que era parte de un molino de arroz, propiedad de un “americano apellido Lancaster”, que lo había abandonado.

Poco antes Pedro Francisco Bonó le había pedido a Buenaventura Báez que el Gobierno Dominicano invirtiese en uno de esos molinos para pulir arroz en el nordeste. Por suerte, éste no le hizo caso a aquél, pues de otro modo se habrían acumulado otros tantos hierros viejos en esos montes, en donde el viajero acucioso encuentra tractores agrícolas descompuestos y abandonados porque les falta una piecesita de ochenta pesos.

Recemos con fe. Hagámoslo con pía unción para que este anuncio del embajador de Argentina en la República Dominicana no pase de ser sino mera propaganda en instantes de crisis de producción eléctrica y de altísimo precio del kilovatio. Porque si la mente que concibe el proyecto se decide con la pasión con que se ha acometido la obra del tren subterráneo, ya podremos decir, ¡sálvanos Señor!

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