¿Libres del pecado?

¿Libres del pecado?

Desde que abracé la comunicación como medio de expresarme y difundir ideas – pronto serán cinco décadas – entendí que podía aportar a la sociedad lo aprendido en una familia de educadores, enseñanzas forjadas en el techo materno.
Jamás me arrepentiría de lo que he logrado en este oficio tan incomprendido y mal pagado, en una nación que adolece de tantas lagunas educacionales.
De los que me antecedieron en el ejercicio aprendí que debemos luchar para que nuestra nación evolucione, se transforme y logre superar las tantas inequidades e iniquidades que lastran un atraso que ya data de más de 55 años.
Trujillo desapareció de nuestro escenario, pero muchos aún en República Dominicana evocan apasionadamente a ese señor de “horca y cuchillo”.
El tiempo ha pasado y continuamos echando las culpas de nuestros grandes males a los gobiernos de turno, ignorando el poder que le hemos otorgado mediante el libre ejercicio de nuestro voto. En cambio, aplaudimos sus exenciones fiscales graciosas, sus empleos y asesorías parasitarias bien remuneradas, sus concesiones de viviendas impagables y un largo etcétera, cuando en lo personal somos beneficiarios de las manos prodigiosas del Estado.
La corrupción es tan añeja como la instauración de la República, y son numerosos los casos y los personajes atados a esos crímenes, en perjuicio de la patria y del contribuyente dominicano.
La política ha sido desde siempre un trampolín para el ascenso social y económico sin méritos acumulados. Ello no justifica, empero, la impunidad que nuestros gobiernos han permitido.
En el pasado, un cargo público otorgaba licencia para el porte de un arma y un guarda-espalda. En estos tiempos, constituye un visado para el disfrute de canonjías y el enriquecimiento rápido no sancionado.
Con Danilo Medina he tenido apenas dos o tres encuentros – hará unos 22 años – siendo él para entonces presidente de la Cámara de Diputados, y yo en calidad de representante de una multinacional a la que serví con orgullo.
Danilo no creó las bases de nuestro subdesarrollo, ni fomentó la ambición personal enquistada en el ADN nacional. Y esas indeseables ataduras históricas no se extirpan por Decreto.
La nación necesita de hombres y mujeres enfocados en el bien colectivo, en iniciativas que tiendan al progreso del terruño, para que algún día se imponga la equidad en un país que carece de justicia social y dignidad para todos.

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