Libro de familia español: ¿ficción o realidad?

Libro de familia español: ¿ficción o realidad?

MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
Hará cosa de tres años, mi esposa y yo efectuamos nuestro más reciente viaje a España. Ella, española hija de padre y madre españoles republicanos (Don Emilio Aparicio Martínez y Doña Antonia Blanco Montes), que emigraron y se radicaron en nuestro país a consecuencia de la trágica guerra civil que flageló a la nación española y por tanto, provista de pasaporte español; yo, un simple dominicano, portador de un pasaporte dominicano, debí someterme al riguroso procedimiento de obtener una visa para viajar a «nuestra madre patria».

Debo admitir que la Embajada de España me concedió el «privilegio» de otorgarme una visa que me permitiría salir y volver a entrar a España para visitar otro país europeo cualquiera, pero solo por una vez. La gentil y afable persona que en la embajada nos atendió en esa ocasión, nos comentó que con la presentación del «libro de familia», se simplificaba sustancialmente el trámite del visado y además se podría obtener una visa válida por varios años para ingresar a España y los llamados «Estados Schengen».

Tanto mi esposa como yo, ignorábamos que existiese algo como «un libro de familia» vigente en un mundo en pleno proceso de globalización. De todos modos, tras informarnos que su emisión normalmente requeriría alrededor de cuatro meses, y que en nuestro caso, por habernos casado en Washington y nuestro primer hijo haber nacido allí, y que el expediente debía ser remitido a la Embajada de España en aquel país para su debida verificación, exigiría una demora adicional no especificada; supusimos que luego de la entrega de la documentación requerida y debidamente aceptada por la embajada española, a lo sumo en el término de unos seis meses tendríamos en nuestras manos el deseado «libro de familia». Nuestra solicitud con toda su copiosa (y costosa por la necesaria cuantía de certificaciones oficiales) documentación anexa, fue sometida y satisfactoriamente aceptada por la embajada mediante el comprobante No. 3639 de fecha 16 de diciembre de 2005.

No obstante, por no haber recibido noticia alguna de la Embajada de España, en fecha 18 de febrero del presente 2007, mi esposa volvió a dirigirle a esa representación, una nueva comunicación recibida el día 19, que en su segundo párrafo decía: «En vista de que el tiempo transcurrido desde esa fecha sobrepasa por mucho el tiempo estimado por ustedes…tardaría aproximadamente tres o cuatro meses en ser recibido, me permito solicitarles que se investigue la situación de mi solicitud y se me informe el estado de la misma, para en caso de necesitar algún documento o explicación adicional pueda proceder en consecuencia». Nueve meses después y a casi dos años de haber iniciado la formal solicitud del «libro de familia» sólo hemos recibido de la Embajada, la callada por respuesta.

Mis lectores pensarán no sin cierta razón que me estoy valiendo del privilegio de utilizar el medio de prensa para exponer un asunto de índole personal; pero detrás de la apariencia está la cuestión de fondo: ¿cumplen de hecho las embajadas su rol representativo de la democracia liberal que en apariencia suele regir en sus respectivos países?

En nuestro «mundo globalizado» de hoy, las Embajadas («con excepcionales excepciones», valga el neo barbarismo) operan como agencias para los grandes negocios en las que el reconocimiento de los ciudadanos «de a pie» es avasallado por el del «caballero» corporativo. Vales no por lo que en esencia realmente eres, sino por lo que circunstancialmente representas. Sin apoyo corporativo, para las embajadas de hoy, eres nadie.

La diplomacia entre pobres y ricos va adquiriendo el novedoso cariz de bordear los canales institucionales tradicionalmente establecidos. Hoy los embajadores recurren a los medios de comunicación evadiendo los ministerios y cancillerías, lo cual ha originado agrias desavenencias y conflictos con autoridades e instituciones locales. Personalmente lo considero beneficioso en un país que como en el nuestro, lo que se dice suele ser una brutal distorsión de la realidad que se calla.

m.gomezpieterz@yahoo.com

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