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“Sin la revolución no serían celebridades”

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El presidente del Instituto Cubano del libro, Iroel Sánchez vino a Funglode a hablar del libro en Cuba, el único  país de América en el que la demanda de libros supera la oferta y dispone de un catálogo literario envidiable.

Escritores y obras podrían existir, sostiene, pero que no habrían alcanzado la fama internacional que han tenido sin la Revolución Cubana

Todo lo que tiene que ver con Cuba crea una expectativa. En el mundo literario, la más difundida ha sido la cantidad de libros y obras que no pueden circular, publicar o leerse allá.

Iroel Sánchez, el presidente del Instituto del Libro Cubano lo niega y sostiene que “nosotros tenemos una política abierta, inclusiva”.

Como ejemplo, nos pone que entre las obras publicadas con motivo del 50 Aniversario de Casa de las Américas y la Revolución Cubana, se publicaron varias antologías con autores que han sido críticos de la revolución.

Entre los incluidos en La Ínfula Fabulante, editado por el crítico Alberto Garrandés, destacan  Guillermo Cabrera Infante (“En el gran ecbó”) y Reinaldo Arenas (»El cometa Halley»), solo por citar dos autores de probado éxito literario y de sostenida oposición  a la Revolución Cubana y a Fidel Castro.

Sánchez Espinosa destaca que esa antología y otros intentos que se han hecho antes han despertado quejas de los autores o de sus herederos.

“Las editoriales cubanas, siempre que tenga un valor literario, o sea algo que aporte a nuestra cultura, se publican. Muchas veces es al revés. Muchas veces son los que reaccionan en contra, en otras ocasiones”, explica.

En el caso de Ínsula Fabulante, los herederos de Reinaldo Arenas, que han protestado antes, no lo hicieron, pero Miriam Gómez, la viuda de Cabrera Infante, sí “nos amenazó, ¿sólo es un cuento, qué daño puede hacer un cuento?, económicamente”.

En el caso de “En el gran ecbó”, Cabrera Infante lo publicó cuando vivía en Cuba.

Mientras muchos escritores cubanos desde el exilio -y hasta de sus testamentos-, establecen que no sean publicados en Cuba, hay muchos otros escritores que sí, lo desean, y que inclusive “donan sus derechos”.

Entre estos, está José Saramago, Gabriel García Márquez, Nadime Gordimer y muchos otros “que en reconocimiento al lector cubano, renuncian al dinero. El dinero no lo es todo”.

Iroel Sánchez Espinosa explicó que a diferencia de otros países, en los que los escritores se quejan de falta de lectores, en Cuba el problema “no es que se vendan, sino que podamos producir tantos libros como la demanda que tenemos”.

Esa demanda tiene que ver con dos cosas, una la gran cantidad de profesionales que formado el sistema -más de un millón-, y el precio del libro que “democratiza el acceso al libro. no es un precio prohibitivo para los más humildes”.

La circulación de los libros es constante, primero a través de la red de librerías y segundo con la feria del libro de la Habana que dos semanas después de celebrarse se pasea por las principales cabeceras de provincias y que incluye festivales en las montañas, con novedades literarias y los escritores incluidos.

Escritores y revolución

Antes del 1959, Cuba tenía dos grandes escritores: Alejo Carpentier, que ya había publicado en México “El reino de este mundo” y Virgilio Piñera que publicó “La carne de René”, en Buenos Aires, explica Sánchez.

“Los escritores cubanos no tenían editoriales para publicar sus libros, muchos de ellos tenían que pagarse las ediciones, esa es la realidad. Y, muchos de ellos no vivían en Cuba, ni eran conocidos por el pueblo cubano, ni eran leídos masivamente”, continúa.

“La Revolución les dio la oportunidad de tener un lector y publicar”, asegura.

Expresa que esos escritores y esas obras no existirían si en Cuba no hubiera habido una revolución “a lo mejor fueran grandes escritores, pero no tendrían la estelaridad que alcanzaron”.

Cuenta que hay muchos autores cubanos residentes en la isla que reciben propuestas editoriales que implica que estos tomen determinadas posiciones políticas “hostiles a la revolución para ser publicados fuera”.

“Las editoriales foráneas les piden ese tipo de textos o los ignoran olímpicamente. Es más fácil colocarse y trascender asumiendo una hostilidad hacía la revolución, que simplemente haciendo una obra literaria seria”, afirma.

A eso le suma el hecho de que los medios de difusión “en nuestra lengua, no están en manos de gente que simpatiza por Cuba”.

Y, que es en estos medios donde aparecen las reseñas de los libros, donde se entrevistan a los autores “hay una especie de censura mediática para la literatura cubana que convierte en invendibles los libros que no comulguen con esas posiciones, pocos editores se atreven, pero no porque estén en contra de Cuba, sino porque pierden dinero”.

Democracia y espíritu

Cuando le preguntamos a Iroel Sánchez, qué sacrifica el gobierno cubano -nos pidió no utilizar la palabra régimen “no me gusta”-, por tener una producción literaria tan grande.

 “Nosotros tenemos una sociedad que coloca a la persona en el centro, a las cosas que tienen que ver con su integridad. Pensamos que el espíritu es lo único que puede crecer infinitamente, sin dañar ni quitarle a nadie”.

Es con ese desarrollo espiritual  que han logrado tener tantas figuras cimeras en el deporte, cultura, arte y salud. “Es que es un sistema en el que todo el que tiene un talento, lo puede desarrollar. Nadie se queda fuera de la oportunidad, por pobre que sea  o distante que viva”.

En el caso de la salud, a propósito de la gripe Ah1n1, dice que con una población preparada se puede enfrentar mejor cualquier desafío “tu vas a un hospital en Cuba y nadie te pregunta cómo tu piensas, ni si tienes una cuenta corriente para atenderte”.

Considera una incongruencia hablar de democracia en un país analfabeto “no puede haber democracia en una población analfabeta, donde no se incluya la educación, está la mejor arma para manipular a la gente”.

“Democracia, ¿ es donde unos pocos puedan ir a la universidad y la mayoría no sabe leer? Eso es una falacia”, sostiene.

Iroel Sánchez estuvo en la feria del libro del país en el 2002, vino para coordinar los preparativos de la feria del 2003 que se le dedicó a su país.

Sintió en ese momento, como ahora, una gran simpatía del pueblo dominicano por Cuba y un “deseo de abrirle un espacio a nuestra cultura y literatura”.

Preguntado sobre la diferencia entre ambas ferias, contestó que “son realidades diferentes. Yo creo que aquí hay una gran preocupación por convertir la feria en un espacio de participación popular”.

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