Libros I, II, III, IV, V

Libros I, II, III, IV, V

ROSARIO ESPINAL
Ayer se te olvidó recoger los libros. Los guardé todos en secuencia: el primero que leíste, el segundo que despreciaste, el tercero que rompiste, el cuarto que disfrutaste y el quinto que no compraste. Reposaban en silencio, se miraban entre ellos; no se parecían en nada, sólo que te esperaban en hilera angosta, rodeados de precipicios y sombras.

Reinaba la tempestad en el espacio circundante. La brisa soplaba crujiente, penetraba todos los rincones y la pesadez del ambiente presagiaba delito.

Los libros no se percataban, eran simples transeúntes en aquella mesa destartalada, donde su destino era cada vez más incierto.

Podrían ir al cielo o al infierno, o tal vez al purgatorio; pero no al limbo que será abolido por decreto superior para impedir que se amontonen allí refugiados en estado de indefinición.

Recordé el primero que leíste. Se trataba de un amor pasional, que nunca comenzó ni terminó, quedó inconcluso, indeciso, indescifrable.

El personaje central gritaba desesperado cada madrugada, exactamente a las cuatro y cuarenta y cinco, justo después de las primeras tonadas de gallos.

Según la insolente historieta, la soledad es la mejor compañía. Así no hay confrontaciones entre dos, ni tres, ni más de tres; sólo angustias y desesperaciones internas, tan fuertes, que podrían detener hasta la lluvia y los rayos de sol.

El segundo fue más preciso. Una narración de lo posible, la certeza, la firmeza, los valores y las tradiciones.

Tal vez por eso lo despreciaste. Hacías alardes de transgredir los límites, soñabas con la libertad, hablabas constantemente de ella, proclamabas poseerla; pero nunca pudiste explicar en qué consiste vivir al margen de los demás o a pesar de los demás.

Por años lo pregunté, hasta que un día te negaste a responder. Era obvio, no tenías argumentos para convencer.

Arremete, no condenes; era lema en verso de aquel tiempo. Pensar era superfluo, el torbellino era intenso e impedía descifrar ideología alguna en las fallidas explicaciones.

El tercero fue un desastre. No lo toleraste; te molestó su insistencia, la obligación de ser, las reglas precisas, el juicio infinito.

Ya sé, el orden y la perfección no eran tu predilección.

Aborrecías las obligaciones, alucinabas. La vida no podía ser tan injusta para someter la humanidad a la repetición constante, la monotonía perenne, a respirar el aire aburrido de paisajes desolados, pero sobre todo, a la renuncia eterna del placer.

A través de la lectura, se sentía de manera estridente la palpitación de la gente, que se movía apresurada y triste, voluble y estable, tierna y amarga.

Gente que llenaba espacios que no ocupaba, espacios que permanecían vacíos, donde ni el sol ni la luna estaban, ni la tierra ni el mar se juntaban, simplemente deambulaban.

El cuarto fue especial. Palabras imprecisas, sin orden entendible, lógica abstracta sin concreciones, caos sin razones, perversidad continua, alteraciones.

Era una pileta para suspirar, o tal vez un barril vacío, o una calle sin fronteras, donde algún día, quizás, aparecería alguna idea para reconciliar tantas adversidades y confrontaciones.

Pero sonaban insistentemente los tambores con retumbes de cueros sostenidos que impedían reflexionar. No era música, sólo sonidos incoherentes e incongruentes que alteraban los sentidos; sensaciones que empujaban sin destino.

El quinto se quedó en la nota de mi bolsillo, en la librería donde los comprabas. Es el mejor de la serie dice el librero. El personaje central es un ser invisible, sin emociones ni pasiones, sin placeres ni razones.

Pensé muchas veces comprarlo porque siempre es posible encontrar, aún en lugares inimaginables, una receta saludable, una alternativa aceptable.

Salí a buscarlo y de repente quedé atrapada en una multitud que presenciaba los efectos de un atraco.

La desesperación se apoderó de mí. No era noticia de periódico, ni una escena en la televisión. Estaban ahí los muertos y heridos, los vehículos, la ambulancia y la policía.

Me dije para calmarme: recuerda, no hay tiempos reales; ni del que hablo, ni del que me hablan, ni el que imagino, ni el que esperamos.

Así logré reponerme, moverme, caminar unos pasos, confirmar el episodio, escuchar llantos, tocar la tristeza.

Luego pensé, cuando concluya el incidente y se calme su impacto en mi ser, buscaré el quinto de la serie. El optimismo es recomendable aún en medio de las adversidades.

Ya leí cuatro y el quinto promete ser un ejercicio inigualable de la imaginación sin posibilidad de concreción.

Seguía soplando la brisa fuerte y comencé a imaginar el horizonte. Me sacudí, hablé con la gente, vi un rayo de sol, después dos, respiré, y de repente se nubló.

En ese instante sonó el reloj. Quedé tiesa, pensé en los sucesos ocurridos, en los desenlaces posibles, en el intrigante quinto libro, en el siguiente, y en tantos sueños que arropan sorpresivamente las madrugadas.

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