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Héroe de Constanza a los 18 años de edad

<STRONG>LIBROS<BR></STRONG>Héroe de Constanza a los 18 años de edad

ÁNGELA PEÑA
Era un adolescente  cuando se enteró de los planes expedicionarios de Enrique Jimenes Moya y no vaciló en integrarse al Ejército de Liberación que se entrenaría en Cuba. En el campamento “Mil Cumbres”, Pinar del Río, celebró sus 18 años con jugo de naranja agria, sus compañeros y una guitarra.

Ya antes Leopoldo Jiménez Nouel se había convertido en coordinador de la Unión Patriótica Dominicana, en Caracas, porque sus aspiraciones juveniles estaban concentradas en la libertad de su pueblo.

Pocos dominicanos le conocieron pues, de los pocos años que vivió, los últimos los pasó en Venezuela y Cuba. Su ejemplar valentía no ha merecido el reconocimiento de otros mártires del 14 de Junio de 1959. Jiménez Nouel, no obstante, era orgullo y admiración de sus entrenadores y camaradas por el ardor con que abrazó la causa, el empeño que ponía en las duras prácticas, la decisión con que abordó la nave que lo trajo a Constanza.

Al acercarse junio, sin embargo, una madre llora en Caracas al hijo tierno al que no puede visitar en su tumba porque entre 67 restos localizados en San Isidro, donde fueron torturados los valientes soldados, no se encontraron huellas de Leopoldo. Doña Luz Hortensia Nouel de Jiménez vio a su primogénito por última vez en febrero de 1956, sumida ya en profunda y delicada crisis, presintiendo la determinación del aguerrido retoño. Leopoldo, preocupado, “le prometió no irse aún, pero le pidió de corazón su bendición pues ya la decisión estaba tomada y de igual manera partiría con otro grupo”.

Supo del apresamiento y el suplicio porque le vieron en el local del Partido Dominicano en Jarabacoa los viejos conocidos que compartieron en su niñez el ordeño de vacas, las pescas en el río, los trotes a caballo y los recorridos por parajes y pinos de “La Estancita”. Se enteró del traslado frente a Ramfis Trujillo, la angustia del martirio, la inhumana muerte. Aun así, piensa que oirá su voz cuando timbra el teléfono y salta de alegría cuando tocan la puerta, creyéndolo de vuelta.  “¡Qué desilusión!”

Sólo le consuelan la foto que el revolucionario hizo que le tomaran antes de su partida y que él mismo nunca vio, las notas y fotos que le enviaba desde Cuba e infinidad de poses de su celebrado nacimiento e inquieta infancia.

Leopoldo en el recuerdo
El hospital de Jarabacoa llevaba su nombre pero se lo quitaron, es probable que todavía exista la pequeña calle que designaron allí en su honor. Para que lo conozcan, para que los que lo trataron no lo olviden, Morella Jiménez Nouel, la hermana menor de tres -la segunda es Margarita- escribió un libro dedicado al resoluto soldado: “Mi hermano y sus sueños de libertad. Leopoldo Jiménez Nouel. Héroe de la historia dominicana”

Es un relato tierno, humano, cargado de devoción, veneración, cariño por ese amoroso pariente que la autora disfrutó tan pocos años. Su padre, Juan Jiménez de la Rosa, construyó sin saberlo gran parte de esta obra con fotos que tomó, reveló y copió en cada momento significativo de su vástago.

A las referencias familiares, Morella agregó cuanto testimonio recibió de los sobrevivientes de la gesta y de los lugareños que lo vieron por última vez cuando lo pasearon esposado por el pueblo de sus vacaciones. El prisionero habló para preguntar a una bella muchacha que lo miraba atónita si acaso ella era Dulce. Pero se llamaba Rosario.

Leopoldo nació en Santo Domingo el 31 de marzo de 1941. Su padre era de Jarabacoa y la madre de Puerto Plata, donde en la niñez se bañaba el héroe. Era ahijado de Américo Lugo y estudió en el colegio de las Amiama, en el Instituto Escuela, con don Babá Henríquez, y en La Salle. Hizo su primera comunión en la Iglesia de Las Mercedes. Al graduarse de octavo grado “la señorita Nivar” lo premió con la Medalla al Mérito por su aplicación a los estudios.

En el libro de Morella,   repleto de reveladores datos y nítidas fotos, Leopoldo aparece desfilando por el malecón en los carnavales, participando de los retiros espirituales en Manresa, disfrutando el paisaje junto a Susana Duijn, Miss Venezuela electa Miss Mundo, o bajo pinos y cocoteros con sus amigos dominicanos Roberto Ravelo y Jacinto Mañón. Sus inseparables venezolanos fueron Andrés Zambrano y Telésforo Granados.

En todos parece un galán de novela, un actor de cine que habría sobresalido como tal si su alma y su corazón no hubiesen estado puestos en redimir a la Patria subyugada. Su padre le había contagiado el ideal de libertad y en 1955, trabajando en el pabellón de Venezuela de la Feria de la Paz, unos venezolanos le ofrecieron la forma de salir del terror y enfrentar desde el exilio la dictadura.

Juan y Luz  partieron con su familia y en Caracas encontró Leopoldo la oportunidad de cristalizar sus sueños. Los doctores Fran  cisco Castellanos y Francisco Canto le encaminaron y estimularon hasta que el tierno luchador conoció a su futuro comandante.

Morella concluye el conmovedor recuento: “Papá murió hace ocho años y se llevó con él el sabor de su llanto interno. Sólo una vez divisé un par de traviesas lágrimas en sus mejillas. Fue cuando sus manos develaron la tarja frente al hospital de Jarabacoa que una vez llevó por nombre el de mi hermano. Mamá, gracias al Señor, está con nosotras. Su profunda pena todavía la acompaña y a veces drena su pesar en angustiosas crisis a causa del intenso dolor que aún se talla en su corazón”.

En síntesis

El último momento
Doña Luz Hortensia Nouel de Jiménez vio a su hijo Leopoldo Jiménez Nouel por última vez en febrero de 1956, sumida ya en profunda y delicada crisis, presintiendo la determinación del aguerrido joven de participar en la lucha contra la dictadura que sojuzgaba a una patria. En un campamento cubano celebró su 18 cumpleaños.

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