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Los méritos y controversias de una obra

<STRONG>Libros<BR></STRONG>Los méritos y controversias de una obra

POR ÁNGELA PEÑA
En la República Dominicana todo el mundo tiene su propia “Fiesta del Chivo” y cada uno se considera poseedor de facultades exclusivas para rememorar bondades y atrocidades del trujillato. Sin embargo, cuando ciertas apreciaciones o juicios de valor sobre esa época provienen de un extranjero, entonces una parte de lo que Jung llamó “el inconsciente colectivo”, reacciona como si se hubiese ultrajado la moral nacional.

 Juan Daniel Balcácer hace esas consideraciones en su reciente libro “Trujillo, El tiranicidio de 1961”, que tiene como principal mérito haber reunido prácticamente todo lo que se ha publicado sobre el ajusticiamiento del dictador y como puntos controversiales sus defensas al general José René Román Fernández (Pupo) y a la polémica novela de Mario Vargas Llosa, “La fiesta del chivo”. También los desacuerdos en cuanto a versiones sobre la noche del 30 de Mayo emitidas por el general Arturo Espaillat y su esposa Ligia Fernández , el convencimiento del autor de que el ajusticiamiento no fue producto del azar, como aseguran, sino que se trató de una conspiración cuidadosamente organizada, con fines políticos concretos. Además, Balcácer encontró contradicciones en los pocos testimonios ofrecidos por Zacarías de la Cruz, el chofer de Trujillo.

 Todo lo que se ha escrito desfavorable al secretario de las Fuerzas Armadas cuando ajusticiaron al aclamado “Jefe” tiene una réplica en esta obra. Justifica su tardanza para haber actuado según lo convenido con los demás complotados, lo libera de la acusación reiterada de que mandó a asesinar a Segundo Imbert y a Rafael Sánchez Sanlley (Papito), niega que fuera débil de carácter, inepto, intelectual y profesionalmente incapaz, aficionado a la bebida, traidor a sus familiares y a los héroes de 1961 y que escalara posiciones porque estuvo casado con una sobrina del tirano. Le confiere gallardía y coraje.

 En ese “falaz y avieso operativo de desinformación”, dice Balcácer, “una de las características de los Estados de corte totalitario, como el de Trujillo, es la propensión al uso de la mentira de manera sistemática” y añade que el gobierno de Ramfis-Balaguer “en sus últimos estertores, llevó a cabo una eficaz campaña” de difamación, “acaso consciente de la contundencia de unas atroces palabras que Adolfo Hitler consignó en su libro “Mi lucha”, a modo de lema motivador de calumnia: “Una mentira colosal lleva en sí una fuerza que aleja la duda…”.

 Entre quienes según su parecer distorsionaron los hechos en perjuicio del general Román cita a Gerardo Gallegos, Miguel Guerrero, Francisco Rodríguez de León, Miguel Aquino García, Antonio Ocaña, Arturo Espaillat, Piero Gleijeses, Rafael Meyreles Soler, Víctor Alicinio Peña Rivera, Lolito Tejeda, Teodoro Tejeda Díaz, Joaquín Balaguer, Bernard Diederich…

 Respecto al asesinato de Segundo Imbert y de Sánchez Sanlley, tradicionalmente atribuidos a “Pupo”, Balcácer refuta hasta al propio Antonio Imbert Barreras, hermano del primero, quien en 1964 declaró: “De acuerdo a los informes y a las investigaciones que yo mismo he hecho, Román es el responsable de la muerte de Segundo y de Papito: a los dos los mataron el mismo día… El que dio la orden para que los mataran fue Pupo… Entiendo que él tomó esa decisión creyendo que de esa manera no se iba a ver comprometido”.

 Es muy probable, apunta Balcácer, “que esos dos prisioneros celebraran jubilosos la noticia de la muerte de Trujillo y que esa acción llegara a oídos de Ramfis y de su camarilla; pero la orden de aplicarles una sanción tan severa o que sencillamente fueran eliminados físicamente pudo haber emanado del círculo íntimo del primogénito del dictador, sobre todo cuando ya el Gobierno sabía que Segundo Imbert era hermano de uno de los principales autores en el ajusticiamiento. La venganza, por tanto, era el único sentimiento que se albergaba en la mente de aquellos seres de mentalidad aberrante. Se ha dicho también que la orden de eliminarlos la impartió  Héctor Bienvenido Trujillo Molina”.

 Esgrime otros argumentos que dejan limpia la imagen de Román y asegura que éste no tenía cuentas pendientes con las dos víctimas. Detalla las “salvajes” torturas aplicadas a “Pupo” y expresa: “Los esbirros de Ramfis se cebaron en Román con singular sevicia, pero tenían órdenes precisas de no provocarle la muerte como consecuencia de las golpizas”. Coloca al ministro de las Fuerzas Armadas en la categoría de “víctima”, “arrastrada por la violenta y traumática avalancha de los acontecimientos que dieron al traste con la erradicación de la dictadura”.

“Navajita” y Zacarías

 Casi todos los protagonistas relacionados con el magnicidio figuran con su historial anterior al hecho y su destino final, sean héroes, verdugos, mártires, víctimas, villanos. El general Arturo Espaillat “Navajita” es uno de los más ampliamente tratados. De él dice Juan Daniel que “se arrogó el papel exclusivo de salvador de la situación” antes del regreso de Ramfis. Espaillat se encontraba en las cercanías del lugar donde fue ajusticiado Trujillo.

 Revela Balcácer que hay evidencia documental respecto a gestiones que se hicieron en Estados Unidos años antes del tiranicidio para investigar a Espaillat sobre el secuestro de Galíndez y la muerte del piloto norteamericano Gerald Murphy y en cuanto al 30 de mayo asegura que aunque declaraciones de la esposa de Espaillat, Ligia Fernández, “corroboran gran parte del testimonio de su esposo, algunos detalles no coinciden con las versiones ofrecidas por otros no menos importantes testigos de aquella noche”, como Antonio Imbert, Salvador Estrella, Pedro Livio Cedeño, Huáscar Tejeda, Roberto Pastoriza y Zacarías de la Cruz. Escribe que la pareja entra en contradicción, también, con declaraciones de Álvaro Román García, hijo de “Pupo”. Explica ampliamente los testimonios discordantes.

 En cuanto a Zacarías de la Cruz, después de una amplia exposición, Juan Daniel Balcácer concluye que el fiel chofer del Generalísimo, “con el tiempo fue alterando su versión del magnicidio”. Las que reproduce tuvieron poca promoción. La mayoría desconoce que Zacarías hablara alguna vez, por eso señala Balcácer que “fiel a la palabra empeñada, Zacarías jamás ofreció declaraciones a la prensa en relación con el ajusticiamiento ni con ningún otro aspecto de Trujillo y su familia, pese a los insistentes intentos de escritores, investigadores y periodistas, tanto nacionales como extranjeros”.

“La fiesta del chivo”

 En “Trujillo, El tiranicidio de 1961”, Juan Daniel Balcácer se convierte en decidido defensor de “La fiesta del chivo”, de Mario Vargas Llosa contra aquellos que la han calificado de “distorsión histórica” y criticado acerbamente, entre los que cita a R. A. Font Bernard, que la consideró “un paquete de chismografía y una alcantarilla de inmundicias”.

 Resalta que hasta hace poco, Trujillo, como tema literario, fue un producto exclusivamente dominicano que se relanzó y fue “globalizado” gracias a la novela de Vargas Llosa. Pero parecería, agrega, que hay dominicanos convencidos de que el escritor peruano “ha profanado el sagrado templo de nuestros tesoros nacionales y que, como en los tiempos de Francis Drake, un pirata literario ha surcado nuestros mares y nos ha despojado de Trujillo”.

 Manifiesta que el sátrapa demoró cierto tiempo en convertirse en sujeto de interés para la narrativa latinoamericana, ya que durante varios decenios el análisis de su régimen se circunscribió “al ámbito histórico, sociológico, político y económico. Fue menester que se publicara la ya célebre novela de Mario Vargas Llosa, que ha generado tantas controversias y a la vez proyectado el tema de Trujillo a escala mundial, para que el dictador dominicano concitara la atención de los amantes de la narrativa de ficción”.

 Que algunos manifiesten que detrás del novelista se esconden varios informantes, lo considera “una reacción natural cuando se está frente a un fenómeno literario trascendente que atañe a toda una colectividad y que, en consecuencia, genera reacciones diferentes y contrapuestas: restarle calidad técnica o literaria a la obra en cuestión y hasta poner en tela de juicio la capacidad escritural del autor, por más lauros y reconocimientos que en buena lid éste haya podido acumular, como es el caso de Mario Vargas Llosa”.

 Se asombra al constatar que “a más de cuatro décadas de distancia de aquella Era, todavía hay quienes pretenden negar que el dictador Trujillo encarnó todo un proceso de descomposición moral que durante 30años humilló, envileció y enajenó a varias generaciones de dominicanos” y estima que las historias sobre la Era de Trujillo están todavía incompletas y que “sólo a través de la narrativa de ficción, en especial la novela y el cuento, se ha podido rescatar parte de esa oralidad que otros se han empeñado en ocultar; es decir, de ese ambiente aberrante que degeneró en una falsa sociología que asimilaron no pocos dominicanos en el interregno 1930-1961”.

Concluye que, como novela, “La Fiesta del Chivo es, sencillamente formidable y, a despecho de las críticas que ha concitado  y habrá de continuar generando, de ella se puede afirmar lo mismo que según Arnold Toynbee se decía de La Ilíada: que quien emprenda su lectura como si se tratara de un relato histórico, encontrará en ella pura ficción, y quien la lea como leyenda, entonces encontrará la historia”.

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