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Ubres de novelastra: el horror

<STRONG>LIBROS<BR></STRONG>Ubres de novelastra: el horror

Este  género, la novelastra, esta inversión narrativa, se le ocurre a Ladislao cuando quedó dormido en medio de un parque de La Habana, después de darse un jumo con ron cubano: “Al despertar, anotó sus opiniones acerca del género literario en que debía expresar unas ideas tan controversiales y complejas”( p.343). Y en efecto, Ubres de novelastra es una obra levantada sobre disímiles ideas; ideas que conforman un armazón de sustancias y conflictos; ideas que se yuxtaponen a lo largo y ancho de sus más de quinientas páginas. Su autor, Federico Henríquez Gratereaux, reafirma la forma narrativa al recurrir al símil de las escamas del pescado: “Despegar las escamas y mostrar lo que hay debajo de ellas es, al mismo tiempo, una técnica de arqueólogo. Ellos levantan con cuidado las capas de tierra que cubren la historia. Esta manera de trabajar e investigar puede adaptarse a la literatura. (345)

Pero entremos, de una vez al fondo, al contenido, a la sustancia, desde luego de forma sucinta. ¿Qué narra o se cuenta?  Mucho y de todo. Como sugiere la palabra “ubres”. Tomemos, de los tantos ángulos narrativos, el que corresponde al personaje central, Ladislao Ubrique, un investigador húngaro, investigador, escéptico  y hasta nihilista, quien anda por pueblos y archivos cubanos  investigando  en varias direcciones: las manifestaciones musicales cubanas, la historia de una legendaria mujer  que sobrevivió a varias guerras  y otros  asuntos  que sólo él conoce.

Ladislao nos ubica en el mismo nervio de la narración al mismo tiempo que contextualiza íntegramente con ésta, una de sus anotaciones: “_ Algunos cubanos me hacen preguntas esperando de mi revelaciones especiales, quizá por ser yo un extranjero. Pero no soy español; no soy norteamericano, ni ruso, no tengo funciones diplomáticas. Soy un simple ciudadano que investiga, por amor a la verdad, ciertos problemas de historia social. Me han tratado tan bien en Cuba y estoy tan agradecido de ello, que siento vergüenza al decir cualquier cosa que parezca una crítica, un reparo  a mis anfitriones. ! Somos amigos! Si: siento que somos compañeros de trabajo, que navegamos en el mismo barco. La red de historia contemporánea abarca a húngaros, cubanos, checos, rusos, españoles, alemanes: todos nos revolvemos como peces cogidos en un gran chinchorro universal. Santiago de Cuba.1993”. (p.293)

A pesar de esa carga de humor que se dosifica en las páginas, hay un desarraigo en la obra entera, un poso de nostalgia  que no [podemos eludir. Y regresamos a Jorge Manrique para disentir, la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor aquí se desdice: persiste en el fluir temporal el mismo horizonte de dificultades. Con los hechos narrados vienen los pormenores, las menudencias que, como olores, imágenes, sabores, nos sorprenden  al pensar en lo que queríamos ser y lo que somos y no fuimos ni seremos, porque  _ y aquí una clave de la noveslatra – las gruesas ideologías, estas y  las otras, sus propulsores y ejecutores impidieron el advenimiento de lo soñado y esperado. El poder se encima no sólo sobre el colectivo, sino, más que nada, sobre las individualidades. Y  constantemente estas páginas nos echan a la cara esta  sensación que cada quien carga en silencio  En cualquiera de sus páginas nos topamos con ese rasgo, por ejemplo:

“’Conozco a un químico que viene a la taberna los fines de semana. Parece que huye de la mujer. A ella no le interesa la química, ni la literatura, ni las noticias. Sospecho que tampoco “el ejercicio  de la sexualidad”: así lo dice el compañero de tragos del químico, un viejo pensionado de lenguaje corrosivo. El químico tiene una mente prodigiosa: está enterado de los cambios y transformaciones experimentados por las ciencias naturales y el pensamiento teórico. Es una pena que sus sabias palabras naufraguen en alcohol en una taberna llena de espías soeces, de jubilados enfermos y deprimidos. Te lo presentaré. Con solo oírle una vez apreciará su penetración”: y sabrá algo del severísimo daño social por la acción combinada de políticos y economistas” (p.202)

Y, precisamente, una de las constataciones que extraemos al leer esta obra  reside en el encadenamiento consecuencial del ejercicio del poder. Todas las  ideologías, desgraciadamente, conducen al mismo resultado; esclavitud, dictadura, encarcelamiento, torturas, opresión sicológica, reclusión de campos de concentración, eliminación individual y colectiva.

Ahora, al fin y al cabo, todo concluye, y el horror no escapa a la verdad que impone el tiempo,  cáñamo conductor que es soporte y significación. El fluir ininterrumpido arrastra consigo mismo a éstos y aquellos, a ideologías y prácticas, a utopías y realidades, a personajes y hechos. El tiempo lo convierte todo en detritus, en inutilidades, tanto los gruesos actos como las menudencias. Así, por  las páginas de este libro, por el mirador de su autor, el de Henríquez Grateraux, pasan los eventos de hombres y mujeres 

Y el  memorial del siglo XX que escribe, en cierta forma, la obra misma, pues  esta narración no es más que un memorial de horrores del siglo XX, un espejo que nos lanza a la cara acontecimientos e ideas epocales y, sobre todo, las consecuencias de esas prácticas, como nos confirman estas líneas:

“Te hablaré de unos hechos que sucedieron en esta época, casi podríamos decir que cuando tu madre y yo éramos novios. Entonces contaba de las matanzas sañudas de la guerra civil de España, de los horrores del sitio de Stalingrado o de los abusos cometidos por soldados extranjeros en Hungría. ’’ No te hagas ilusiones acerca de la conducta de las personas’’. Decía que los hombres utilizaban las doctrinas más refinadas para justificar cualquier atrocidad, “’ no importa que la doctrina sea política, económica o religiosa: es la misma cosa” Muchísimos años después, empecé a comprobar por mí mismo cuanta razón tenía”’. (P.165)

Y, finalmente, cierro estas notas especificando que ellas son el resultados de la lectura de una ficción, esto es de un mundo imaginario, como corresponde a toda narración en la que predomina el lenguaje expresivo, en la que la  ambigüedad es substancia y, como tal, nos topetamos con verosimilitudes; las verdades literarias.

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