Rafael Abreu Licairac, el gran crítico de historiadores y políticos, sociólogo, cronista, periodista y productor agrícola que quería ver a su país independiente y próspero, confería gran importancia a la agricultura considerándola clave del progreso material; fustigaba a los pseudopolíticos dominicanos por sus pérfidas marrullerías e intereses personales en detrimento del bien común y pugnaba por la educación del pueblo como prioridad de Estado.
El ensayista afirmaba que donde el pueblo es ignorante no existe opinión pública y que ninguna necesidad es tan imperiosa, tan moral y perentoria como la de despejar las tinieblas que envuelven a nuestra clase popular manteniéndole casi en estado primitivo y paralizados sus buenos instintos y su proverbial hidalguía por falta de una educación siquiera elemental.
De la positiva difusión de ese medio educacional derívanse incontables beneficios en todos los órdenes de nuestra vida social: la paz y el orden público, la estabilidad de los buenos gobiernos y el desarrollo del progreso intelectual y material, escribió. A su juicio, la instrucción primaria obligatoria e irrevocablemente impuesta y prácticamente suministrada a nuestra clase proletaria, es la base de nuestra regeneración nacional.