Liceo Argentina en pésimas condiciones físicas

Liceo Argentina en pésimas condiciones físicas

POR MARIEN A. CAPITÁN
Quien pasa frente al liceo República de Argentina, ubicado en la calle Las Mercedes esquina Duarte, no puede imaginar la triste agonía que viven los techos y vigas de este plantel: el cemento, que una vez resguardó las varillas, está cediendo cada vez más y pone en peligro la seguridad de los maestros y estudiantes.

La situación de este centro es tan crítica que no se salvan ni paredes ni suelos: de estar organizados, podríamos pensar que su secuencia de hoyos son una apología a un campo de golf. En estas circunstancias, sin embargo, se convierten en un motivo de inquietud.

Por eso no es raro que, cuando un extraño cruza el umbral, aparezca un estudiante que súbitamente le diga lo siguiente: «cuidado, mire hacia abajo que hay muchos hoyos» (hay que hacerle caso, de lo contrario vendrán los tropezones o algo peor).

La advertencia, válida, se convierte en preocupación en cuanto se recorre la estancia y se descubren sus más íntimos rincones: una sucesión de laberintos y recovecos que guardan viejas puertas llenas de carcoma, restos de butacas y hasta inodoros y lavamanos.

Tampoco es raro ver que, lo que una vez fue una escalera sea ahora un hoyo que da al vacío; o que aquella escalera de madera que una vez sirvió para subir a un aula esté toda carcomida y pueda provocar un terrible accidente en caso de que alguien decida utilizarla.

OSCURA Y NOSTÁLGICA

El Liceo República de Argentina funciona desde hace 18 años en lo que fue un convento de monjas. Es por eso que los 23 cursos que convergen aquí y se utilizan en tres tandas no están ubicados con un sentido lógico: están dispuestos allá donde hay un espacio más o menos utilizable, lo que hace que cualquiera se desoriente con facilidad.

¿Cómo evitar perderse? Reconociendo las filtraciones: en la primera planta el ala izquierda está mejor, mientras que en la segunda es todo lo contrario. En ambas, sin embargo, hay techos que parecerían estar al punto de desplomarse en cualquier momento.

Descascarados, con varillas oxidadas y al aire (algunas varillas están incluso rotas), con grietas profundas y manchas de humedad, estos techos angustian a los maestros y estudiantes, quienes dicen que cuando llueve se marchan inmediatamente: amén de lo mucho que se moja el interior del inmueble, cuando cae un buen aguacero temen que el liceo se derrumbe por completo.

Una de las aulas de este liceo, de hecho, está al punto de caer. Junto al tercero F, las vigas que soportan el suelo están dobladas a un punto tal que éste se ha hundido. El techo, de madera, ya tiene agujeros y también está muy. ¿La solución? No utilizar ni el espacio de arriba ni el de abajo (el de abajo es usado como almacén de desperdicios).

Una vez en el tercero F, el maestro debe tener sumo cuidado: un gran agujero en el suelo podría provocar que él caiga sin remedio. Lo mismo puede suceder si alguien sale raudamente de esta aula: lo que una vez fue una escalera se ha convertido en un agujero.

Hablar de puertas, por otra parte, es remontarse al ayer: aquí no queda ninguna colocada en su lugar. Todas, carcomidas, descansan en uno de los tantos espacios que han sido condenados a causa de las grietas.

¿Las ventanas? En algunas aulas existen mientras que en otras están al punto de caer arriba de los estudiantes. En otras aulas, porque todas viven una realidad distintas, de ellas sólo queda uno que otro vestigio.

En otra área es la oscuridad la peor enemiga. Sin bombillas ni conexión eléctrica, la situación es tal que el laboratorio de informática no es más que un simple nombre. Las computadoras, aunque están ahí, no pueden utilizarse.

Otra queja de los estudiantes es la falta de ventilación. Aquella que hace que cualquiera se agobie aún más: la zozobra de la inseguridad, sumada al constante calor, hace que el estar en este lugar sea una experiencia lamentable.

Más penoso aún es ver qué contentos se sientan los alumnos sobre unas deterioradísimas butacas: estar ellas es una suerte, dicen, porque en cuanto lleguen al plantel todos los alumnos matriculados tendrán que turnarse para quedarse parados. Es que, comentaron algunos maestros, en este plantel sólo hay butacas para el 30% de los estudiantes.

Respecto a las instalaciones sanitarias, las cosas no pueden ser peores: mientras dos de los cuatro baños están cerrados, los que permanecen abiertos no cuentan con un mínimo de condiciones.

Nada en este plantel lo tiene. Las escaleras carecen de barandillas y tienen los peldaños gastados; en el salón de actos no hay un asiento que funcione y hasta dos de las columnas que sostienen una de las paredes fueron destrozadas; los muros y las paredes están tan gastados como el ánimo de los docentes y alumnos, quienes ni siquiera se atreven a denunciar la triste situación en la que viven.

Como héroes, luchando contra la opresión que se siente en el pecho cuando se recorren los pasillos de este liceo, los profesores ven que cada día pasa sin que nadie haga nada por el centro. Al hacerlo, miran con nostalgia hacia el pasado y descubren en su memoria lo que fue este lugar: nada parecido a las ruinas que, con un montón de graffitis como adorno, se muestran hoy.

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