La derrota del Partido Revolucionario Dominicano en las elecciones del 16 de mayo le plantea al PRD desafíos que van más allá de los problemas normales que enfrenta un partido de gobierno que pierde unas elecciones. Las dificultades se presentan en dos planos fundamentales: la configuración del liderazgo partidario y las ideas que darán sustento al proyecto de partido.
Si tomamos el año 1973, cuando Juan Bosch salió del PRD, como punto de partida para reflexionar sobre la evolución del liderazgo perredeísta, encontramos tres polos de liderazgo claramente definidos. El primero fue el liderazgo carismático de José Francisco Peña Gómez, organizador de masas con un proyecto político ideológicamente sustentado. Su fuerte y convincente oratoria política, su condición de marginado por raza y origen social, y su vinculación con las fuerzas de la Internacional Socialista, le permitieron ejercer un liderazgo indiscutible por encima de todos los demás líderes del partido.
Pero el miedo que producía el perredeísmo a los sectores de poder, y la condición de líder popular de Peña Gómez, le impusieron fuertes límites a su liderazgo político para aspirar a la Presidencia de la República en los años 70 y 80. Por esta razón, surgió en el PRD un segundo polo de liderazgo con figuras de más credenciales para servir de puente entre los sectores de poder económico y político del país y las masas que aglutinaba Peña Gómez. Así surgieron los «líderes presidenciables» del perredeísmo: Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco y Jacobo Majluta. De estos tres líderes, los dos primeros provenían de Santiago y habían establecido sus vínculos con los sectores de poder a través de la oligarquía empresarial santiaguera donde había balagueristas y perredeístas.
El tercer polo de liderazgo en el PRD se conformó con los «líderes del partido» que tenían un vínculo fundamentalmente con Peña Gómez, tanto en sus lineamientos ideológicos como en sus funciones dentro del partido. La lista de líderes en esta categoría es larga, pero algunos de los más destacados son Hatuey De Camps y Milagros Ortiz Bosch.. Estos líderes tenían en común su subordinación organizativa e ideológica a Peña Gómez, y también compartían sus dificultades para convertirse en puente entre las masas perredeístas y los sectores de poder en la República Dominicana. Por eso las aspiraciones de estos líderes quedaron siempre restringidas a la esfera partidaria, o a la estatal de segundo rango, sin mucha posibilidad de acceder ellos directamente a las candidaturas presidenciales.
La derrota de Jacobo Majluta en 1986 y los 14 años que pasó el PRD en la oposición no transformaron sustancialmente esos tres polos de liderazgo, con una excepción: en 1990 Peña Gómez se lanzó por primera vez al intento de ganar la Presidencia de la República. No lo consiguió ese año, ni tampoco en 1994 y 1996, por razones conocidas y diferentes en cada una de esas elecciones.
Con la muerte de Peña Gómez en 1998, el PRD se enfrentó de nuevo al problema de seleccionar un candidato para las elecciones presidenciales del 2000 que sirviera de puente entre las masas perredeístas y los sectores de poder. Al igual que ocurrió con Guzmán y Jorge Blanco, el PRD optó por Hipólito Mejía, un santiaguero del mismo origen socio orgánico, y que se había enquistado en el entorno político de Peña Gómez.
En los últimos años, sin embargo, esta conformación de tres polos de liderazgo perredeísta se ha transformado por dos razones fundamentales: la muerte de Peña Gómez en 1998 y el intento de Hipólito Mejía de sustituir al líder muerto y a todos los vivos en el perredeísmo. Este proyecto de imposición de liderazgo se vio facilitado por la llegada de Mejía al poder en el año 2000, y se ilustra perfectamente con varios ejemplos: la incorporación de casi todos los líderes del partido al sistema clientelar del Estado; la formación del Proyecto Presidencial de Hipólito (PPH); la reforma a la Constitución por el Congreso perredeísta para permitir la reelección; la convención del PRD que eligió a Mejía candidato presidencial sin el concurso de sus principales contrincantes; y finalmente, la claudicación e incorporación de casi todos los líderes perredeísta al proyecto reeleccionista de Hipólito Mejía.
Esta secuencia de eventos hace difícil plantear al final de la contienda electoral del 2004 que exista una real diferencia entre el PPH y el PRD. El PPH fue ciertamente una facción del PRD en un principio, pero con el tiempo atrapó a la mayor parte del liderazgo perredeísta. Este fenómeno le plantea un serio problema a la mayoría de los líderes del PRD, que ahora no muestran autonomía del Presidente Mejía, y carecen de ideales que le den sustento a un proyecto de partido más allá de la lucha voraz por el poder para ejercer el poder mismo.