Líderes buscaban una amenaza; culpan espías

Líderes buscaban una amenaza; culpan espías

LONDRES. Un tabloide británico enmarcó el cínico estado de ánimo del público sobre las armas desaparecidas de Irak jugando con dos expresiones: «infundadas» y «no encontradas».

Es «infundado», como determinó el jurista Lord Hutton el miércoles, decir que los líderes británicos y quizá por extensión estadounidenses mintieron o engañaron deliberadamente al público sobre la amenaza originada en las armas químicas, biológicas o nucleares iraquíes. Sin embargo, señaló The Daily Mirror, algo está podrido en la canasta de manzanas si estas armas, las cuales «nos llevaron a la guerra, siguen «sin ser encontradas».

Los británicos y los estadounidenses siguen desconcertados tratando de resolverlo.

Pero con el testimonio en Washington de David A. Kay, el inspector que encabezó la búsqueda de las armas de Irak y ahora dice que «todos estuvimos equivocados» sobre la amenaza que planteaba Irak, también existe el peligro de que las agencias de espionaje en ambos países soporten la mayor cantidad de recriminaciones.

¿Por qué¿ Porque parece más probable que nunca antes que no podrán confirmar que Saddam Hussein era la amenaza inminente que nos hicieron creer el Presidente George W. Bush y el Primer Ministro Tony Blair. A ambos lados del Atlántico, hay funcionarios y expertos que dicen que sería un error ver simplemente el «fracaso» del espionaje, porque muchos de ellos creen que el fracaso fue mucho más ampliamente de política que de espionaje.

Después de todo, el espectro del arsenal de Saddam se originó en los datos de que alguna vez tuvo armas ilegales y las había usado, y que no podía dar cuentas de armas que afirmaba haber destruido. La lógica del espionaje sugería que aún las debía tener y estaba produciendo más.

Esta imagen tomó forma en gran medida en público y fue modelada tanto por los políticos como por los analistas de espionaje o los espías. Todos el Presidente Bill Clinton, agencias de espionaje, inspectores de la ONU lo creían. Durante los años 90, hubo un consenso bipartidista en el Congreso de que algo debía hacerse sobre Saddam, si se encontrara la voluntad política para hacerlo. El 11 de septiembre ofreció la oportunidad para reunir esa voluntad.

Seis meses después, Washington y Londres empezaron a formular una doctrina de prevención con la determinación de enfrentar a Saddam Hussein. Para el verano del 2002, Blair y sus asesores podían ver a la guerra aproximándose para la siguiente primavera, pero él sabía que había una formidable resistencia entre el público británico.

Y ahí es donde ocurrió el giro crítico. Manos políticas en ambas capitales dieron una nueva redacción a la información de espionaje sobre los programas de armas de Irak información de espionaje que no había cambiado de manera apreciable en años para hacer parecer que la amenaza ya no meramente estaba evolucionando, sino que era inminente. Profesionales del espionaje en ambos gobiernos voluntariamente ofrecieron su credibilidad a esta tarea, y asumirían la culpa, pero líderes políticos impulsaron el proceso.

La semana pasada, un alto funcionario del espionaje británico dijo ante un pequeño grupo que los medios noticiosos y «algunos políticos» tienen «expectativas poco razonables de lo que la información de espionaje puede ofrecer». Puede «iluminar, llenar en partes el panorama, pero a menudo es contradictoria e incompleta», dijo, argumentando que ese panorama puede ser usado para argüir en favor de la alarma o la complacencia, la cautela o la acción. La evaluación final depende de líderes políticos responsables.

La Navidad pasada, funcionarios del espionaje británico proyectaron luz sobre las demandas absurdas hechas a su labor cantando una canción con la frase «No puede excluirse la posibilidad», una expresión favorita de los analistas que no conocen la respuesta.

Sin embargo, dijo el funcionario, el mundo quiere información de inteligencia del tipo que evitaría el terrorismo; y la que los gobierno de Bush y Blair ofrecieron.

La demanda de información de espionaje convincente sobre las armas de Irak surgió en 2002 cuando Irak empezó a ser descrita como una amenaza mucho más inminente para Occidente, primero por el vicepresidente Dick Cheney en agosto, luego por Blair en un «expediente» de información de inteligencia al mes siguiente. Su revelación fue que Saddam podía desplegar armas químicas y biológicas «45 minutos después de tomar la decisión».

Un año después, tras la invasión, Sir Richard Dearlove, jefe del Servicio Secreto de Espionaje, conocido como MI6, fue interrogado sobre si Blair había tomado este fragmento de información de espionaje y le había dado «prominencia indebida».

«Pienso, dada la malinterpretación que se dio a la información sobre los 45 minutos, con el beneficio de la retrospectiva, que se puede decir que es una crítica válida», respondió.

[b]¿Cual malinterpretación?, se le preguntó.[/b]

«Bueno, pienso que el informe original se refería a municiones químicas y biológicas y que se tomó como si se refiriera a armas de campo de batalla», dijo. «Pienso que lo que subsecuentemente sucedió con el informe fue que se tomó que los 45 minutos aplicaban, digaños, a armas de un alcance mayor». Así los proyectiles de artillería de campo de batalla que Irak pudiera haber llenado con gas sarin o mostaza se volvieron armas estratégicas que amenazaban a la región y al mundo.

Cuando el argumento en favor de la guerra en Irak fue presentado por Blair en abril de 2002, en una visita a Estados Unidos, se basó en una opinión de que el 11 de septiembre había cambiado la ecuación de seguridad del mundo. Después de esa catástrofe, quedar al margen y observar a Irak reconstruyendo su arsenal químico y biológico, quizá un arma nuclear, «sería ignorar por completo la lección del 11 de septiembre y no lo haremos», dijo Blair. Bush siguió con su doctrina de guerra preventiva unos meses después.

Lo que esto significó fue profundo. Después del 11 de septiembre, era predecible que los líderes buscarían una estrategia preventiva. Pocos estadounidenses estaban dispuestos a dar oportunidad a otra sorpresa. Pero fue más difícil ver las implicaciones para el derecho internacional y para la definición de cómo el espionaje siempre oscuro en el mejor de los casos sería usado para justificar guerras futuras.

Durante una década, la amenaza originada en Irak había estado evolucionando, no era inminente. Eso cambiaría con la advertencia de Cheney en dos discursos de un Irak con armas nucleares y en el expediente de Blair, con su señal de un momento de peligro.

Un funcionario gubernamental, que había apoyado el objetivo de remover a Saddam desde 1991 y quien observó de cerca a Bush y a Blair durante estos meses, dijo que este fue «un enorme cambio en la presentación». Para el otoño del 2002, dijo este funcionario, Blair había «perdido la confianza en el don de convencimiento» de describir a Saddam como una amenaza futura «y pasó a ser una amenaza inminente».

El funcionario, un aliado de Blair, dijo que el cambio de postura del Primer Ministro fue táctico. «Era evidente para entonces que casi seguramente estaríamos en guerra para la primavera del 2003», dijo el funcionario, y «lo único sensible era empezar a planear la guerra». Sir Jeremy Greenstock, entonces embajador británico ante Naciones Unidas, presionó a Washington y Londres sobre la opción de una guerra en otoño, para permitir más tiempo a las inspecciones, pero no encontró partidarios en Washington, dijo el funcionario.

Muchos expertos creen que los errores que llevaron a las agencias de espionaje estadounidenses y británicas y a algunos inspectores de la ONU a una mala percepción del estado del arsenal no convencional de Irak probablemente son más mundanos que profundos. Kay, por ejemplo, ha sugerido que científicos iraquíes corruptos mantuvieron vivos los programas de armas no convencionales para su beneficio financiero y que algunos generales iraquíes supusieron que otros podrían haber ocultado arsenales de armas químicas y biológicas.

También es imposible descontar que después de que Saddam roció gas mostaza y el agente nervotóxico sarin sobre curdos rebeldes y soldados iraníes de 1983 a 1988 una campaña cuyos efectos horrorosos atestiguó este reportero cualquier analista razonable pudiera haber concluido que «no puede excluirse la posibilidad» de que Saddam estuviera ocultando aún a algunas de esas armas.

Sin embargo, parece inevitable a ambos lados del Atlántico que las indagatorias sobre Irak finalmente regresen a la arena política, donde la información de inteligencia burda y en ocasiones contradictoria fue usada por los líderes para convertir lo que había sido una amenaza en evolución en una inminente. Eso, dice el funcionario que observó el proceso desde dentro, «es lo que metió a todos en problemas».

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