Líderes versus dirigentes

Líderes versus dirigentes

DIÓGENES CÉSPEDES
Los líderes nunca fracasan. Son lo opuesto de los dirigentes. De estos está lleno el mundo. Ejemplos de líderes: Mahatma Gandhi, creador de una república a través de la paz; Martin Luther King, Jr., creador de un sueño, el triunfo de los derechos civiles y la integración racial en los Estados Unidos; Nelson Mandela, creador de una república desde su reclusión en una cárcel a través de la lucha pacífica. Fue elegido como primer presidente de esa república y tuvo la grandeza de renunciar a seguirla gobernando, con cuyo ejemplo dio al mundo una lección de cómo debe ejercerse el poder; la madre Teresa de Calcula, quien con la ley del dar y el recibir creó, de la nada, una institución internacional para combatir los males que abaten una sociedad, legándonos un ejemplo de cómo se puede enrolar a quienes generan grandes riquezas a escala internacional como donantes de un proyecto humanitario centrado en el amor a los demás. Hay miles de ejemplos de líderes. Haga usted mismo su búsqueda con las características de estos cuatro seres espirituales.

En cambio, el sueño de los niños de que fundaron la sociedad secreta La Trinitaria en 1838 fue un éxito a medias y como eran tan jóvenes, niños héroes de entre 18 y 33 años, nos legaron, a partir del 27 de febrero de 1844, un reto, una posibilidad, una antorcha para que cumpliéramos el sueño que ellos realizaron a medias, el cual consistió en separar a la parte este de la isla del dominio haitiano. El símbolo de separación era igual a independencia en la visión duartiana de que la república debía ser libre e independiente de toda potencia extranjera o si no, se hundía la isla. Ese sueño a medias debemos agradecérselo por siempre, como agradecemos a nuestros padres el habernos dado la vida. Sin sacralizaciones, porque estas actúan como poderosos paradigmas que nos paralizan.

Pero el sueño duartiano y el de los niños héroes se hizo añicos porque los más experimentados con quienes se aliaron los trinitarios (Santana, Bobadilla y todos los representantes de las fuerzas conservadoras del país se unieron para impedir la materialización de ese sueño y el golpe del 9 de julio selló la suerte de una república que no había sido fundada en la sangre, sino en la conciliación. Y el que concilia, pierde. Salvo que no esté colocado en una relación de fuerza. Y los trinitarios no lo estaban.

El sueño de los niños del 38 y del 44 quedó hecho trizas porque no era suficiente querer una república libre e independiente de toda potencia extranjera, sino que era necesario tener una visión clara de lo que significaba fundar un Estado nacional. Y esa visión faltó debida a un conocimiento defectuoso de lo que era un Estado nacional y luego porque se carecía de los medios o recursos, así como de la intención.

Quienes levantaron el reto duartiano luego de la guerra en contra de Haití a partir de marzo de 1844 hasta 1858, encadenaron la república a España porque no hubo visión. Porque quienes se sucedieron en el mando a partir de Santana y la expulsión vitalicia de los niños de La Trinitaria y el 44, carecieron de la visión de lo que es un Estado nacional. Tampoco quienes ganaron la guerra en contra de la Anexión tuvieron la visión de lo que es un Estado nacional. Por eso fracasaron como han fracasado todos los dirigentes que ha tenido la república desde 1844 hasta hoy. La prueba es que a menos de un año de ganada la guerra de la Restauración, tomaba Buenaventura Báez el poder. Y en esa república clientelista y patrimonialista se traspasaban alternativamente el mando Báez y los liberales del proyecto del partido azul hasta llegar a la dictadura de Ulises Heureaux, al régimen autoritario de Cáceres, a la intervención norteamericana de 1916-24 y a la dictadura de Trujillo durante 31 años.

Hemos venido hasta hoy, 2006, de fracaso en fracaso con unos dirigentes fracasados, sin visión de lo que es un Estado nacional, que lo único que han hecho es mantener la visión de una caricatura de nación que, según Américo Lugo en las cartas a Horacio Vásquez y Trujillo y Rafael Augusto Sánchez en su libro “Al cabo de los cien años”, ha sobrevivido gracias a la virtualidad de una voluntad popular que a veces adopta la forma de dictadura (minoría) o de una caricatura de democracia (voluntad de la mayoría), pero que ambas virtualidades, al carecer de visión de lo que es un Estado nacional verdadero, son dirigidas a reforzar el clientelismo y el patrimonialismo y a exacerbar en los habitantes de esta república las excrecencias peores del alma humana.

Los dirigentes fracasados que ha tenido la república desde 1844 hasta hoy se extiende a todas las áreas de la vida dominicana, independientemente de que algunos políticos, empresarios, profesionales, agricultores, artistas y literatos, sacerdotes, maestros y demás categorías hayan sido exitosos en renglón de su vida. Pero en el renglón de la patria el fracaso está ahí, patente, y se muestra en nuestras prácticas clientelistas y patrimonialistas en todas las esferas de la vida.

Los dirigentes, políticos o de otras categorías, han fracasado en primer lugar porque no se aman a sí mismos y no se conocen así mismos. Sin estos dos conocimientos no pueden amar a los demás y esta falta de amor a sí mismo y a los demás es la que genera las guerras entre los dominicanos desde que Santana y Báez arrasaron con los niños héroes y toda su parentela, amigos y relacionados del proyecto trinitario. Esa falta de amor y de conocimiento de sí mismo y de confianza en sí mismos generó el odio de nuestras guerras civiles hasta el día de hoy. La última de las cuales fue la de 1965 y luego la pequeña invasión de Playa Caracoles. Y cuando no ha habido guerras civiles, el odio político ha sembrado la muerte entre adversarios. Una república construida sobre el odio no puede sobrevivir mucho tiempo. Será tarde o temprano pasto de las ambiciones de potencias extranjeras y hoy estas ambiciones no son de ocupación del territorio, aunque puede incluirlo.

Hemos llegado al pórtico del siglo XXI sin proyecto de un Estado nacional, como un barco a la deriva, con una autoestima superbaja como sociedad, caminando como zombis, con la cabeza hacia abajo y la mirada perdida y como símbolo que nos identifica: el pedir, a nosotros mismos o al extranjero. Pero no invocamos el apoyo, el cual nace de una visión clara, estratégica de un sueño que queremos alcanzar. Es hora de comenzar a despertar de esta hamaca en la cual nos hemos mecido desde 1844 hasta hoy.

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