Lilís y su peluquero de confianza

Lilís y su peluquero de confianza

Para un mandatario es riesgoso perder respeto y afecto de sus más cercanos

Se cuenta que cierta vez, el presidente Lilís estaba siendo afeitado por su peluquero de confianza; y que este, mientras le pasaba la afilada navaja por el cuello, le dijo bromeando: general ¿ahora, quién manda? Lilís le dijo, sonriendo y sin inmutarse: usted es el que manda.

Pero desde que llegó a Palacio, ordenó fusilar de inmediato a su peluquero.
Para un mandatario es riesgoso perder respeto y afecto de sus más cercanos. Se trata de la legitimidad primigenia, básica, esencial para su mandato.

Y cualquier decisión suya que afecte el bienestar y los intereses de dicho personal, puede resultarle pernicioso. En la confianza está el peligro; la historia clásica da cuenta de numerosas ocasiones de envenenamientos y traiciones a mandatarios por personas de su cercanía.

A estas alturas, ya se ha podido observar que el presidente Abinader, a menudo pero no siempre se deshace de aquellos que meten la pata; que no siempre logró tener las mejores gentes a su alrededor, aunque ciertamente ha podido contar con personas de gran reputación profesional, aún de entre gentes del partido y de otros sectores de los cuales recibió apoyo político o económico.

También ha nombrado otros que ciertamente no eran los mejor calificados para los cargos, o no tenían experiencia en manejo de desastres administrativos, de pandemias, ni de crisis económicas y sociales.

Piénsese, por ejemplo, en el ministro de Educación, una persona con larga trayectoria en el área educativa, pero con demasiados compromisos políticos; pero sin experiencia para manejar un sistema educativo deficitario de improviso hecho obsoleto por la pandemia, que lo obligó a crear, improvisando, una nueva metodología de enseñanza.

Aunque no siempre nos agrade, a ese caballo hay que dejarlo galopar. Una máxima cibaeña aconseja no cambiar de caballo cuando se está cruzando un río.

Como país, tenemos problemas nuevos, en los que no puede exigirles “expertise” a los funcionarios. Tampoco es fácil exigir que el Presidente se enemiste con sectores y personeros de arrastre, valor simbólico o sentimental; como el caso del hijo de Peña Gómez, que nos ha hecho llorar ante la honrosa memoria de su progenitor.

El Presidente ha actuado en muchos casos como la gente desea, con prontitud y eficacia. Pero eso no es siempre posible en una pandemia y un desastre económico y administrativo heredado de la corrupción de anteriores gobiernos, ni frente a las exigencias de sus colaboradores del partido o de otras vertientes, incluso familiares.

Hay que esperar, y darle chance incluso al tigueraje que llegó mediante el partido u otros enlaces, a que se convenzan de que el Presidente, como muchos creemos, está en serio; que la Justicia es ahora independiente y funcionará contra la corrupción. Y esperar a que “el cambio”, el que será posible, busque su nivel.

Esperando nosotros “los civiles”, con la paciencia requerible en el caso, pero en alerta, prestos a exigir y a propiciar y defender el Gobierno que nos merecemos. O, preferiblemente, uno mucho mejor; esto es, como lo concibieron nuestros fundadores.

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