Cuando usted muy amable lector esté leyendo este artículo dominical, yo estaré regresando al país, estoy ahora mismo en atareos de aeropuertos, en razón de que hemos hecho un recorrido por Europa que hoy termina, en esta oportunidad: Madrid, Suiza, Italia y Polonia fueron los destinos finales. Este viaje lo hemos disfrutado y el mismo tuvo una significación especial, pues allí celebré el pasado jueves 15 (Corpus Christi) mi cumpleaños, mis sesenta y ta… En esa oportunidad por la salud de mis gentiles lectores, levanté mi copa paladeando un vino tinto francés exquisito, un Joseph Drouhin (Pinot Noir de Borgoña). Sin embargo, comentar esa muy grata experiencia europea, es razón de otro “conversatorio”. Hoy permítanme, “conversar” sobre mi reciente visita a Lima, Perú, pues lo prometido es deuda.
Desde mi infancia temprana, el recuerdo más lejano que tengo del Perú fue escuchar por mi padre la música de Chabuca Granda; mi padre era un verdadero “caballero de fina estampa”, gran admirador de la eximia compositora. Los domingos a tempranas horas de la mañana empezaban los tangos, mi progenitor era un gardeliano militante, con música “vieja” (los boleros que por su gran calidad artística han traspasado el tiempo), y de Chabuca, principalmente con el tema “La flor de la canela”, su más conocida composición. Fue esa la razón que al día siguiente de estar en Lima, en esa muy hermosa capital sudamericana, pedí visitar la plaza “Alameda Chabuca Granda”, donde una alta estatua roja la recuerda, en el Centro Histórico de Lima. Recordé y “volví” en ese momento a caminar de nuevo en mi imaginación, por el hermoso paseo con su nombre que hay en la capital Argentina, en el elegante barrio de La Recoleta de Buenos Aires y “vi” otra vez la estatua de la insigne dama en el país del Papa.
Los poetas y cantautores son capaces de crear palabras que sientan sus reales en el acervo popular aunque jamás pueblen los diccionarios, y no creo andar descaminado si aseguro que todos atesoramos versos y letras que permanecen concurrentes en nuestro recuerdo. María Isabel Granda y Larco, conocida como Chabuca Granda, es una de las máximas cantautoras del siglo XX. Logra ella una delicada mezcla entre las altas esferas aristocráticas de su país y la bohemia del criollismo limeño, lo que la hizo una mujer de visión avanzada para la época y con gran conciencia social.
Caminado esa tarde desde el barrio Barranco hacia Miraflores, pasamos por el romántico “puente de los suspiros”, allí la recordé, veamos una estrofa de la canción de su autoría con este mismo nombre: “Es mi puente un poeta que me espera/ con su quieta madera cada tarde/ y suspira y suspiro/ me recibe y lo dejo/ solo/ sobre su herida/su quebrada/ y las viejas consejas van contando/ de la injusta distancia del amante”. Por mucho que uno haga todo conspira contra la posibilidad de que lo elegante, la buena música, lo romántico, y la refinada poesía tengan un público más amplio y aristocrático. Empezando por la rampante y triste mala educación, se ha marginado el buen gusto por completo. La base de buena cultura general que se lograba con la antigua educación, hoy penosamente se ha perdido. Lo actual es grave, en la poética, en la música, y en la formación educativa del hogar, no sé cómo llamarle, pero hay una muy “desconsoladora” realidad del óbito de lo refinado, hay una decadencia del buen gusto que es aberrante. La poesía dominicana ha sobrevivido, por: Morrison, Mármol, Raful, León David, etc. Pero también por la gran ayuda de la música con personajes como: Alberto Cortés, Serrat, Pasión Vega, Elton John, Bob Dylan, etc.
La muy famosa cocina peruana la degusté, recibí atenciones a cuerpo de rey, me sentí un verdadero sibarita. En el restaurante Punto Azul, sobre el mar saboreé su celebérrimo ceviche (con batata y maíz). En una muy gentil invitación de nuestro embajador en Perú, el Dr. Rafael Julián, en el restaurante “Delcino Mar”, degusté el pescado pez espada, el cual nunca había comido. En el restaurante casualmente de nombre “Chabuca” del hotel Atton donde nos hospedamos, disfrutamos de sus sopas, ricos risottos, camarones, papas de colores, anticuchos, etc., todos verdaderamente exquisitos. Probamos de postre un majarete de maíz morado, que para mí fue novedoso, aparte de lo deleitoso. Creo en vivir intensamente el hoy, pues tenemos los humanos dos agresiones permanentes: el indefectible rápido paso del tiempo, y las limitaciones genéticas propias de nuestra muy transitoria condición humana. ¡Disfrutemos!