Limitaciones dialógicas del discurso económico

Limitaciones dialógicas del discurso económico

POR JOSÉ LUÍS ALEMÁN S.J.
Puedo decir con verdad que el origen de las reflexiones siguientes se vinculan en mí con la dificultad que he encontrado como economista, definitivamente no amante de la controversia profesional,  e incluso como sacerdote en establecer diálogos ínter comunicativos donde yo y los otros yo que son mis interlocutores hablemos, nos escuchemos y nos respondamos  con seriedad y sinceridad, o sea donde no sólo hablemos alternativamente  uno y  otros sino  intercambios posiciones y razones en pos de acuerdos y compromisos.  Un par de ejemplos para ilustración.

Recuerdo una conversación con una piadosísima anciana después de una Misa en la que ella rezaba el rosario y mascullaba oraciones como si fuesen ensalmos para expulsar espíritus. Al terminar pidió hablarme para que le bendijese un galón de agua. Aunque acostumbrado yo a este tipo de prácticas parece que la señora poseía el don de  clarividencia para leer pensamientos ajenos y me dijo sin que yo le hubiese dicho una palabra: “son nuestras “caballadas”, Padre, nuestras cosas”. Comprendí que  aquella ejemplar anciana y yo podíamos hablar de cualquier tema de la cotidianidad pero no de religión. Hay barreras para el diálogo religioso que no alcanzábamos a superar.

     Otro ejemplo de entre muchísimos que se ven y oyen cada día en la TV y en la calle ahora sobre políticas económicas de los partidos. Un militante de un partido de oposición critica por ejemplo la posición del FMI ante la Shell por razones basadas, cree él,  en la experiencia. Otro defensor del Gobierno le contesta con una andanada de retórica patriotera. Cero discurso encaminado a oír y tomar en serio el parecer del otro.  Unos critican al Gobierno por corrupción o quebrantamiento de la Constitución; los otros le recuerdan lo que pasó en el anterior Gobierno. Cero diálogo discursivo. Mejor sería confesar nuestras “caballadas”, nuestras simpatías y nuestros intereses.

      A nivel internacional recordemos los choques Chávez-Uribe eximio ejemplo de condenas mutuas asertivas y cero interés en un discurso orientado a un entendimiento mínimo a pesar de que de este modo se hiere al otro  pero también de paso  por él, con él y en él a los ciudadanos que cada quien representa. 

     ¿Por qué es tan difícil el diálogo discursivo y tan fácil el asertivo? ¿Por qué parece ser más infrecuente entre los latinos el diálogo discursivo que entre sajones y nórdicos? ¿Está el ser humano condenado a ser esclavo de su opinión y a ignorar la de los demás?

      La lectura de un hermoso y profundo (muy profundo) libro del Profesor Maceiras de la  Complutense de Madrid sobre las Metamorfosis del lenguaje, Alianza, 2002 me ayudará  a comprender las barreras del diálogo.

1. Barreras Antropológicas y Sociales

    Hace un siglo se originó una avalancha  bibliográfíca sobre el espíritu de los pueblos basada en los escritos de Dilthey. En los esfuerzos por identificar las raíces de la diversidad del “espíritu de los pueblos” jugaron un papel significativo Boas, antropólogo alemán emigrado a Estados Unidos y enemigo de la hipótesis racista del espíritu de los pueblos, y Basil Bernstein quien elaboró las vallas que las clases sociales colocan al discurso comunicativo.

a)     Boas elabora una distinción fundamental para comprender lo difícil que resulta la comunicación entre el “hombre primitivo” y el “hombre civilizado” lo que, de acuerdo a la perspectiva del antropólogo,  no incluye juicios peyorativos sino meramente diferenciales.

      El material tradicional con el que se relaciona el modo de pensar del hombre civilizado no es el dado por la naturaleza sino  el asociado con siglos de saber históricamente acumulado considerado de forma dinámica o sea el nivel de conocimientos es resultado del trabajo artesanal (no meramente contemplativo ni admirativo) de las generaciones anteriores que es continuado por las presentes y futuras.

     Ante un paisaje, un hecho social, físico o biológico el hombre civilizado trata de ver sus causas  y efectos y de llegar, por medio de la experimentación y de la reflexión, a niveles superiores de comprensión  del hecho y de posibles futuras aplicaciones. Su mentalidad es instrumental y experimental. Ni siquiera se contenta con usar las técnicas heredadas. El foco de su atención es el esfuerzo continuo orientado a mejoras  futuras.

     La mentalidad del “hombre primitivo”, en cambio es en parte contemplativa pero también en parte interpretativa a nivel cosmológico y religioso: búsqueda del sentido de la naturaleza, de dios y del yo o nosotros. Levi-Strauss usará el término de “pensamiento concreto” de lo que es y de su significación trascendental no de su utilización instrumental.

     Boas, con Sapir y Whorf se basaron fundamentalmente en el estudio de las lenguas y culturas amerindias, incluso mexicanas. La sola presentación de estos dos tipos de cultura nos suena creíble y hasta fecunda para asomarnos al estudio de  nuestra cultura indígena y africana presentes en nuestro mestizaje.

      Por otra parte la intuición de Boas prescinde del hecho de que la cultura del “hombre civilizado” que él describe es de muy tardía aparición en la civilización occidental, no antes del siglo XVIII. La generalización aun en esta área del mundo y su rápida asimilación en Asia oriental y sudoriental ha sido fruto  de un tipo instrumental de educación y de  división del trabajo y no representa una mentalidad “natural” sino aprendida.

b) Barreras de clases sociales.

    Basil Bernstein arrancando de una estructura de remoto origen marxista distingue el pensar propio de la clase media del de la clase obrera.  Su trabajo muy típico del método empírico resulta, sin embargo, más psicosocial y cultural que estructural aunque reconoce que las características del modo de hablar y de pensar  de ambas clases se origina en las exigencias de la división del trabajo y de la con ella exigida educación formal.

     Obviamente la misma generalidad de las clases deja espacio para elaboraciones empíricas y teóricas más matizadas por el peso de las realidades históricas y naturales de cada sociedad. Con todo creo que Bernstein nos presenta una clave importante para  apreciar los orígenes de muchas de las barreras del diálogo aun cuando en países como el nuestro con poco desarrollo capitalista nos conviene matizar sus afirmaciones con las ofrecidas por la mente del hombre primitivo.

     El modo de dialogar de la clase media es incomprensible sin tener en cuenta la existencia  en los padres de familia de un modo especializado de ver el mundo con una concepción instrumental de la vida orientada al éxito futuro  alcanzable mediante la especialización y el control. Las relaciones sociales tienden igualmente a ser instrumentales al igual que el uso del lenguaje y las expresiones emocionales: todo lo que es útil para el futuro es aceptable, lo que lo dificulta debe ser rechazable. Consecuentemente  la educación sentimental y especializada de los niños  exige un fuerte control y regulación de sus relaciones sociales dentro y fuera de la familia.

     La estructura lógica del lenguaje empleado tiene muy en cuenta la interacción del hablante con los demás y acentúa la importancia de la recepción a los estímulos que  proceden  de ellos. Desde el punto de vista  de su código formal el lenguaje cultiva  proposiciones generales de orden lógico organizador de las experiencias.

     La descripción por Bernstein de las actitudes que la clase pobre  vive detrás del lenguaje y del discurso  acentúa las diferencias de su discurso frente al de la clase media.

     Brevemente el objeto y la meta del discurso es preponderantemente lo “presente”  y no el futuro; el lenguaje más emotivo que instrumental responde a situaciones descriptivas tangibles; los objetivos familiares dependen más de la suerte, del amigo, del político o del familiar que de la capacitación vocacional; el “yo” se manifiesta a través de recursos verbales no lingüísticos (tono, vinculación de voz, deformaciones fonéticas populares) que afectan negativamente el autorrespeto y el  de la clase media; finalmente existe un código cultural que resalta el “nosotros” y no el “yo”.

     La clase obrera se expresa en  un “lenguaje público” de elaboración menos lógica (no diferencia frecuentemente entre razones y conclusiones) y mucho más emotiva que el de la clase media con uso abundante de expresiones francas  y metáforas grupales más que individuales.

    Quien traslada estas dos secuencias de discurso diferente resumidas por Maceiras cuenta con una explicación verosímil de las dificultades del diálogo social en general pero sobre todo económico, tan abstracto como general y lógico, entre personas no sólo de clases diferentes sino de muchos que conservan por necesidad actitudes de  personas no especializadas aunque hayan avanzado en gustos y modales  de la clase media.

2. Barreras de la comunicación

    Las barreras sociales y antropológicas son externas a los dialogantes. Existen, además, otros  obstáculos que nacen de deficiencias de ellos mismos. Entre ellas me fijaré en tres: discurso unilateral sobre la realidad de la vida en el dialogante, falta de compromiso de los dialogantes,  e incumplimiento de las condiciones indispensables de la acción ínter comunicativa.

a) Una milenaria tradición filosófica que procede de Platón nos ha domesticado intelectualmente a considerar la relación idea-objeto como meta de toda comunicación. Verdad y conocimiento trabajan sobre un material captable por los sentidos y modificable por la acción de causas eficientes para lograr ciertos efectos  comprobables empíricamente. Sólo eso es “ciencia””o  “verdad”. Lo demás es parla chinería popular.

     La economía trabaja con supuestos similares: construimos modelos especificando variables explicatorias y  explicandas y tratamos de medir el efecto de las primeras sobre las segundas.  Hablamos, como los físicos, de hechos o de supuestos “naturales” no de sentimientos aunque ahora los actores son concientes pero suponemos que se dejan guiar cibernéticamente por una fuerza de gravedad social dada por el  interés y la utilidad.

     En cambio nuestros interlocutores aunque no ciegos a esa lógica factual están generalmente poco interesados en ella y usan o pueden usar  en su discurso categorías de lenguaje más afectivas es decir más humanas, o más  “justas” (igualitarias), o más acordes con la tradición histórica (“patrióticas”), o más responsables y menos mecanicistas, o más cónsonas con las explicaciones últimas sobre Dios, Mundo y Persona.

     El discurso económico como el estético, el religioso o el histórico tienden a ser unilaterales o sea a desinteresarse por  de otros lenguajes que, por su parte, y esta es la gran diferencia entre nuestros tiempos y los pasados, son aceptados como igualmente reales. Sabemos de sobra que lo “científico” explica y hasta puede mejorar el admirable funcionamiento de  variables de todo tipo que actúan sin sujetos concientes. Pero sabemos también que la realidad del mundo y de la sociedad luchan por hallar sentido al arte, al afecto, a la tradición, a la convivencia humana y al cosmos entendido como totalidad de agentes concientes o no.

    Por eso si no construimos un terreno común que interese a nuestros interlocutores no existirá diálogo auténtico. Obviamente  nadie se interesará por minucias técnicas ajenas a su experiencia vital. Por eso el diálogo del economista con los otros “yos” sólo prende cuando se tratan temas “materiales” básicos para la humanidad generalmente en las categorías de justicia, convivencia y supervivencia.

b) En un mundo tan complejo existen y se dan dos peligros para un diálogo sincero y profundo: el ocultamiento de los intereses  detrás de justificaciones altruistas y la pérdida de interés y hasta de fe en la existencia de  valores y deberes trascendentales.

     Maceiras señala que entre los campos más propensos a la ideologización figuran la legitimación del monopolio de la violencia del  Estado como única vía para neutralizar la violencia particular, y la legitimación de intereses  mediante la llamada a hechos y personas fundantes de una nación o partido.  La concurrencia del discurso  patriótico ideológico, sacralizado o no, para justificar guerras,  nacionalizaciones y políticas y tapar así otras más reales  motivaciones y objetivos es demasiado practicada entre nosotros para necesitar explicación.

    Un peligro más letal para el diálogo que nace en parte de la complejidad de la vida pero también de la falta de anclas  de valores ontológicos  es el pensamiento postmodernista caracterizado por su rechazo  a cualquier pretensión de validez absoluta. En vez de diálogos tenemos tertulias en las que no  buscamos  compromisos definitivos de los interlocutores sino “seguir hablando simplemente en la esperanza de llegar a acuerdos o desacuerdos pacíficos que resulten útiles para seguir hablando” y nada más. Palabras, no acciones. Nuestro vocabulario político dominicano usa no el vocablo “postmoderno” sino el de “pragmatismo” tan carente de principios  y tan indiferente a la relación cualitativa medios/fines como aquél.

c) La tercera barrera a la acción comunicativa racional/tecnológica de un diálogo realmente humano se da en primer lugar si falta la comunicación de un  contenido basado  en evidencias lógicas o empíricas  o si se  irrespetan las normas aceptadas por la comunidad de hablantes. Rawls llamaba a estas normas principios de justicia institucional aceptados de común acuerdo para la solución de conflictos aun cuando puedan convertirse en instrumentos de mi futuro mal.

    No bastan sin embargo para una genuina acción ínter comunicativa acuerdos o consensos fundados racionalmente ni el cumplimiento de normas institucionales de diálogo. La acción ínter comunicativa exige que el diálogo se ordene a buscar acuerdos de acción, a resolver problemas, los de los otros y de los míos que satisfagan las condiciones de  equidad, moralidad y responsabilidad.

    Concretamente: el diálogo procede a partir de afirmaciones lógicamente construidas que alcancen a poner al interlocutor en condición, vía convicción no imposición ni por   habilidad retórica, de decidir razonada y consecuentemente un curso de acción

      El éxito de la comunicación se alcanza a través de la participación activa y de un proceso de aprendizaje, que lleva tiempo, de todos los que intervienen en la comunicación.

       Resumiendo: el diálogo comunicativo se basa en razones y en la busca de lograr acuerdos de acción entre personas responsables. Sin acción rectificadora de situaciones vividas como injustas por muchos miembros de la sociedad no hay, por definición, diálogo social  ínter comunicativo.

     Probablemente esta falta de disponibilidad para actuar en el marco de una realidad tan compleja como la humana se ha convertido hoy en día en nuestra sociedad en moneda de uso corriente y  hacemos como que creemos que a base de cherchas para seguir hablando en busca ilimitada  de soluciones reales, que mucho tememos, estamos dialogando. A mí me parece que ese diálogo sin compromisos de acción creíble es pura ideología anestesiante de la mala conciencia.

3. Conclusión

No tiene sentido repetir lo ya dicho. El diálogo social ínter comunicativo no es sólo un elegante y complejo ejercicio intelectual, es vía para la acción. Sin ella se convierte en ideología.

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