Literatura, resistencia, mujer ¿Resistir a qué, a quién, por qué, cómo, desde cuáles escenarios?

Literatura, resistencia, mujer ¿Resistir a qué, a quién, por qué, cómo, desde cuáles escenarios?

Las mujeres resistimos desde la escritura a opresión política, económica, discriminación étnica, a invasiones…. campos en los que nos unimos a los hombres, como miembros de una colectividad afectada.
Pero comparadas con escritoras de otras generaciones, ¿qué tanta resistencia oponemos ahora a situaciones que lastiman a la sociedad en conjunto y sobre todo, a otras que nos dañan de forma exclusiva, como la estructura cultural, tan arraigada que nosotras mismas la asumimos como buena y valida?
Hemos resistido, con una diversidad de voces y esa diferencia aunque nos hace distintas en la forma, enriquece el fondo y evidencia que no necesitamos ser iguales ni combatir lo mismo. La tarea será entonces hacerlo desde esquinas opuestas sin despedazarnos. ¿Es posible?
Gracias al legado de las predecesoras locales y extranjeras hemos avanzado, logrado mayores espacios, mayor presencia y lo más neurálgico, empoderar a otras.
Mas, todavía falta y más aún, el registro de obras de escritoras jóvenes publicadas en el país en esta década no contiene una cantidad significativa de textos en esa línea.
Cuatro factores podrían incidir: entender que ya no hay motivos para reclamar, que no queda nada distinto que decir a lo planteado por otras en otras épocas, que no nos interesa, o el temor a dejar de ganar espacios o a perder los conquistados.
No resistir es un derecho. Una voz que no asume corriente alguna de denuncia, de crítica, es también resistente, rechaza cerrar filas. No obstante, si la respuesta a la falta de postura está vinculada al último de los cuatro elementos, entonces es claro que la mayor resistencia debemos oponerla al miedo a ser tachadas, juzgadas, constituido en una mordaza.
El abanico de posibilidades es ahora más extenso. Tenemos la oportunidad de enfrentar desde la narrativa, la poesía, artículos de opinión, reportajes y en esta, la era digital, las redes sociales permiten a una mayor cantidad de mujeres expresarse y revolucionar el canon.
Sin embargo, pese a estas oportunidades, a los avances, a que las féminas han contribuido al cambio con sus letras, la literatura revisada arroja que no somos más combativas que hace 50 años.
Peor aún, suele ocurrir que cuando resistimos desde los textos, fuera no hacemos oposición de manera tan firme y a veces de ninguna otra.
Como si escribir fuese una herramienta para construir a la mujer que en realidad queremos ser o como si lo hiciéramos para seguir un esquema, para pertenecer y evitar que nos culpen de pasivas pero ahí quedamos y aunque la palabra es un arma, es más fuerte aunada a la práctica.
Hay otro lado más incongruente, coartar nuestra voz, limitar a los círculos íntimos lo que pensamos o sentimos para no chocar con ningún sector que pueda perjudicarnos, ni contra Dios ni contra el Diablo, adversos pero “hermanados” por el poder de cerrar puertas.
Esa autocensura lleva incluso a perdernos en cuestiones tan triviales y absurdas a estas alturas como preocuparnos tanto por ser tomadas en serio para no parecer ligeras que dejamos la impresión de que concedemos más importancia a la ropa que a los planteamientos.
Y por ese mismo interés de no ser excluidas rehuimos a trabajar aspectos como el erotismo, para que no nos encasillen y/ o definan con adjetivos derivados del morbo que viene incluso de otros escritores, a los que el oficio no les amplía el horizonte.
Estamos ligadas todavía a estereotipos creados por los prejuicios que nos hacen por ejemplo evitar las “malapabras” en los textos porque no queremos que nos acusen de vulgares y de forma inconsciente caemos en ese otro prejuicio de asumir que las palabras que usa el vulgo, el pueblo son malas.
Es evidente que hay motivos para ese miedo y lo peor, los ataques y el bloqueo no vienen solo de los hombres.
Por eso, más que todo, hay que preguntar qué tanto resistimos desde las letras a nuestras propias aprensiones, a nuestra propia resistencia al cambio. No hay resultados sin romper con esa renuencia a enfrentar lo establecido, con esa indiferencia y ese acomodamiento angustiante o desganado en la zona de confort.
La ruptura debe empezar por la misma visión que tiene la mujer de sí antes de luchar contra cualquier forma de definirla en la esfera literaria.
Los desafíos que plantean las que escribieron antes, incluso hace más de un siglo, el atrevimiento con el que lo hicieron debió ser referente para las siguientes generaciones, enfrentadas a escollos similares pero con otros aires, otro disfraz.
La resistencia siempre impactará los métodos estancantes, en procesos rápidos o lentos. Pero habrá que ver qué tan firme y efectiva es como para alterar la raíz del sistema y sobre todo, si en todos los casos el enemigo es real o solo sombras.
De ahí que es clave tener claro más que resistir ¿a qué, a quién? ¿Siempre nadar contra la corriente o seguir el rumbo definido sin cuestionar? Cuidarse de los extremos no sobra. No sea que al huir de un encierro sea abrazado otro vestido de falsa libertad.
La falta de propósitos concretos, de objetivos precisos deja sin argumentos ante la “contrarresistencia”.
Por eso es elemental definir por qué hacemos o incursionaríamos en esa literatura. Sincerarnos con nosotras mismas.
La diva, la doña y por un buen tiempo la dueña de México, María Félix, decía- soy liberal porque hago lo que quiero-
¿Las escritoras podemos afirmar que somos liberales porque escribimos lo que queremos?
Insisto
Es fundamental analizar si nuestros textos en realidad nos retratan o solo son una fachada para ocultar debilidades, un puro afán de crear una imagen alrededor nuestro.
¿Vemos una oportunidad para mostrar al hombre que existimos y que podemos y peor aun para competir con otras mujeres y de esa manera todavía a estas horas nos atrincheramos en esa competencia que desgata y aleja las metas?
Es igual de esencial saltar del otro lado de la balanza, evitar quedarnos cortas, sin atrevernos a plantear lo que en realidad somos y ambicionamos más allá de nuestra guarida blindada.
Ser críticas, cuestionar nos llevará a dilucidar si enfocamos las energías de manera adecuada o estamos muy orientadas en cuestiones aisladas que dispersan las prioridades.

No ayuda reclamar igualdad y sentir que nos exigen más que a los hombres cuando nosotras mismas nos exigimos más. Nos presionamos con la obsesión de que para ser buenas debemos hacer textos que los superen.

O nos molestamos ante las críticas para autocensurarnos luego por temor a nuevas avalanchas y a lo que implican.

Tampoco resulta si a la hora de escribir pensamos más en cómo será asimilado nuestro planteamiento que en exponerlo.
No surte efecto porque es resistencia inválida.

Las mujeres debemos ser, siempre que seamos lo que decidimos y lo más elemental: debemos dejar ser a otras, porque peor que no resistir es la falta de autenticidad.

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