Literatura

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NÉSTOR E. RODRÍGUEZ
Versos perdidos de Pedro Henríquez Ureña

La trayectoria intelectual de Pedro Henríquez Ureña (1884-1946) comprendió etapas diversas que lo llevaron a ejercitarse en registros tan heterogéneos como la creación literaria, el periodismo cultural, la crítica operística y el ensayo. A pesar de esta palmaria variedad, una parte significativa de su obra permanece desatendida. De los múltiples géneros que practicó “el gran artífice del concepto moderno de cultura hispanoamericana”, al decir de Arcadio Díaz Quiñones, la poesía es quizás el que menos atención ha recibido por parte de la crítica especializada.

Al morir Pedro Henríquez Ureña dejó organizados dos libros: México o el hermano definidor, volumen de ensayos en proceso de edición en la capital azteca, y un cuaderno de poemas y traducciones que tituló Versos (1894-1905), de próxima publicación en Santo Domingo. Ambos manuscritos estuvieron en manos de Sonia Henríquez de Hlito hasta septiembre de 2006, cuando el archivo personal de su padre pasó a manos de El Colegio de México. Gracias a la mediación de Rafael Olea Franco, del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de la mencionada institución, y del embajador dominicano, Pablo Maríñez, obtuve el permiso para examinar esos papeles aún sin catalogar. En mayo de 2007, Citlalitl Nares, directora del Archivo Histórico, cortó los sellos diplomáticos de tres cajas procedentes de Argentina para permitirme hurgar entre cientos de cartas, telegramas, notas, recortes de prensa y manuscritos. El poema que incluyo en esta nota es una de esas piezas perdidas de la obra del insigne pensador dominicano.

Tres años después de la muerte de Pedro Henríquez Ureña, Emilio Rodríguez Demorizi recoge bajo el título de Poesías Juveniles una serie de poemas publicados por quien fuera su maestro y amigo en revistas y periódicos de Santo Domingo y en Cuba Literaria, la revista fundada por su hermano Max en Santiago de Cuba; también incluyó en la compilación dos inéditos (“En memoria del decano de la poesía patria” y “Máximo Gómez”) e “Imitación D’Annunziana”, recogido en Cortesía (1948) de Alfonso Reyes. El volumen Poesías Juveniles, publicado en Bogotá por Ediciones Espiral, cuenta con un florido prólogo de Rodríguez Demorizi bajo el título de “Ofrenda”, en el cual el compilador alude al poco interés que Henríquez Ureña tuvo por dar a conocer sus composiciones poéticas de juventud: “Holgaría advertir que Pedro Henríquez Ureña dejó dispersas y en el olvido estas Poesías Juveniles, desviadas por otros rumbos sus aficiones literarias de la mocedad”. El hallazgo del cuaderno de poemas de Henríquez Ureña, ordenado de su puño y letra, echa por el suelo la teoría del supuesto olvido de esas composiciones tempranas. Es claro que el maestro tuvo intenciones de publicar toda su poesía, incluso textos tan precoces como “Mimisintinca” (1894), no incluido en el manuscrito pero mencionado por su autor en una nota manuscrita junto a otros cuatro poemas de 1896: “Beyita”, “Mamá Reina”, “La noche y el mar” y “Ana Osorio”. En el índice con que Pedro Henríquez Ureña principia su recopilación estos poemas aparecen bajo el rubro de “Juegos infantiles”.

Si hubiera que recurrir a las etiquetas histórico-culturales para ubicar la producción poética de Henríquez Ureña habría que hablar de la obvia deuda con la poesía francesa del siglo XIX, especialmente la corriente parnasiana, pero también con el decadentismo, que viene a constituir la antítesis del ideal de armonía clásica de la tendencia que siguieron Leconte de Lisle y el primer Verlaine. Esta patente fusión de elementos procedentes de las diversas corrientes poéticas que gravitaban en la época es lo que permite identificar en la poesía de Henríquez Ureña elementos congruentes con el ideal estético del modernismo hispanoamericano.

A Cuba

 (En la muerte de Francisco Gonzalo Marín)

Virgen americana, mártir bella, triste Cuba infeliz, jardín de flores, tu luminosa solitaria estrella iluminando va sangre y horrores. 

En pos de libertad audaz te lanzas, perla brillante de la indiana zona, y en la contienda la victoria alcanzas; mas ciñes del martirio la corona.  Ostentas en la frente inmaculada la corona de espinas punzadoras, y aunque para la lid estás armada, para vencer, tus muertos hijos lloras.  Ante una tumba hoy con dolor te inclinas; yace en ella un poeta y un patriota que cruzó por tus llanos y colinas luchando hasta exhalar su última nota. 

Para cantar, de bronce fue su lira, Y fue para lidiar viril su pluma; siempre un grande ideal su mente inspira, bellezas siempre su pincel esfuma.

A Borinquen cantó, su patrio suelo, de Bolívar, de Washington, de Duarte en las tierras se vio, mas fue un anhelo tu independencia ¡oh Cuba, hija de Marte! Y el romancero de la hercúlea lira, el escritor de bullidora idea, el periodista de la santa ira, fue por tu libertad a la pelea.

¡Y hoy ya no existe! Al despertar ibero combatiendo murió. Más tu poesía ¡cantor del Veintisiete de Febrero! no morirá, no muere la armonía.

¡Cuba, indómita antilla, tierra brava Patria de Heredia, de Martí y Zenea Rompe cadenas y no estés esclava Gloria tu nombre el Nuevo Mundo sea! ¡Y mientras a la lucha te apercibes y marchas decidida a la victoria, llora a ese muerto, cuyo amor recibes, y vuela luego a conquistar la gloria! Cabo Haitiano, Haití, octubre 1897.

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