Literatura. El futuro de la novela

Literatura. El futuro de la novela

Luis Goytisolo, el gran escritor español, acaba de lanzar una tesis arriesgada y controversial sobre el futuro del libro y la novela, en la que manifiesta una colosal preocupación sobre su desaparición. Ve peligroso que la lectura se transforme en una actividad especializada, y que le gente deje de leer creaciones literarias en general. “Es decir: que el hábito de la lectura de esta clase de obras acabe considerándose algo sobrante, que para darse uno por enterado se juzgue suficiente recurrir a las píldoras informáticas, bien vía internet –donde está todo, o bien mediante cualquier otro sistema audiovisual. En el fondo, que la cultura, y más concretamente la literaria, se convierta para las mayorías en algo prescindible, accesorio”, afirma en Naturaleza de la novela, Premio Anagrama de Ensayo 2013.

El temor de Goytisolo sobre el destino de la novela se halla asociado a su lectura y, más aún, a su escritura, pues si a nadie le interesara en el futuro leer novelas, ¿para qué escribirlas? De ahí que es un género que puede desaparecer, como desaparecieron la poesía épica o los cantares de gesta, que en su época fueron populares. El mito de la locura de Don Quijote por leer novelas de caballería hoy resultaría no creíble, ni tampoco es necesario el reproche o el temor de nuestros padres. Ahora el miedo reside en las horas muertas que permanecen nuestros hijos frente a los ordenadores o la TV. Los anaqueles que antes los ocupaban los libros ahora los ocupan objetos de adorno. La conversación entre familia y los vínculos con la comunidad, el diálogo sobre las novelas leídas y la prensa, nutrían nuestros sentimientos, ejercitaban nuestro pensamiento y encendían nuestra memoria. Ese espacio, en cambio, lo está ocupando un mundo virtual, artificial, inventado por los aparatos electrónicos.

Otra inquietud de Goytisolo sobre el fin de la novela radica en que todo novelista se inicia por ser lector de novelas, antes que escritor de novelas; si las novelas no se leen, tampoco se escribirán, pues si no se consumen o demandan, su futuro será incierto. La vocación del novelista nace en un ambiente propicio de lectura, donde la cultura del conocimiento y el tiempo de ocio estén vinculados a la propia creación de novelas. Sin este entorno es difícil que haya un impulso voluntario en la escritura de novelas, género literario que se desarrolló concomitantemente con el desarrollo de la burguesía, que propició a su vez un ambiente ideal para su lectura. La masificación de la lectura novelesca nace con la novela histórica, luego con las de humor y con las de aventuras, en el momento de mayor popularidad del género, tras largos años de hegemonía del teatro y la poesía.

Después de que la novela alcanzó su mediodía hasta muy entrado el siglo XX, su máximo grado de voluntad expresiva y universalidad imaginativa, el género está experimentando síntomas de agotamiento, en la medida en que nos adentramos en la postrimería del siglo XX. Un signo de ese ocaso se manifiesta con el auge creciente de los bestsellers, un producto de consumo masivo vinculado a las exigencias del gran público, y que coincide con la proliferación de los artículos audiovisuales que genera la vida cotidiana misma, en un mundo cada vez más intercomunicado y con demanda de información.

“En el terreno literario y en lo que se refiere a la novela, el problema que se plantea en la actualidad está relacionado con una causa no interna –agotamiento- del género sino externa, vinculada más bien a un cambio en los hábitos sociales. Lo que empieza por ser una tendencia que afecta a la lectura de ese género literario que llamamos novela –continúa Goytisolo- terminará tarde o temprano por afectar su escritura. Si se empieza por leer cada vez menos novelas –de calidad, se entiende-, terminará habiendo cada vez menos novelistas”, concluye de modo apocalíptico el novelista, para quien esta proliferación de medios audiovisuales está arrinconando a la novela.

Otro enemigo que ve es el cine, a pesar de que durante mucho tiempo convivieron sin competir. No obstante que muchas novelas han sido llevadas al cine, y que éste haya aportado técnicas a la novela, como el flash- back, y que algunos novelistas han compartido su oficio con el de guionista de cine, los hábitos de ir al cine como diversión social no representaban ningún peligro. Después de ver una película en el cine, las personas, en el pasado, tomaban en su casa una novela y la leían, pero que estos hábitos han desaparecido, pues los cinéfilos optan por seguir viendo películas en el hogar.

El problema hoy es que los hábitos de ir al cine están sustrayendo de las personas el tiempo de la lectura. Es decir, que una película estimulaba la lectura de una novela, especialmente las novelas históricas. Esta competencia desigual se acentuó con la TV, que roba más tiempo en el hogar con la facilidad que permite el zapping para escoger de una miríada de ofertas de canales y, más aún, con la multiplicación de los videojuegos, los móviles, las pantallas gigantes y el internet. De modo pues, que la imagen, los juegos virtuales y el sonido están arrinconando la palabra escrita.

Goytisolo ve en el libro electrónico una amenaza para el mundo editorial, y en especial para la novela de calidad, en su intento por recuperar lectores, “con lo que no se consiguió sino marginar más todavía a la novela propiamente dicha”. Con el auge de las novelas históricas o de misterio, estas últimas pobladas de seres mitológicos, gigantes, magos y monstruos, con modelos recuperados de arcaicas mitologías europeas, lo que ha sucedido no es más que “propiciar una infantilización del gusto”, lo cual también es un signo de crisis y agotamiento del género. Los ambientes que pintan estas novelas para el gusto juvenil están matizados por dragones celestes, cataclismos escatológicos y fuegos dantescos, sin vocación estética, y sin sustancia argumental, cuyo éxito de un público reside en el hecho de postular un diseño narrativo de carácter mítico- fantástico y legendario, que seduce y apasiona, pero que al menos crea un hábito lector, en ciertas zagas novelescas, idea que –a mi juicio- no advierte Goytisolo.

La novela como expresión literaria moderna ha entrado en conflicto, desde el punto de vista del tiempo de su lectura, con los hábitos cotidianos de la sociedad, lo cual explica el declive de su recepción. Hay pues un eclipse de las grandes novelas de los grandes novelistas, que muchos lectores esperaban para explicarse a sí mismos, para darles respuestas a sus dramas existenciales, y conocer su lugar en el mundo, como sucedía a mediados del siglo XX con Sartre, Camus, Malraux o Gide.

Ese ocaso que experimenta la lectura de novelas, que es una continuación del que vive la poesía desde los años sesenta con el crepúsculo del surrealismo, también tiene su expresión en la creación y escritura de la novela. “En lo que se refiere a la novela, nos encontramos con que el género ha dejado de renovarse, de abrir nuevos caminos, y quienes de un tiempo a esta parte empiezan a cultivarlo no suelen hacer sino repetir fórmulas con mayor o menor talento”, afirma categóricamente Goytisolo.

 

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