Literatura
Ínsula Mía, de Oscar Holguín-Veras Tabar

Literatura<BR>Ínsula Mía, de Oscar Holguín-Veras Tabar

Al enfrentarnos al texto Ínsula Mía, de Oscar Holguín-Veras Tabar, llegan intempestivamente ante nosotros, sin haber tenido la intención de pedir permiso siquiera, las voces de un granado grupo de poetas caribeños. He distinguido con toda claridad las de Domingo Moreno Jimenes, Manuel del Cabral, Luis Palés Matos, Franklin Mieses Burgos y Juan Sánchez Lamouth. Pareciera como si todos ellos fueron convocados al unísono para que transitaran los puentes esotéricos que indudablemente conectan sus producciones, y se atropellaron de pronto en este libro, ante nuestra asombrada capacidad de discernimiento. Y qué grata sorpresa nos ha causado esta inesperada compulsión estética. Porque, producto de la poca difusión de su obra, se podría pensar que el autor es uno más del grupo que ante el menor signo de inspiración se dispara a escribir versos sin tener una concepción muy clara de la poesía. Sin embargo, debemos reconocer que estamos frente a un texto singular, producto de la incuestionable madurez de este escritor cuyo esqueleto ha sido construido con el marfil del clasicismo y sus músculos elaborados con los más delicados tejidos de la sensibilidad artística, templados balanceadamente en las diferentes fraguas donde se han forjado los movimientos constructores de la historia literaria. No de otra forma se puede estructurar un discurso poético que, a pesar de lo sobrio, sea capaz de calar tan hondo en nuestra sensibilidad: Esta tarde me dibuja en la soledad de la palabra. Mis manos se abren y guarecen el silencio que silba en el verso. Laberinto trocado en eco, voces cansadas que abren huecos en los maduros arrozales, atesoran albricias.

No es muy común que en estos días de estridencias y desgaires se nos trate de seducir con un lenguaje poético tan minimalista. Parecen tan simples estas construcciones que, antes de digerirlas, nos extraña el estremecimiento instantáneo que sentimos al enfrentar la poesía en un lugar tan inesperado. Y cuando digo aquí, poesía, me baso en la llana definición legada a nosotros por García Lorca: “Poesía es la unión de dos palabras que uno nunca supuso que pudieran juntarse, y que forman algo así como un misterio”. Lo mismo que hace el poeta a todo lo largo de esta elegía que algunas veces abandona los límites del clamor desesperado que debe caracterizarla para coquetear momentáneamente con el aliento pindárico de la oda.

¡Ay de mí! prisionero de sueños, inocente de la verdad que me pretérita de Olimpo sin dioses en esta Isla que me refleja. ¡Amada Ínsula!, ¿por qué se angustia mi corazón?, ¿quién escucha sus latidos?, ¿dónde se quiebra el canto húmedo que la arena guarece? Yo, en mi laberinto, mis ansias desparramo como un regurgitar de mariposas encendiendo senderos.

Así nos encauza el trovador por el misterio, por las inusuales combinaciones de palabras para sumergirnos en el océano de sensaciones encontradas que sentiremos al navegar por este piélago de versos. En él nos iremos encontrando con las barcazas que otros capitanes del trópico agreste y seductor conducen por nuestras memorias estéticas. Como esta donde podemos reconocer, en el “mezzanine” de la popa, difuminada por los toques de originalidad que aportan las frescas imágenes, la figura patriarcal del postumismo:

Y yo, bajando en yagua sobre el frescor del rocío, tiernamente depositado en tus promontorios de lunas y sinsabores. Mueres en ti, pulida jícara, como ala blanca atrapada en la noche. Y renaces en mí, en mi pateada piel, sustancia de pan y rosa.

O esta, donde, en los contornos de una densa niebla que acompaña la embarcación se dibuja abstractamente el semblante del precursor de la poesía negroide caribeña, Palés Matos:

Déjame hurgar en tu península, en la cercanía de esta costa de sal, en el oropel de picos que se deshacen en archipiélagos de deseos.

El lirismo es un elemento que resalta en este poemario. Cuando las condiciones lo permiten, el poeta deja saber al mundo su criterio sobre el fondo de su canto. ¡Y en qué forma! No es el meloso sentimiento lo que se externa, mucho menos la artificiosa especulación. Es la pureza de un razonamiento acerebral, íntimo, tan profundo como el misterio que lo produce.

Tú, como yo, núbil gacela de aurora y rocío, anclada en el vértice de la caricia retardada, merecemos el silencio de un beso…

Espero, desterrado en la sombra, calmar la sed de este instante que retengo en la melodía de la imagen, primavera por donde vuelves a penetrar…

Mis pupilas arden, en tu vientre cansado se aposentan como luciérnagas en un techo combado de ilusiones…

Otro logro a resaltar en esta creación literaria es la poderosa sustentación de la voz poética donde el autor hace malabares entre la primera, la segunda y la tercera persona (pasando inclusive por el desdoblamiento) para comunicar, sin rugosidades ni destiemples, un mensaje estético diáfano y preciso, gracias a la primorosa elaboración que de este logra, su afinada intuición. Con muy poco esfuerzo de parte del lector, se le puede notar al manejador de esta voz que, aunque formado en el contacto con la obra de los grandes (quién no), ha conseguido imponer sus propios parámetros de expresión y expresividad, estableciendo un estilo que lo identifica por encima de cualquier sombra que le siga.

¡Y tú que llegas!, extranjero en tu propia tierra, dibujado entre sombras y luces, pintando en tu ajada piel el infinito azul, rastro antojadizo de negritud. Este encuentro me descubre ave exánime en su vuelo, canto apagado en levedad de alas en elevación de luz.

“La intuición es clave para captar el sentido de la obra de un poeta”, declara con autoridad el Dr. Bruno Rosario Candelier. Por ello, al hurgar en esta obra de Oscar, podremos captar sin mayores tropiezos el profundo sentimiento patriótico que subyace en su alma, el acendrado concepto del amor que manifiesta su espíritu y el gran sentido empático que se desprende de su ser. Con unas construcciones versales que mantienen un ritmo estable y una bien calibrada musicalidad, el cantor no solo embriaga con la transmisión de la belleza física, sino que inunda el alma de su interlocutor con ese sentimiento que solo puede percibirse por medio de nuestros sentidos extrasensoriales, dándole una connotación metafísica al más concreto de los objetos o al más común de los conceptos.

Ínsula mía, me descubro en el hondón de la existencia empapado de tu perfume… En la mansedumbre de la flor anida la espesura de la memoria, ahí, donde se recogen la sabia paciencia y tu sangrante imagen. Yo vago entre sus sombras y escollos, con el alma en deshaceres, arrastrado en insondables pastizales que afanan reverdecer.

Según Antonio Gamoneda, “cuando hablamos del ritmo, estamos hablando de la esencialidad poética. El componente desencadenante del lenguaje poético es el ritmo”. Esta sentencia de un maestro de la poesía y, más aún, de un maestro que se ha dedicado a estudiar la poesía de otros maestros, le da el aldabonazo final a este poemario. Y es que, en esta producción, el movimiento cadencioso de las palabras, esa ondulación sistemática que arranca en la primera estrofa y termina, acompasada, en el último verso, se mantiene in crescendo ora para la organización física de las palabras ora para la exposición coherente de los conceptos.

Pero callo y regreso al aroma donde el recuerdo anida… (poema III)

Me basta un soplo suave en tus ojos de aguamar un lento suspiro, una palabra, si acaso… (poema XII)

Deja que muera en ti, en el hervor de tus apagados ríos, en las olas glamorosas de tu núbil historia, en tu arena de azúcar clara… (poema XIX)

Por todas estas consideraciones, nos regocijamos de haber tenido acceso privilegiado a esta inusual obra poética y alabamos la decisión del doctor Oscar Holguín-Veras Tabar de publicar este volumen para el solaz de los espíritus que ansían permanentemente ser sacudidos por la emoción sin tener que hacer sicodélicos recorridos lingüísticos o correr el riesgo de perder la razón tratando de descifrar los intrincados caminos de la abstracción neosurrealista.

 ¡Enhorabuena!

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