Literaturas vaporosas

Literaturas vaporosas

Todo está en constante cambio sin dejar de ser lo que es. Es la eterna discusión que nos plantearon Parménides de Elea y Heráclito de Éfeso: “lo que es, es” y “todo fluye”.

En los textos tradicionales de filosofía a este problema de dos cabezas se le llama “la identidad y el cambio”. Heráclito, “el obscuro”, afirmaba: “todo cambia; nada permanece”. Se le atribuye la frase griega “panta rei”, así como otros muchos aforismos, que aparecen en sus enigmáticos y celebrados “Fragmentos”. Nadie se baña dos veces en el mismo río, es la expresión “literaria” del pensamiento de Heráclito.
La literatura ha ido cambiando a lo largo de los siglos: en la forma, en el fondo, en los medios para expresarse. A pesar de los esfuerzos de los preceptistas literarios por fijar “cánones” eternos, los escritores se empeñan en “apartarse” de los clásicos. No obstante, la literatura se transforma y los clásicos permanecen inalterados en la estimación de los críticos, historiadores y lingüistas. La literatura ha pasado de las tabletas de barro a las inscripciones en piedras. Los jeroglíficos que descifró Champollion se conservaron sobre muros de piedra con aspiraciones de eternidad.

La literatura se ha transmitido en pellejos de animales, en láminas de metal, en gruesos papiros; los monjes medievales copiaron, ilustraron o tradujeron, los principales textos de las literaturas griegas, romana, árabe; todos pretendían que no se perdiera una sola palabra de aquellos libros. Entendían que se trataba de un legado procedente de los mejores hombres del pasado. Los masoretas hebreos numeraron cada trozo del texto de la Ley Mosaica. Ese ejemplo siguieron los exégetas del Nuevo Testamento. Valoraban la eternidad de la memoria humana.

Eso creyeron siempre los bibliotecarios, antes y después del invento de Gutenberg; los profesores universitarios de las facultades de filosofía, letras o humanidades, prolongaron esa tradición de respeto supersticioso por la literatura. Con las redes de “Internet” hemos pasado de la “literatura glíptica” a la literatura evanescente. Una literatura que, a medida que leemos y disfrutamos de ella, va desapareciendo físicamente de la pantalla, como si fuese una toma cinematográfica o una puesta de sol. Desde un rígido “Clima de eternidad” estamos arribando a uno “de transitoriedad”.

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