El arzobispo de esta arquidiócesis, monseñor Héctor Rafael Rodríguez, llamó ayer al pueblo dominicano a ser solidario con las familias de los niños muertos por quemaduras en la celebración del Carnaval de Salcedo y con el pueblo haitiano, ya que hoy en día están cargando con una cruz muy pesada.

Condenó el atentado ocurrido en un teatro de Rusia, donde un ejército terrorista del ISIS entró y mató a tiros a decenas de personas inocentes que no estaban en guerra.

Al encabezar la misa con motivo del Domingo de Ramos en la Catedral Santiago Apóstol, que da inicio a la Semana Santa, monseñor Rodríguez llamó a la reflexión acerca de la importancia de ayudar a los demás en momentos difíciles.

Pidió orar por las familias que padecen cuando un hijo o hija se descarrila, pero que en vez de adorar al Dios verdadero, adoran el dios del dinero, al narcotráfico y la corrupción, además de estar dispuestos a hacer cualquier cosa.

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Solidaridad con Haití

“Tenemos un pueblo, un país que hace frontera con nosotros que se está desangrando, no les digo que vayamos para allá hacer lo que no podamos, pero mínimamente seamos solidarios de la manera más sencilla que podamos ser solidarios y pensar en la sangre que se derrama en el pueblo hermano de Haití”, afirmó.

Dijo que mucha gente está muriendo y sufriendo en Haití y no es por causa de una enfermedad, sino por bandas armadas del mismo pueblo que saquea y mata a su propio pueblo.

Señaló que la crisis en Haití es provocada a nivel interno, pero que a veces también intervienen manos de afuera.

Con respecto a la tragedia ocurrida en Salcedo con la muerte por quemaduras de varios menores de edad, monseñor Rodríguez sostuvo que las familias de esos niños hoy están pasando momentos de cruz pesada.

“Esas familias están pasando por un momento de cruz y nosotros, aunque sea desde la oración, el que no viva en Salcedo, nosotros debemos tener presentes a esos crucificados donde han muertos parientes inocentes, niños con toda una vida por delante” indicó.

Llamó a la gente a aprender a entregarse por los demás como lo hizo Jesucristo por todos nosotros, quien arriesgó lo más valioso que fue su vida.