Llegamos al lugar esperado

Llegamos al lugar esperado

 LOURDES CAMILO DE CUELLO
Llegamos al lugar esperado: a la gran plaza ceremonial de los indios ubicada en el paraje Juan de Herrera de San Juan de la Maguana.

Piedras enormes rodean un perfecto círculo hecho en un espacio infinito sembrado de mansa hierba. ¡Cuánta paz hay en aquel sitio!

Y vinieron a mi mente los recuerdos del cuento leyenda «El Viejo Viento del Caribe y la Flor de Oro» del libro «El Romancero de las Estrellas» de Jacques Stephen Alexis, conocido escritor haitiano, autor también de «Mi Compadre el General Sol», quien junto a Jacques Roumain, creador de «Los Gobernadores del Rocío», uno de los más bellos libros latinoamericanos de todos los tiempos, signaron los años 70.

Y mientras avanzábamos para alcanzar la enorme piedra sagrada que marca el centro de la isla en la plaza ceremonial, vinieron a mi mente estos fragmentos del «Viejo Viento del Caribe».

«Cuando Anacaona bailaba recreaba el misterio de la alegría. Cuando la Reina entonaba el gran canto de las Mariposas Negras, el Caribe entero se esculpía en silencio, el día detenía su marcha, y la noche llegaba, cuidadosa a escuchar soñadora e inmóvil.» El Viejo Viento del Caribe cuenta por qué se quedó soltero , y narra, a su manera, la leyenda de la Flor de Oro:

«Es cierto que ella, Anacaona, la Flor de Oro, prefirió al Gran cacique de la casa de Oro, al terrible Caonabo, pero yo esperaba que cuando volviera de la misión a que me envió, me amara a mí, sólo a mí.»

«Una noche sentí que la reina tenía una fuerte pesadilla. Dormida en su hamaca, la Flor de oro había soñado con el final de la felicidad.»

«Soñó que hombres de otro mundo, provistos de armas fulgurantes que los pueblos taínos no tenían, apresaban a Caonabo y había sido necesario descargar contra aquellos un diluvio tan grande de lanzas que las armas se agotaron y ya no fue posible responder al ataque de todos los lados a la vez.»

«Al despertar, sobresaltada, se quedó pensativa largo rato, y luego de contar todos sus sueños me dijo:

» Sólo tú, Viejo Viento del Caribe, puedes avisar de mis sueños a los otros imperios y lograr que nos unamos ante las armas y los hombres que pronto llegarán.»

«Es necesario alertar a lo soberanos aztecas, mayas e incas para que actúen de común acuerdo con los chemés, los taínos, los caribes y los pobladores de todos estos mundos.»

«Partí de inmediato.»

«Largo fue mi viaje, en el que llegué hasta los araucanos del sur y a los cheyenes del norte contando el sueño de mi amada Flor de Oro, sin que ellos me oyeran ni me hicieran ningún caso».

«Hube de regresar, y al hacerlo, la contemplé bailando, por última vez, antes de que el jefe de los hombres blancos, que ella agasajaba, pusiera la mano sobre un palo cruzado que le servía de apoyo, y ella, Anacaona, la Flor de Oro, la reina, se viera apresada y conducida a la horca y a la hoguera, después de que su nación fuera acuchillada y la aldea arrasada».

«Cuando las lágrimas de fuego subían alrededor de su cuerpo y la abrasaban, la Flor de Oro danzó sobre las brasas y entornó el más bello de sus cantos, mientras yo alentaba con mis brisas las llamas que la cubrían totalmente para que ese acto sublime terminara pronto y toqué por última vez aquel hermoso cuerpo que fuera mío tantas veces en noches de borrascas en ataduras de sueños».

Sobrecogida por los hechos que allí pasaron, nos detuvimos en el enorme monolito de la Plaza Ceremonial. Allí medité sobre el engaño, sobre la candidez y benevolencia de Anacaona y de nuestros indios. Y entonces me pregunté ¿qué hacían en aquel espacio sublime? ¿Qué les pasó a los habitantes de la isla? ¿Cómo terminaría nuestro viaje a San Juan? Lo veremos en las próximas entregas.

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