Llévame a ese lugar

Llévame a ese lugar

MARLENE LLUBERES
No puedo continuar así, ya no tengo fuerzas, esto es demasiado para mí, ya no puedo más, siento miedo…», son algunas de las expresiones que, reiteradas veces, salen de nuestros labios cuando, en el día a día, suceden cosas que escapan de nuestro control, convirtiendo el simple hecho de existir en algo agotador e inmanejable.

Luchamos arduamente por encontrar soluciones a aquellas cosas frente a las cuales nos sentimos impotentes y sin salida y, cuando las obtenemos, nos hacemos conscientes de que las circunstancias que son contrarias desaparecen, pero en un período de tiempo determinado, quizás en otra área o dirección, reaparecen.

Al entender esta ineludible realidad, llegamos a preguntarnos si nuestra estabilidad va a depender, indefectiblemente, de las circunstancias que nos rodean, si son éstas favorables o desfavorables.

A pesar de que nos veamos afectados constantemente por hechos que no controlamos o personas que nos causan heridas, cuando el deseo de lograr la paz, a pesar de las situaciones adversas, se hace tan fuerte y se convierte en un grito de nuestra alma abatida por el dolor y la angustia, surge la necesidad de salir de esa condición que nos aprisiona y hace crecer, en nuestro interior, profundas raíces de amargura.

Es entonces que, con sólo abrir nuestros labios, por encima de lo que nos ocurra, podemos hallar a alguien que tiene la capacidad de llevarnos a un lugar de refugio, consuelo y fortaleza. Es Dios mismo quien puede transportarnos a ese único lugar que descubrimos al tocar Su corazón, donde la paz reina, aun en medio del dolor, donde su amor nos esconde dentro de sus muros y nos da descanso en sus palacios.

A ese lugar donde habitamos en moradas de paz y en habitaciones seguras. Es la serenidad de su presencia, el soplido de su voz cuando nos dice: «no temas, porque Yo estoy contigo, esfuérzate y aliéntate, no se turbe tu corazón, ni tengas miedo, porque estoy aquí para darte paz».

Es ese rincón, bajo las alas del Señor, donde somos guardados, donde la convicción de saber que Él y sólo Él controla nuestras vidas nos trae descanso y seguridad.

Allí, sabemos que Dios está de nuestro lado, que actúa a nuestro favor, logramos ver con sus ojos, sentir con Su corazón, colocarlo en primer lugar y percibir todo lo demás bajo su dominio, porque su gran amor nos permite conocer Su anhelo por bendecir nuestras vidas.

Es en ese lugar donde nuestros sentimientos son transformados, donde no hay oportunidad para la ira, la altivez, la lucha de poder, el deseo de venganza o la amargura, sino que el fluir del Espíritu de Dios, en nosotros reposa.

Es estar en los brazos de Dios donde nadie puede dañarnos, porque es Él quien nos protege. El espacio donde no hay engaños ni falsedad, incertidumbre ni temor, en cambio, el gozo y la seguridad se constituyen en la fortaleza de la vida.

Pidámosle a nuestro Señor que nos lleve a ese lugar donde nuestras heridas son sanadas, nuestro cansancio es eliminado y las áreas desoladas son consoladas, abriendo nuestros labios, convencidos de que, al hacerlo, sin duda alguna, Él lo hará.

Busquemos con diligencia ser amigos de Dios y ríos, en medio del desierto, serán creados. Recibamos todo el gozo, la seguridad y la paz que para nosotros ha reservado, entreguémosle a Él toda nuestra carga, rindámonos, sin resistencia, ante su presencia, seguros de que nos hará volar como el águila, muy por encima de esa realidad que, en nuestra humanidad, percibimos que nos oprime y nos arrebata la vida.

Al llegar al monte alto, brotará alegría de nuestro corazón, será lo mismo el verano que el invierno. El Señor nos guiará continuamente, saciará nuestro deseo, en los lugares áridos, y dará vigor a nuestros huesos. Seremos como huerto regado y como manantial cuyas aguas nunca faltan.

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