¡Lloran los muertos!

¡Lloran los muertos!

SERGIO SARITA VALDEZ
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Pudiéramos encabezar este trabajo de un modo diferente; por ejemplo llamarlo: La rebelión de los muertos. Sin embargo, semejante titular luciría sedicioso o subversivo. Prefiero la ternura del llanto a la violencia de la fuerza. Es mejor canalizar la furia de la impotencia a través de un mar de lágrimas que mediante un océano de sangre.

Puesto que se me anuda la garganta y no salen libremente las palabras, tendré que valerme de tres víctimas para que hablen en representación de las últimas muertes evitables acaecidas en territorio dominicano. La primera en expresarse lo será una anciana de 74 años que confiada en la seguridad ofrecida por la engañosa quietud del hogar fue sorprendida por una bestia desalmado, quien no solamente abusó sexualmente de ella, sino que no conforme con golpearla en la cabeza, puso fin a su vida asestándole de manera inmisericorde doce cuchilladas en el pecho y la base del cuello.

La segunda infortunada correspondió a una pre-adolescente de escasos diez años, quien fue atacada por unos maleantes vagabundos cuando muy quitada de bulla recogía pececillos en una laguna cercana a su humilde casita. Estos individuos cobardes y sin escrúpulos procedieron a saciar sus sádicos instintos, concluyendo con el asesinato de la menor. La tercera muestra se trata del evitable deceso de un niño con una edad de nueve meses que fue llevado a una policlínica debido a una diarrea persistente. Fue recetado y despachado a su vivienda. La madre notó irritación y dilatación del ano del infante, hallazgo que comentó a su marido.

¡Cuán lejos de pensar estaba esta atormentada mujer de que luego los médicos mal interpretarían la inflamación anal como signo de violación para enviarla a ella y a su esposo directamente al calabozo! Solo y sin el amparo materno el niñito falleció deshidratado en el hospital. La autopsia reveló una insospechada enterocolitis pseudo membranosa. Una anciana merecedora de un final más digno perece siendo dejada sin vida en medio de una abominable y escalofriante escena sangrienta, en tanto que la menor es vilmente asesinada en una laguna, siendo su cadáver abandonado en unos matorrales.

Ubicadas en los extremos de la vida ambas femeninas tienen en común una escalofriante violación. Lo del niño se trata de una iatrogenia sumada a una incapacidad diagnóstica que impidió una oportuna terapia salvadora. La señora carecía de los recursos para montar un equipo de vigilancia las 24 horas del día en su morada.

La niña violada habitaba en la barriada de La Puya en Santo Domingo, un sector lleno de precariedades socio-económicas en donde pocas familias están seguras. El infante procedía de la provincia de San Cristóbal donde su madre debía alquilarse a diario para mantenerlo. ¿Cuál es un común denominador en los tres casos descritos? Indudablemente que la pobreza. Lo mismo acontece con los centenares de jóvenes que caen baleados o cercenados a machetazos en las zonas urbanas marginadas. Desde la triste soledad de sus tumbas lloran los muertos, no por ellos, sino por aquellos todavía vivos a quienes les espera un destino similar a menos que les cambie su suerte en lo inmediato.

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