Al igual que yo, mi amigo ha sobrepasado el promedio de vida del dominicano, pues anda por sus setenta y pico.
En sus años juveniles practicó ejercicios con pesas, y debido a su estatura, que excede los seis pies, tuvo pegada escénica con las féminas.
Después de varias décadas residiendo en Nueva York, hace poco regresó al país, y de inmediato me invitó por la vía telefónica a cenar en un restaurante.
Como desde la adolescencia repetía que “mientras la carne se vendiera por libras, no había razón para comprar una vaca entera”, el hombre permanecía soltero.
Desde hace cuarenta y tres años no se deslizan por mi galillo tragos de ron criollo, pero él continua ingiriendo bebidas emborrachantes.
Luego de rememorar los tiempos de sus continuos romances, inició bajo los efectos del alcohol escocés del whiskie que ordenó, una tanda de lamentos de origen geriátrico.
-Cada vez que recuerdo que llegué a realizar un press en la banca de ejercicios con doscientas libras, me pongo tan triste, que muchas veces me corren los lagrimones por las mejillas; y es que ahora, con este cuerpo de muchas libras mal distribuidas, las mujeres me miran con desprecio- dijo, con rostro compungido.
-Pero como hiciste fortuna en el norte, fajado trabajando, mujeres jóvenes en olla, se irán gustosamente contigo a tu apartamento, y hasta a un motel- le dije, apenado por la expresión atribulada impresa en su cara.
-Es que no sentiría ningún placer haciendo el amor con una muchacha que lo que le interese de mí sea el dinero, cuando muchas me enamoraron en mis días de pecho y brazos anchos, y cintura estrecha-respondió, con el pescuezo doblado.
-Los cuartos valen hoy más que la figura atlética en materia falderil- repliqué.
-Déjate de palabras consoladoras, porque una mujer no puede evitar el desagrado frente a una barriga voluminosa, un pechito hundido, brazos flaquitos, y carnes flojonas y arrugadas cubriendo la totalidad del esqueleto.
Confieso que la descripción de su anatomía trocó mi pena en un asomo de carcajada, que felizmente frené, ocultándola bajo un fingido acceso de tos.
-Te envidio, Mario- prosiguió- porque tuviste buena cantidad de romances debido a tu labia, y eso no se pierde, como la gallardía, con los años; no estoy haciendo demagogia, y lo de mi envidia es algo sincero y verdadero.
Como habló mirándome fijamente, y de acuerdo a la rabia que sentí, seguramente captó una cortada de ojos en su interlocutor.