Ningún dominicano en su sano juicio ignora el carácter represivo, criminal, absolutista y abusivo del régimen dictatorial de Trujillo (1930-1961).
Sea por haber vivido en parte los desafueros de la Era, como a través de lecturas de las memorias y narraciones recogidas, la inmensa mayoría de la población conoce que fue un período de vejaciones, retrocesos y humillantes atropellos ciudadanos.
Justificar esa barbarie sería una actitud indigna de cualquier dominicano o dominicana que se respete y ame a su patria.
El funesto personaje recurrió a todas las formas y vías posibles para someter al país a sus antojos y ambiciones personales.
Pero es ya historia contada y recontada.
Ahora bien; he dicho que los inmigrantes que llegaron al país, antes, durante y después de la tenebrosa Era (HOY, 9 de julio de 2009, página 14A) se entregaron al trabajo con entusiasmo y dejaron un hermoso legado, contribuyendo al desarrollo y fortalecimiento de la agricultura, la educación y el comercio en general.
Es cierto que el dictador realizó asentamientos agrícolas en Constanza, Vallejuelo, Baoba del Piñal, Azua y otras comunidades, pero tengo entendido que tierras y viviendas modestas se asignaron bajo ciertas condiciones.
Extensiones de tierras fértiles fueron destinadas a ciertos cultivos hortícolas antes desconocidos por esta parte de la isla.
El tiempo ha transcurrido, pero la pobreza, la discriminación y el abandono siguen golpeando sin piedad a nuestra gente.
El Estado acumula enormes deudas con la población. El saqueo a los bienes públicos solo cambia de actores.