En el siglo XVII, un minucioso observador notó que el mármol de las fachadas de algunos edificios se estaban deteriorando, John Evelyn lo consignó en sus escritos; al parecer, un extraño fenómeno ocurría que las corroía. El tema quedó dormido hasta 1852 cuando Robert Angus Smith lo relacionó con la lluvia y acuñó el término: lluvia ácida, que se sigue usando. En sus días, la revolución industrial había comenzado y la corrosión de mármoles y calizas se aceleraba. Sin embargo, hasta los 1970 que el concepto no fue retomado, con la alarma que causó encontrar basura en el medio de los océanos Atlántico y Pacífico; en los Estados Unidos de América el Club Sierra tomó la vanguardia en todo lo relativo a la preservación del medio ambiente y se crearon instituciones para regular la acción humana, lo cual fue emulado por la Europa occidental. La importancia de la sostenibilidad de los recursos saltó al primer plano.
Para entender de lo que estamos hablando, conviene recordar algo de la química elemental que estudiamos algunos años atrás. Veamos: ¿qué es ácido? La Real Academia de la Lengua Española, RAE, lo define como: “algo que tiene sabor agraz o de vinagre o parecido a él”. Técnicamente se dice que tiene una alta concentración de iones de hidrógeno y se mide con algo denominado PH que no definiremos para no entrar en Matemáticas, baste saber que si el PH es menor que 7, resulta ácido y contrariamente, si es mayor es alcalino. Mientras más bajo es el PH, más ácido es el líquido; al revés, pues más alcalino. El agua destilada, la que echamos a las baterías de los vehículos, debe mostrar un PH de 7, entonces se dice que es neutro.
El agua de las precipitaciones en situación normal es algo ácida, sin embargo, cuando la gota al caer encuentra contaminación como la que sale de las chimeneas de las generadoras de energía, fábricas de cemento e industrias en general, especialmente si se trata de SO2 y NOx, que provienen normalmente de la quema de combustibles fósiles: carbón mineral, petróleo y sus derivados; madera, etc., se produce una reacción química que disminuye su PH, en algunos casos llega hasta alrededor de 2.5, es decir, muy ácido.
El mármol y los bloques que constituyen las bellas fachadas de la iglesia de Las Mercedes, en nuestra capital, por ejemplo, son fundamentalmente compuestos de calcio, Ca, más o menos cristalizado o simplemente consolidado o preconsolidado a través de siglos. Si un líquido ácido se le echa a una caliza, pasa lo mismo que cuando se pone mantequilla en pan caliente, lo disuelve o derrite con emisión de gas, una vez en forma líquida el calcio fluye y la piedra se deteriora progresivamente.
Monumentos y obras de arte europeos expuestos por años, siglos, a la intemperie muestran severos deterioros al paso del tiempo. En nuestra capital, sería apropiado verificar si las fachadas de Las Mercedes y otras como ella han sido afectadas y en qué medida. En todo caso, si no están protegidas, es saludable hacerlo, para esto no es necesario enlucirlas ya que hay productos líquidos transparentes que sirven este propósito.
Groenlandia, Noruega y Suecia han reportado el fenómeno de nieve rosada, también se le dice roja o color melón. El color que toma la nieve proviene de millones de esporas por centímetro cuadrado de microalgas denominadas chlamydomonas nivalis; además de la clorofila contienen un pigmento carotenoide que le da el color rojizo.
Desde la antigua Grecia en los tiempos de Aristóteles se ha reportado el fenómeno en las regiones alpinas pues estas microalgas gustan de ambientes muy fríos, no obstante, debido a que oscurecen el color blanco de la nieve que refleja la luz solar, las microalgas provocan mayor absorción de calor con lo que hacen que la nieve se licue más rápido de lo normal. El agua que resulta las arrastra y difunden otras áreas.
Los científicos llaman la atención sobre el efecto que están causando en los glaciales y recomiendan éste se tome en cuenta en los modelos que predicen el cambio climático.