Lluvia y libros…en la XV Feria Internacional del Libro

Lluvia y libros…en la XV Feria Internacional del Libro

Bajo una lluvia fina y persistente, deambulaba la concurrencia, sin prisa, de caseta en caseta en la XV Feria Internacional  del Libro 2012.

Al observador casual, no le pasarían inadvertidos cada uno de los prototipos que allí convergen, ni tampoco las sensaciones que provoca el acontecimiento cultural.

Grupos de estudiantes uniformados, más afectados por las hormonas que por las letras;  apasionados por los libros,  que como ratones de biblioteca husmeaban entre los volúmenes en  busca de tesoros a buen precio; funcionarios preocupados por su gestión, amantes de la cultura en general que escudriñaban el programa en busca de la actividad de su preferencia; trabajadores indiferentes; coros de jóvenes artistas, policías con expresión ausente, empresarios inmersos en sus cábalas contables;  conferencistas  y autores, unos ávidos de audiencia,  otros de ventas razonables…

Los paraguas en distintos colores parecían formar parte del paisaje.

El Pabellón de Escritores Dominicanos se convirtió en el escenario donde Talleres Literarios tuvieron un conversatorio con Roberto Cassá, autor homenajeado.

Es que la lectura es la protagonista de esta historia y como bien dice el anuncio ‘’no sabes lo que refresca un libro’’.

Críticos del arte asistieron a la sala Aida Bonelly de Díaz del Teatro Nacional donde se dictó la conferencia: ‘’La escuela crítica e historia del arte y el núcleo académico de la crítica’’ a cargo de Odalís Pérez.

En tanto que, algunos estudiantes y aficionados del periodismo visitaron el Pabellón de Escritores Dominicanos donde el profesor José Luis Saéz dictó la conferencia “el periódico: un texto abierto y ameno”.

En esa amalgama de prototipos y actividades iba transcurriendo la  lluviosa jornada. Amenizaban el ambiente los mimos callejeros con sus estatuas vivas, los inevitables sancudos, la música y el murmullo de clientes procedente de El Café Bohemio,  o los olores a comida rápida que emanaban profusamente de los kioscos, en contraposición con la elegante y sofisticada caseta del restaurante gourmet Maniquí.

Y el olor, ese olor a papel. Ese aroma tan especial y tan íntimo que ofrece un libro en cuanto se le abre, hoy mezclado con los efluvios nostálgicos que emanan los días de lluvia.

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