Límites entre lo público y lo privado

<p>Límites entre lo público y lo privado</p>

AMANDA CASTILLO L.
Sorprendente viene a ser cada vez que nos enteramos del mal uso de la cosa pública, en que incurre alguno que otro funcionario.

La capacidad de asombro se agudiza, porque resulta tan novedoso, no obstante la recurrencia, que termina uno por creer que puede tratarse de una patología desconocida de la personalidad, el uso y abuso de la cosa pública.

Observamos maravillados, la capacidad que tienen algunas personas en pasar de lo público a lo privado, sobre todo cuando se ocupan cargos públicos, que permiten acceder a algunas prebendas propias del cargo, allí justamente es donde la fascinación de la acción se vuelve casi un acto de prestigitación, donde los actores esenciales vinculados a desempeñar cargos públicos realizan y hacen actos donde el uso de lo publico queda absorbido en/ y por lo privado.

Uno podría preguntarse es que acaso el origen de este Estado, que se consolida durante la dictadura del Generalísimo, propietario de varias empresas , que a su caída pasan a ser publicas, habría contribuido a que en el imaginario colectivo, se registre lo público como privado y cada quien pretenda que lo publico debe manejarse como lo privado y por tanto se hace uso discrecional, sin dar cuentas a nada ni a nadie, ya que este hacer de lo público lo privado, también incluye claro está la gestión pública, surgiendo un estilo gerencial que se apropia de lo público de manera inmisericorde, donde la lógica que prima es “lo público es público y eso me pertenece como si fuese mio”.

Este accionar permite al que lo experimenta un sentido de la apropiación de los bienes públicos, que no sólo engloba los objetos sino que les permite una especie de “pernada”, cierto derecho a hacer uso también de las personas que trabajan en las instituciones públicas. Así usted tendrá el jardinero del Banco, el chofer de la oficina, el informático de la Dirección y la secretaria de la Gerencia de amante, que formarán y conformarán su nuevo espacio existencial, en el cual usted se expresará y desarrollará como poseedor de las cosas públicas, ahora privatizadas por su conducta desmedida, siendo éstas trasladadas a servir a su espacio privado, es decir su casa, su finca, su negocio privado, etc.

Esto es lo que explicaría, por ejemplo, que ciertos funcionarios cuando cambian los gobiernos hay que perseguirlos para pedirles las pistolas, los chalecos antibalas, las laptops, las jeepetas, etc. En el caso más grave, la distorsión entre los límites existentes entre lo publico y lo privado, puede conducir a transformar lo publico en privado mediante un acto de privatización de lo público, sin consulta ni consenso, sin consecuencias, solo por el derecho que se tiene sobre la cosa publica además de llegar a perder el sentido del tiempo , donde todo un período de gobierno, haciendo uso de lo público como privado no les permite ver que cuatro años pasan rápido y pasan como los puestos y la vida.

Pero lo que nos parece más interesante es la percepción sincera que tienen estos individuos, al pretender y creer que lo público, lo que es del Estado, es de un gobierno y que por tanto el que llega a formar parte de un gobierno tiene legítimo derecho de usar todo aquello que se le ha puesto a disposición para desempeñar una mejor actividad, para su vanagloria personal, usufructuando, usurpando al Estado, robando con tranquilidad.

Auto convencidos de su correcto accionar, estos individuos carecen de culpa, son una especie de psicópatas de la administración pública. Y perdonen los psiquiatras, ya que el hecho de que carezcan de culpa es lo álgido de la problemática, porque siempre sentirán que están en su legítimo derecho como por ejemplo de tomar el helicóptero oficial, para recoger la amante y hacerle llegar más rápido hasta las sábanas de seda rosadas.

Esta ausencia de culpa es la que hace que los sanduichitos que nuestros hijos comen cuando nos visitan en la oficina salgan de la caja chica. Esta ausencia de culpa, es la que hace que cada día descubramos, que alguien gastaba 12 mil pesos en una botellita de vino, que la campaña política salga del presupuesto de la institución, que gastemos medio millón en llamaditas telefónicas, cuando apenas sabemos hablar.

Sin lugar a dudas que tenemos que establecer algún mecanismo que nos permita tratar esta especie de enfermos mentales, que no logran diferenciar lo público de lo privado, ya que esta patología pareciera acrecentarse, cuando con ciertos antídotos como el rendimiento de cuentas a tiempo y la sanción bien aplicada, podriamos controlar esta distorsión de la realidad que parece más bien una epidemia.

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