Lo cuento por nueva vez…

Lo cuento por nueva vez…

PEDRO GIL ITURBIDES.
Les he contado en dos oportunidades del día en que Rafael L. Trujillo dispuso «el corte» en 1937. Al recordar la génesis de aquella matanza no puedo menos que repetirme cuán intensamente cunde la desidia sobre nuestra nación. La negligencia es característica que afecta nuestras raíces. Y todo ello nos lleva a repetir los yerros vividos en el ayer.

Por ello, quizá, aparecen organizaciones que nos imputan crear y sostener un Estado Nacional fallido. Y es que los gobiernos…

Bueno, evoquemos la memoria de Bolívar Belliard Sarubi. Era oficial superior del Ejército Nacional en los días en que contó su historia. Pero Bolívar, que ingresó a las filas castrenses desde las policiales, no era ni policía ni guardia. Era un elocuente expositor, que en calidad de amanuense de jefes policiales, ingresó a estas filas. Su innata inclinación al servicio a los demás y la natural simpatía que irradiaba, lo elevaron a los más altos grados. Siendo oficial superior de la policía fue transferido al cuerpo castrense.

Ostentaba rango de general de brigada cuando el Presidente Joaquín Balaguer lo designó Director General de Comunidades Fronterizas. Un día, de visita en la ciudad de Dajabón, me pidió detenernos ante una añosa vivienda.

–Mira ese caserón, pidió.

Era una casa de madera de cuatro puertas con techo de zinc alemán a dos aguas. De un verde claro logrado con pintura de agua, como era propio de nuestras antiguas viviendas de madera, la estructura aún lucía sólida. Conforme el relato de Bolívar, la misma albergó, por separado, oficinas de correos y telégrafos en aquellas horas terribles.

Discurría el año de 1937, cuando del Partido Dominicano invitaron para una reunión con el Presidente de la República. Trujillo había decidido rescatar la frontera. A lo largo de los años anteriores, y desde poco después de su ascenso en 1930, consolidaba la raya imaginaria que nos separa de Haití. De hecho, lanzó un programa político que llamó de dominicanización fronteriza. Ahora, en los albores de estos trabajos, conforme recordaba Bolívar, llega a Dajabón.

Bolívar era un jovencito, graduado como telegrafista del sistema Morse. En ocasión de la visita de Trujillo se encontraba de servicio en las oficinas del Telégrafo Nacional. Estuvo entre los que concurrieron a la reunión en el club social de Dajabón. El general nos hizo visitar el antiguo caserón del club, una estructura mayor que aquella que sirvió de local a la dependencia desde la que se transmitió el letal mensaje.

En la reunión en el club, Trujillo escuchó las quejas de sus conciudadanos. A éste le robaron una vaca. Al otro el arado. Al de más allá le penetraron a la vivienda y le llevaron los escasos alijos. Al hijo de aquél lo hirieron en una refriega. A una joven la golpearon y violaron. Al otro le robaron la cosecha en flor, o le quemaron un plantío. Trujillo se levantó indignado, y prorrumpió en quejas contra el gobierno del vecino país, y de modo especial contra su Presidente, Stenio Vincent.

–¡Esto se va a acabar! ¡Vamos!

Estaba listo para salir del salón, sin que aún se desdibujase cómo se acabarían las vecinas incursiones. Pero gestos y expresiones del gobernante habían enardecido a los presentes, que lo siguieron por las calles. Bolívar tuvo la intuición de que se dirigía hacia su oficina, de modo que se adelantó a la multitud que encabezaba el mandatario. Y en efecto, ante un Bolívar jadeante, se presentó Trujillo.

-¿Es usted el telegrafista?

-¡Si señor, a sus órdenes!

-¡Transmita de inmediato lo que voy a dictarle, con instrucciones de que el mensaje sea retransmitido a todas las fortalezas y puestos del ejército de la frontera!

Y a continuación pronunció las palabras mediante las cuales ordenaba la matanza. Sesenta y ocho años después se viven aquellas mismas confusiones. Porque, víctimas de nuestra incapacidad para organizar la vida de la Nación, la dejadez o la desidia permiten una migración descontrolada. El trasiego fronterizo nos trasciende con lo bueno y lo malo, para el bien y para el mal. Y como la autoridad remisa o dilatada es incapaz de regular, organizar y supervisar, se generan las tensiones que comienzan a levantar las mismas quejas y reyertas de 1937.

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