Lo de Irak no es para relajos

Lo de Irak no es para relajos

Con su acostumbrado estilo de intentar bromear con todo, el presidente Mejía declaró hace poco, que había ordenado el retiro de los soldados dominicanos enviados a Irak, porque a estos «les había entrado pánico». No sé cómo apreciarán esos militares, sus familiares y colegas, la «broma» presidencial, pero la verdad es que nada de lo que tiene que ver con Irak se presta a relajos.

Todos los militares que están en Irak en este momento, no importa el ejército al que pertenezcan, incluido el norteamericano, deben sentir temor. Comenzando porque ninguno de esos hombres o mujeres militares están allí porque lo desean. Sus gobiernos, en algunos casos haciendo caso omiso de sus opiniones públicas, les enviaron a Irak, que es en estos momentos, el lugar más peligroso del mundo. Para cualquiera, incluidos en primer lugar las tropas ocupantes.

Sus misiones han estado definidas en función de su nivel de compromiso con esa operación. Así, los militares norteamericanos (que comprende un significativo número de mujeres) saben que fueron enviados a derrotar al ejército de Saddam Hussein y a ocupar el territorio de ese país, hasta que la situación se normalizara en el sentido previsto por las fuerzas ocupantes.

Otros contingentes llegaron con una misión diferente: la de contribuir a la reconstrucción de Irak. Ese fue el compromiso con España y asociados (Dominicana, Honduras, El Salvador) o con Ucrania. De todas maneras, el ejército norteamericano es tan sofisticado, que ninguna utilidad tendría para ellos integrar a ejércitos que no están a su altura. De manera, que en realidad, para los norteamericanos lo importante era el gesto, la presencia simbólica para poder ofrecer al mundo una imagen de amplia participación en una operación militar tan impopular.

Pues bien, pese a todo su poderío, los hombres y mujeres del ejército norteamericano están pasando «las de Caín» en Irak; probablemente ninguno quiere morir y sienten temor y piensan en sus madres, hijo e hijas, esposas, hermanos y hermanas y por supuesto, en amigos y amigas. En algún momento la desesperanza les debe haber llevado hasta a llorar y a preguntarse si es necesario que estén allí. Y esa sensación se acentúa cuando la muerte hace su aparición, ahora de manera cotidiana y se lleva al amigo o a la amiga o hasta la hermana, como ocurrió hace poco con tres hermanas que combatían en las filas norteamericanas.

Si esos sentimientos de humanidad agobian a los militares del país más poderoso de la tierra, a aquellos que tienen una idea bastante clara de por qué fueron a Irak, ¿cuál debe esperarse que sea la situación de los militares de otros países, que llegaron a aquel avispero, solamente a ayudar a reconstruir y de repente se convierten en blanco de ataques supuestamente no previstos?

Quizás el ciudadano presidente no conozca el miedo y probablemente tampoco tenga una idea, ni siquiera aproximada, de lo que significa estar a la merced de un enemigo, no solamente invisible, sino que también imprevisible. Tampoco debe tener una idea de las preguntas que nuestros militares se hacen en esas circunstancias. ¿Atacarán o no? ¿Y por qué nos atacarán a nosotros que no hemos venido a buscar pelea? ¿Y quiénes son ellos? ¿Por cuánto tiempo estaremos aquí? ¿Cuándo comenzaremos a regresar? ¿Por qué estamos aquí?

Durante el gobierno anterior se tomó la decisión, bien sopesada, de enviar un contingente policial a Kosovo, Yugoslavia, en el marco de una operación de mantenimiento de paz de la ONU. Aquellos hombres y mujeres cumplieron cabalmente su misión, por el tiempo por el que fue establecido y recibieron el reconocimiento de la organización internacional por su buen trabajo.

Las misiones en las que la ONU participa, se realizan una vez que las fuerzas en pugna en un territorio determinado, aceptan esa participación, porque no es propósito de la organización internacional de involucrarse como parte en los conflictos, sino de contribuir a su solución. Es a la luz de esa premisa, que la administración anterior (1996-2000), contando con las necesarias garantías físicas para nuestra tropa y consciente de la importancia que tenía para nuestro país asociarse a una operación de paz de las Naciones Unidas, procedió a dar su visto bueno a la participación en el Kosovo.

Aquella fuerza policial dominicana no estuvo sometida al mismo tipo de presión a que han estado sometidos nuestros soldados en Irak y en todo caso, esa participación fue resultado de una bien diseñada política exterior, no de improvisadas decisiones, que como no son bien tomadas, tampoco son bien terminadas.

Ahora nos queda esperar que nuestros soldados en Irak regresen cuanto antes, sanos y salvos, pero sobre todo, merecedores del respeto por su sentido de la responsabilidad y por su indiscutible valor personal. Ese es el sentir de nuestro pueblo.

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