Lo de siempre

Lo de siempre

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
La sociedad dominicana vive en una emergencia permanente. ¿Qué la cosa está mala? Cierto. Muy mala. Pero ¿Usted recuerda cuándo la cosa ha estado buena? Puede que en lo personal usted pueda hablar de bonanza, pero en lo colectivo no. De los pilares que sostienen la sociedad «civilizada»: respeto a la Constitución y las leyes, Poder Legislativo independiente, Poder Judicial que aplique la ley sin mirar a quién y Poder Ejecutivo que administre para bien del país, con un plan de prioridades que beneficie a los pueblos y con absoluto apego a las reglas de la moral, la decencia y la honestidad, haga usted el inventario y no me diga cuál es el resultado. Lo sabemos: muy malo.

Si sumamos el ejercicio de las libertades: de expresión y difusión del pensamiento, de tránsito, de acceso a la salud, a la educación, al empleo, a la recreación y a los deportes, también hay fallas inexplicables.

Tal parece como si siempre anduviéramos en una pendiente resbalosa, en tiempos de lluvia, que sólo tiene una que otra rama de las cuales algunos logran asirse para salvarse. En el cuento persa citado al inicio de la obra «Las culturas tradicionales y los cambios técnicos» se relata la ocasión en que iba río abajo, llevados por la impetuosa corriente, un pez y su amigo el mono.

El pez iba feliz, conversaba, reía y hacía planes. El mono estaba desesperado, la rapidez de la corriente, la profundidad del río y la respiración que se le hacía cada vez más corta; se ahogaba.

Ni siquiera podía comentarle a su amigo el pez sobre los planes que proponía. Desesperado, el mono aprovechó que, en medio de la corriente, había una gruesa rama baja de un árbol gigantesco, dio un formidable salto y alcanzó la rama con una mano. Considerándose a salvo, quiso ayudar a su amigo, para que no se ahogara, atrapó al pez con la mano libre y lo sacó del agua. Feliz por haber escapado de una muerte segura, respiró profundo, se sacudió el agua y al mirar a su amigo el pez vio que boqueaba, desesperado, porque le faltaba la respiración. Hace tiempo que muchos dominicanos sabemos qué hay que hacer para desarrollar el país, cuáles deben ser las prioridades y cómo se puede lograr satisfacerlas.

Sin embargo, los gobiernos parecen vivir la actitud del vago «si tu mal no tiene cura, ¿de qué te apuras? Y si lo tiene, ¿de qué te apuras?». Por eso es que tanta gente decide resolver sus problemas sin que les importe la ley, la moral, la honradez.

Sabido es que el hermano de Prometeo, de cabeza dura, abrió la caja de Pandora y salieron todos los males antes de que la taparan. Lo grave es que en el fondo quedó la esperanza, quizá a la espera de que alguien la saque de cautiverio y se convierta en realidad la felicidad de los pueblos.

En estos días de aprestos preelectorales vemos cómo la disputa deja de ser entre gente civilizada, con deseos de trabajar para solucionar los problemas nacionales. No. Lo que vemos es una rebatiña colosal. Más de lo mismo.

Politiqueros y personajillos que se ven ante el espejo y se auto elogian, incapaces de actuar en beneficio del progreso del país.

¿Para qué quieren el poder?

Se busca el poder para servirse de él. En su egoísmo supremo, su limitada humanidad dirige sus esfuerzos a llegar a la cima, salir ricos, y ¿los demás? ¡Que se los lleve el diablo!

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