Lo de siempre

Lo de siempre

BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
¿Cómo es que en el mundo hay ricos y hay pobres? ¿Cómo es que hay brutos y hay inteligentes? ¿Cómo es que hay buenos y hay malos? ¿Cómo se juzga a los buenos? ¿Quién los juzga? ¿Cómo es que en la humanidad hay justos e injustos? ¿Por qué hay gente que tiene tanto y no reparte nunca con los demás? ¿Por qué hay que repartir con vagos, pedigüeños profesionales, perdonavidas y toda suerte de déjame no decir qué.? La respuesta a todas las preguntas está en la Palabra del Señor. Pero hay quienes siguen la Biblia como si se tratara de un partido político dividido en dos partes: los que siguen el Viejo Testamento y quienes partimos del Nuevo Testamento.

Atrás quedó, aunque sea de palabra, el «ojo por ojo, diente por diente, cardenal por cardenal», que fue sustituido (y ojalá que así fuera) por el «amaos los unos a los otros».

De inmediato surgen otras preguntas: ¿Debo amar a todos? ¿Quiénes son aquellos a quienes debo amar? ¿A todos, vuelvo a preguntar?

Quizá todos quiere decir a una buena parte de mis familiares, porque de algunos estoy a años luz de cariño. Quizá todos quiere decir a aquellos que dicen que son mis amigos y de cuya sinceridad tengo grandes dudas y lagunas inmensas.

Quizá todos aquellos a quienes debo amar son ese «todo el mundo» que forma parte de la familia que vive bajo el mismo techo. ¡Ojo! No olvidemos que Caín mató a Abel y dada la escasa población de entonces se presume que vivían bajo el mismo techo.

Amar a todos es algo así como medir a todos con la misma vara.

Ello incluiría a aquellos amigos que traicionaron al líder político y se fueron al otro partido porque tenía más posibilidades de llegar al poder y ellos habían llegado al límite de su oportunismo.

También a aquel que cuando cambió de posición olvidó las lentejas comidas en distintas mesas de amigos y cambió, como los borrachos, los vasos, la bebida y los amigos.

Además al otro que se había comido el cable y no le quedaba ni siquiera el carrete porque también se lo había comido y traicionó, con su conducta en el trabajo, la mano que lo puso a comer las tres calientes.

Recuerdo las frases de María Trinidad Sánchez, ante el patíbulo y la de José Francisco Peña Gómez, días antes de morir, perdonando a todos aquellos que les hicieron mal.

Andrés Eloy Blanco, el venezolano de alma universal, escribió estos versos que trato de poner en práctica «Lo que hay que ser es mejor Y no decir que se es bueno».

En estos días navideños el aire fresco, los tres centavos que corren de los bolsillos a los comercios y la «abundancia» material momentánea, hacen pensar en amar a todos. Pero es difícil. Hagamos, todos, el esfuerzo porque esa actitud sea permanente.

Y mientras: Feliz Navidad.

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