Se debe incentivar la participación en el cultivo del café de empresas organizadas y tecnificadas y promover una mayor competencia en el mercado
Por: Mario Méndez
El hecho de que, según una encuesta realizada, el 78,5% de los hogares “orquesten diariamente sus mañanas al son del café”, debió ser motivo suficiente para que el país cuidara mejor de la agroindustria cafetalera.
Pero si no era suficiente, a esta agroindustria debió prestarse mejor atención sustentarse en un cultivo estratégico, amigable con el medio ambiente y que era un buen motivo para que la gente que vive en la tranquilidad rural diera el salto a una ruidosa urbanidad.
Pero a lo largo de muchos años con la adopción de medidas inadecuadas o con inobservancias, se hizo lo contrario. Y el resultado ha sido que entre 1980 y 2015 la producción anual de café se redujo a una tasa anual de 7% y entre 2011 y 2015 cayó a una tasa anual de 19%.
El resultado ha sido que no producimos el café suficiente para cubrir nuestra propia demanda, pues aunque exportamos algo, importamos mucho más.
El año 2021 es ejemplo: la República Dominicana exportó US$12,2 millones en café, convirtiéndolo en el exportador número 73 de café en el mundo mientras que importó US$38,3 millones en café, siendo el importador número 69 de en el mundo, a pesar de que en ese año la producción estuvo mejor que otros, como en el año cafetero 2020-2021 cuando el país solo exportó 2,2 millones de dólares.
No obstante, es justo reconocer que en los últimos años se ha producido una pequeña recuperación de la producción, con plantaciones más eficientes.
¿Qué ha pasado? Habría que comenzar con un mal de origen: la producción se apoyó mayoritariamente en pequeños productores informales que se basan en conocimientos empíricos, costumbres y hábitos heredados, sin tecnificación y con poca capacidad para hacer frente a los cambios climáticos y a las plagas, a pesar de que el manejo del proceso de cosecha y pos-cosecha de este grano es exigente.
El trabajo se inicia con la siembra de un cafeto, continúa con las labores y cuidados del productor y finaliza con buenas prácticas pos-cosecha, lo que se ve reflejado en el producto final.
Por eso hablan con propiedad quienes afirman que en este cultivo se pueden obtener las mejores frutas de las plantaciones y llevar el peor producto al mercado. Esto explica por qué la productividad tradicionalmente ha sido baja, dando lugar a que por mucho tiempo el precio local a nivel de finca en el país sea mayor que el precio internacional promedio.
A los problemas propios de la cadena de valor de la agroindustria, se sumaron medidas fiscales lesivas, como el cargo del 36 por ciento a las exportaciones tradicionales, impuesto en 1984, y la presencia de la roya, que diezmó las plantaciones.
Podría ser una quimera aspirar a volver a los años dorados de la producción cafetalera, pero se podría aplicar una política para incentivar la participación en el cultivo del café de empresas organizadas y tecnificadas y promover una mayor competencia en el eslabón más alto de la cadena que los beneficios de la industria sean mejor repartidos.
Así se asegura, por lo menos, que a los dominicanos que “orquestan sus mañanas al son del café”, no les falte esta bebida.