Comentario Editorial
Conque 2005 fue el «Año de África». Se catalogó como un año de ruptura, la mejor oportunidad en mucho tiempo para que el mundo conociera lo que es necesario hacer para mejorar la región más atrasada del mundo. Atención excepcional se le dedicó tanto en la Organización de naciones Unidas, en un impulso renovado por el avance en los objetivos del desarrollo, y en el Grupo de los Ocho, que respondió en parte a una lista de recomendaciones de la Comisión para África organizada por los británicos. Sin embargo, estos esfuerzos fueron eclipsados casi en cada momento por sucesos que ocurrieron en otras partes del mundo. En África, fueron pasados por alto en su mayor parte, o fueron recibidos con escepticismo.
Esto no causa sorpresa alguna, considerando que el espectáculo estaba dirigido a públicos occidentales, no africanos. La presión de muy destacados militantes de la campaña condujo a la confusión: la idea absurda de que la pobreza pudiera ser eliminada de un solo golpe, la confusión entre la ayuda humanitaria y la ayuda para el desarrollo a largo plazo; la tendencia generalizada de agrupar la diversidad de países de África en una sola categoría y el retrato uniforme y desorientador de África como un continente enfermo, hambriento y mendicante.
Se alcanzaron compromisos importantes para incrementar la ayuda, un alivio de deuda selectivo y, hasta un punto más parcial y cuestionable, mejores condiciones para el comercio. Sin embargo, para que esto sea eficaz, tendrán que ser seguidos y vigilados muy de cerca en los próximos años. A largo plazo, el comercio, en el cual África tiene solo una quinta parte proporcional de sus acciones en las bolsas de valores del mundo, puede hacer más que cualquier volumen de ayuda. Hay límites para lo cual la ayuda puede lograr y eso crea sus propias distorsiones. Ya África ha recibido mucho más de esta ayuda, y cuenta con mucho menos desarrollo que cualquier otra región. Antes de decidir duplicar ese dinero, hubiera sido mucho más sensato decidir la mejor forma de usarlo.
Un resultado positivo fue estimular el debate sobre qué mas se requiere para generar crecimiento y crear empleos. Levantar las barreras al comercio regional sería un buen lugar para empezar. Quizás el acontecimiento más importante del año fue el inicio de las «revisiones de pares» regionales, las confesiones públicas voluntarias sobre el desempeño de los gobiernos, que deberían reforzar la confianza internacional. Frente a esto, ha habido señales que dejan perplejos de gobiernos africanos, cuando dan la espalda a las exhortaciones de sus socios occidentales sobre el manejo de sus políticas internas. Ejemplos recientes, en formas diferentes, han sido Etiopía, Uganda y Kenya.
Los países africanos necesitan por encima de todo ser capaces a responder a las demandas de sus ciudadanos más jóvenes y urbanos de manera creciente. Sus poblaciones casi se han duplicado en 25 años. Ante la ausencia de mejores perspectivas, la presión de la emigración -trágicamente ilustrada en septiembre, en las cercas que dividen los enclaves del Norte de África de España y Marruecos- es inexorable y está en peligro de volverse inmanejable. La integración del grueso de África en la economía global es una preocupación urgente no de África, sino de sus vecinos.
(Version: Iván Pérez Carrión)