Lo libidinal del dinero

Lo libidinal del dinero

El título de este artículo proviene de un viejo libro de Horst Kurnitzky, que muchos de nosotros leímos en la década de los años setenta del siglo pasado, y que yo siempre vuelvo a sacar de la estantería de mi biblioteca. Se llama “La estructura libidinal del dinero”, y lo recordé a propósito de ciertos juicios.

         El dinero es el vínculo de todos los vínculos, y ante su señorío estamos hoy rendidos todos los dominicanos. Pero es una vieja historia, la de las mil desgarraduras del dinero. Otras veces he hablado de Juno Moneta, la diosa romana del dinero, en cuyo templo se acuñaba la moneda; porque esa Diosa le dio al dinero la forma posible del deseo. “De su útil figura de siervo-decía Carlos Marx- en que sirve como medio de circulación, se alza en calidad de soberano”.  Y William Shakespeare lo llamó “alcahueta de hombres y pueblos”. Y lo dijo prendido a la naturaleza humana, preguntándole a los dioses mismos por el origen de su poder transformador : “Ay Dioses! ¿por qué esto/Este esclavo amarillo/ata y desata religiones/. Bendice al maldito/ honra al cano y al ladrón/a quien da jerarquía/ ante quien se hinca/y le da puesto en el senado/ él es quien a la viuda desahuciada/ brinda pretendientes/ y la embalsama y vuelve abril/ y disimula sus horribles llagas/ que harían vomitar a un hospital”.

Carlos   Marx había dicho que el dinero es el “Dios de las mercancías”, porque las representa a todas. Y al operar esta mediación se convierte en la fuerza verdaderamente creadora. La ilusión sobre su naturaleza descansa en la virtud de trocar la representación en realidad. Todo (o casi todo), en la vida social, está al alcance del valor de cambio del dinero. Mucho antes de Carlos Marx, Francisco de Quevedo, el gran poeta del  barroco conceptista español, le escribió unas letrillas irónicas, en las que el ser real queda sepultado por el parecer, como si el dinero transformara el mundo entero en una máscara:  “ ¿Quién hace al tuerto galán/ y prudente al sin consejo?/ ¿ Quién al avariento viejo/ le sirve de río Jordán/ ¿Quién hace de piedras pan/ sin ser el Dios verdadero/ ¿Quién los jueces con pasión/ sin ser ungüento/ hace humanos/ pues untándoles las manos/ los ablanda el corazón? / ¿Quién gasta su opilación/ con oro  y no con acero/ El dinero”.

               Ese efluvio permite que el dinero sea la coartada de las grandes pasiones. La corrupción de la sociedad dominicana tiene la cara libidinosa del dinero. Y no es que antes fuera de otra manera, es que hoy la estructura libidinal del dinero es casi una moral de época. Nada es moralmente pecaminoso en esta sociedad, ni siquiera el crimen,  si al final se justifica con el dinero. Esa  “ramera universal” es capaz de transformar las cosas en lo que no son, porque la fuerza divina del dinero radica en su propia esencia, y sus portadores se imaginan que lo que no pueden lograr con ideas, lo que no concitan con las condiciones particulares de su individualidad, pueden lograrlo por medio de la fuerza embriagadora del dinero. Esa prosapia mítica del dinero transforma los hombres y las mujeres, quienes muchas veces en el discurso abominan de él, pero en la práctica, la ambición y la usura (¡Oh, Dios, la usura, tan cara a Ezra Pound!) los gobiernan.

Me hubiera gustado continuar escribiendo sobre el tema de los partidos y la corrupción, como venía haciéndolo; pero las discusiones alrededor de las ideas con las cuales he trabajado  me han llevado a confirmar que ésta es una sociedad que vive “en o bajo el umbral de la conciencia”-como dije en mi artículo de la semana pasada- ; y a abordar este brevísimo rosario sobre lo libidinal del dinero, que es el ansia de cuantos turpenes pueblan esta tierra. 

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