Las exoneraciones y reducción de impuestos de los Gobiernos fueron (y son) la causa eficiente del veloz aumento del parque vehicular, el insoportable caos del tránsito, la infausta primacía de accidentes fatales y taponamientos viales que conllevan un monstruoso consuno de combustible y contaminación ambiental donde los ciudadanos se culpan mutuamente y atribuyen a la falta de educación el mayúsculo desorden en las vías.
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Lo peor es que la culpa no es de los Gobiernos dadivosos de exoneraciones, ni de los que quieren exhibir su riqueza con siete vehículos en una vivienda con tan solo cuatro habitantes, sino de la falta de rigidez gubernamental frente a los violadores de la ley y sin importar el número de agentes de tránsito, la tolerancia de una anarquía e irrespeto rampante, sin distribución racional de las vías y sin aplicación enérgica de sanciones como anulación de licencias, cárcel e incautación de vehículos sin importar el tamaño, apariencia, afiliación a sindicato o el tipo de empleo público o privado que quieran utilizar como pantalla para violar las leyes.