Lo mejor de lo viejo y lo mejor de lo nuevo

Lo mejor de lo viejo y lo mejor de lo nuevo

En la Barahona de mi juventud se hablaba de que la revolución rusa quería virar el mundo patas arriba, voltearlo todo, cuestionarlo y cambiarlo todo, a tal punto de que llamaba camaradas a todos los diplomáticos que acreditaba en los distintos países.
Los gobiernos no sabían a quién dirigirse cuando tenían que interactuar con la embajada rusa, puesto que como todos eran camaradas, la falta de jerarquía y categorías conducía al error. Ese intento de eliminación de las diferencias de clase, que pretendía igualar a todo el mundo, en todo lugar, en cualquier posición, hubo de ser corregido y se volvió a la nomenclatura tradicional.
En la escuela de artes manuales, que dirigía mi tío Carlos Lassis, había un letrero que llamaba la atención sobre la organización: “Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar”
Aunque es cierto que escoba nueva debe barrer bien, hay que tomar en cuenta que hay formas y formas, sobre cómo manejar cualquier relación, ya sea entre familiares, entre parejas, entre condiscípulos, entre correligionarios.
No basta con cumplir con requisitos y reglas preestablecidas. Las reglas, las leyes, los modos de ser y de hacer son el resultado de acciones humanas y los humanos, como no somos perfectos, debemos ser perfectibles y saber arroparnos hasta donde nos alcancen las sábanas.
Cuando Juan Bosch ganó las elecciones de 1962 habló de una aplanadora que provocaría un cambio radical en el manejo de las empresas públicas, la senadora por el Distrito Nacional, Thelma Frías de Montalvo, en acatamiento de esa orden, de esa directriz, llegó al complejo azucarero estatal y mientras caminaba entre las oficinas y los escritorios iba sustituyendo empleados y funcionarios, por uno de los miembros del grupo de compañeros que la acompañaban, por supuesto que esa política fracasó.
Nunca es sensato, inteligente ni aconsejable, llegar al Gobierno y sustituir a todos los empleados y funcionarios, salvo que se trate de la toma del poder por una revolución. Lo contrario conducirá a la comisión de tantos errores que resultará ciclópeo corregir los dolores de cabeza que se crearán.
Es cierto que errar es de humanos, pero también es cierto que rectificar es de gente inteligente, sabia, lo dice aquella profunda e inteligente observación sicológica según la cual: si se mete la pata y se saca a tiempo se queda bien.
Ello, no obstante, no borra el mal sabor, el desagrado, la desazón.
Realmente no sé quién acuñó la reveladora, profunda, inteligente y sabia reflexión que llama a juntar “lo mejor de lo nuevo con lo mejor de lo viejo”.
Ni lo nuevo es mejor que lo viejo ni lo viejo es mejor que lo nuevo, es en el equilibrio donde se cimenta la base del triunfo.

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