Lo mismo, peor

Lo mismo, peor

COSETTE ALVAREZ
Dice la prensa del pasado martes 24 de mayo que la secretaria de Educación anunció la distribución de tarjetas de débito con las cuales las beneficiarias, madres de escolares, dispondrán de trescientos pesos mensuales. Si mal no recuerdo, ese programa lo llevó a cabo Milagros, su antecesora, no con tarjetas, sino con cheques.

Podría escribir, por un lado, sobre la incongruencia de Milagros, que tanto criticó la oferta de los chequecitos en la campaña peledeísta del año 2000, para terminar ejecutándola, no hablemos del escándalo, engavetado, como todos los de este país, cuando se supo – y fue admitido, pero no castigado ni corregido por la vicepresidenta – que funcionarios de la Secretaría se embolsillaron los chequecitos.

También podría escribir sobre otro punto que tampoco resiste mucho análisis: cómo una persona tan sectaria como mi querida Alejandrina (ella no lo niega), entiende que puede, debe y quiere cancelar personal de esa secretaría por el simple hecho de que trabajaron con Milagros, pero puede adoptar un programa tan (justamente) criticado y tan “propincuo” para la corrupción, estrenado por Milagros. Todavía en el caso de que funcionara con la mejor de las transparencias, ¿no resultan más humillantes que otra cosa, esos trescientos pesos?

Yo daría parte de mi vida por saber cuál es el mecanismo que mueve la mente de los peledeístas, qué es lo que piensan de los demás, o si se convencieron de que los demás no existen. ¿Usted ha sentido en carne propia cómo tratan al ciudadano común los empleados públicos nombrados por el PLD? ¿Usted, de casualidad, ha presenciado cómo esos empleados tratan a sus compañeros de trabajo que, misteriosamente, han sobrevivido en sus puestos de trabajo? ¡Entre ellos mismos se ponen zancadillas!

Uno se siente extranjero en lo que creía su país, como arrimado en la casa de algún comesolo. ¡Les estorbamos! ¿No me lo creen? Díganme a santo de qué andaba un peledeísta ofreciendo tarjetas de débito de a quinientos pesos mensuales en un colmado. No les voy a preguntar por qué ese tipo, que no sé quién es y según él mismo admitió, mató a un parroquiano delante de los otros, porque le criticó, no sé si el programa de tarjetas como tal, o el hecho, realmente inexplicable, de que anduviera ofreciéndolas fuera de todo procedimiento institucional.

Aquí están pasando cosas muy raras. ¿Por qué mataron a Molinaza, encima, de esa manera? Pero, lo más intrigante de todo: ¿qué está ocurriendo en nuestros medios de información? ¿Por qué nunca terminamos de enterarnos de las historias? ¿Por qué las noticias sórdidas se cambian por otras? Por ejemplo, el lío del diácono acalló, parecería que para siempre, el de Boca de Yuma.

Si no fuera demasiada suspicacia, diría que se trata de un asunto de jerarquía. De hecho, la reacción de la autoridad suprema de la iglesia en el país fue muy diferente en cada uno de los casos. En uno, dijo que eso ocurría en todas partes, y en el otro pide llegar a las últimas consecuencias. Uno es un simple pecador, que con arrepentimiento, tiene. Si nos descuidamos, lo llevan a víctima de difamación. El otro es un delincuente.  No tengo nada que defenderle. Todo lo contrario: quiero la misma aplicación de justicia para los dos.

Sin con esto ni remotamente significar que estábamos bien antes, tengo la impresión de que nuestro mundo se ha puesto al revés desde que ganó el PLD. Nunca he disimulado el miedo que les tengo. Y creo que no estoy sola en esto. Hay quienes saben disimular, quienes lo intentan pero no les sale, y quienes ni se molestan.

No hay manera de recibir una sorpresa agradable. Yo escuché con mis oídos, mientras veía, atónita, con mis ojos, a un ejecutivo de un importante medio decir que no censuraría nada, pero que agradecería infinitamente que no se escribiera en contra del maldito metro, porque un pariente cercano ya había sido contratado y se ganaría unos cuartos largos. No se hicieron esperar los artículos a favor.

Ese mismo ejecutivo, que tiene una envidiable trayectoria de orgullos, de gallardía viril, por todo lo dicho y escrito, se ufanó recientemente de su silencio, del silencio que impuso a otros opinadores públicos, por cierto, de amplia lectoría. Según cuenta uno de los afectados, este ejecutivo llegó a avisar a los que consideró injuriados en el escrito vetado, a quienes no parece importarles mucho lo que se piense, se diga o se escriba de ellos. Eso, me resisto a creerlo. Tendría que pensar muy mal de esa persona, que goza de mi admiración, cariño y respeto.

En fin, que los empobrecidos del montón quisiéramos vivir sin convenciones, sin partidos, sin injerencias, sin atropellos de parte de los poderes del Estado. Queremos simplemente existir como los ciudadanos comunes que somos, sin el maltrato de empleados y funcionarios a quienes, por si se les olvida, les pagamos nosotros, con grandes dificultades y sin que se nos consulte ni se nos rindan cuentas.

No hay forma de hacer una propuesta a cualquier institución con la intención de solucionar un problema y, por supuesto, ser retribuido a cambio, que no aparezca a la brevedad la misma propuesta, de la misma institución, a ser ejecutada por otro. Es la manera más directa de decirnos a todos que no nos necesitan, que pueden gobernar sin nosotros, que estorbamos en nuestro propio Estado. Tampoco hay manera de que se nos pague si nos deben. De alguna manera nos reprochan que no hayamos “resuelto” en el gobierno anterior o nos insinúan que esperemos el próximo para “resolver”, no sabiendo que algunos no “resolveremos” nunca. No en ese tenor.

Aquí no ha habido un gobierno que sirva en muchos años. Los peledeístas no son peores, no en ese sentido. Donde lo dañan es en su incapacidad de esconder el desprecio que sienten por el pueblo, partiendo de que éste no sabe lo que le conviene (demostrado en todas las elecciones, incluyendo las que ellos ganaron), de que el mal comío no piensa, y demás pensamientos “profundos” expresados con una petulancia difícil de evaluar. ¡Comesolismo en acción!

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