Lo políticamente (in)correcto

Lo políticamente (in)correcto

Lo políticamente correcto se puso de moda en los 90 cuando los expertos en comunicación determinaron una forma de lenguaje que fuera lo suficientemente neutra y potable para todos los públicos.
Así, enseñaron a los patanes a parecer personas correctas y a los políticos a no perder votos al ofender inadvertidamente a nacionalidades, géneros o a minorías. El noble esfuerzo para no ofender a terceros también se pensaba que cambiaría el mundo, al cambiar el lenguaje.
Decir por ejemplo que una persona es tullida, dañada o invalida, además de ofender, victimizaba, etiquetaba negativamente y fomentaba la discriminación, tanto individualmente como socialmente. Uno de los esfuerzos más notorios para cambiar las cosas lo fue el lenguaje de género, que busca hacer visible la exclusión que el lenguaje imponía a las mujeres, por ejemplo, llamando “hombre” a la humanidad, o decir “horas-hombre” por decir horas-persona.
Al principio eso nuevo estándar fue aceptado por sus bondades y llegó a generalizarse. Se logró avanzar en muchos derechos al hacer visible con las palabras las omisiones o discriminaciones que el lenguaje ocultaba. Sin embargo, con el tiempo el éxito del lenguaje de lo políticamente correcto llegó a hacerse, además de incomodo, ridículo. En algunos círculos, por ejemplo, se quiso imponer el uso de la grafía “@” para significar que incluía hombre y mujeres, y era casi imposible hablar sin que alguien estuviera corrigiendo constantemente o sin que cayeran epítetos de intolerante, atrasado o discriminador al que se salía del nuevo orden lingüístico.
Además, lo políticamente correcto llegó a asociarse a la hipocresía. El público se hartó de tanto cuidado en el lenguaje que poco a poco fue dando paso a una nueva moda: “lo políticamente incorrecto” llegaba y se tomaba como gracioso. Los patanes, abusadores, “buleadores” pasaron de ser eso, a ser héroes de la sinceridad. A tales extremos que la ofensa y el descuido de las formas fue una nueva norma, aceptada e incluso aplaudida.
Esta nueva era de lo políticamente incorrecto llega en el momento en que las redes sociales quitan todos los filtros, aminoran los riesgos legales de difamación, y hacen posible la “viralización” de cualquier opinión que a fuerza de entenderse sincera se considere como legítima. Estamos en tal extremo que un mensaje es considerado valido, aunque no sea cierto ni verificable. Lo políticamente incorrecto está hermanado con la posverdad (eufemismo para que suene moderna la ancestral y deplorable mentira).
Hoy vivimos entre grupos que quieren limitar cualquier esfuerzo de debate, usando todavía el argumento de lo políticamente correcto para imponer no sólo agenda, si no contenido de la agenda; y la legión reaccionaria, que para enfrentar lo “políticamente correcto” se han vuelto necios malcriados que reivindican la sinceridad (aún entrañe confesiones gravísimas) y el desahogo emocional (aún esté contra de toda razón) como las nuevas normas de comunicación. Así, como dijo Al Gore en su libro, hemos llegado al final de la razón. Ha nacido la Era de lo políticamente incorrecto y tal como si viviéramos en la torre de babel, nada o casi nada podemos hacer en ella para entendernos.

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