De lo peor que le puede ocurrir a una persona o a una nación es manejarse con un concepto de identidad equivocado, alienado. Los marxistas utilizaron el término alienación para referirse a la desubicación mental respecto a la clase social que un individuo pertenece, adoptando una racionalidad errónea, el pensamiento, valores e intereses de la clase a la que no pertenecemos. Alienación significa locura, como el comportamiento que caracteriza a las personas que tienen una identidad equivocada y, consecuentemente, un proyecto de vida equívoco. Un blanco que se cree negro o viceversa, un dominicano que se cree europeo, suelen hacerse ajenos a su propia y real condición de ser y existir. Una persona se hace consciente de su identidad individual y colectiva mediante la interacción con otros individuos y comunidades. Es un darse cuenta de que somos seres diferenciados y separados, al mismo tiempo que descubrimos ser semejantes y estar ligados unos a otros. La identidad social, entonces, puede ser entendida como el conjunto de características de nuestra personalidad individual que nos hacen similares a otros (jamás idénticos), y compartir sus intereses y valores; que operan como mecanismos de conducta que sirven a la defensa del yo y del nosotros, al desarrollo de individuo y sociedad.
En mi reciente libro Esaú, refiero el caso del laureado escritor mexicano Fernando del Paso diciéndole a otro escritor: “Te escribo en la lengua que nos fue impuesta por los españoles”. Lo cual muestra que el “nos” (nosotros) al que él se refiere no está claro si es el mexicano o el azteca. Un síndrome que exhiben muchos dominicanos que maldicen a Colón y a los conquistadores, tratándolos como extraterrestres, considerando a los que fueron progenitores de nuestra raza como simples extraños; colocándose el escritor entre los nativos, cuando su realidad es que él es un producto de esas mezclas raciales y culturales. Por lo cual es equívoco (y racionalmente peligroso o inconducente) adoptar la identidad que no se tiene. Por más dolorosa que haya sido la historia de exterminio y explotación de nativos y esclavos, y de sumisión y pauperización en el presente; nada de eso nos hace aztecas, ni tainos, ni mapuches.
Toda identidad y toda existencia solo tienen sentido si se dirigen hacia los propósitos que enriquecen dicha existencia individual y colectiva, simultáneamente.
Hay por lo menos dos formas de identidad particularmente perversas o enajenantes: La individual que se realiza en contra de los demás, del colectivo. Y, a la inversa, la colectiva que absorbe, anula y disuelve la gran riqueza de la individualidad en un todo indiferenciado.
La busca de herencias ancestrales mediante la arqueología, la etnología y el folklorismo, si no son bien entendidas, pueden resultar en mayor confusión, en el “collage” de espejos rotos a que se refiere Borges. La identidad positiva debe referirse a futuro, a metas individuales y colectivas realizables. Lo que implica que el sentido de identidad debe ser funcional, operacional y estar referido a metas y propósitos alcanzables, observables y medibles.