Lo que cuesta tributar

Lo que cuesta tributar

MARIEN ARISTY CAPITAN
Cada mediodía, cuando ella sonaba, podía sentir cómo el olor del arroz con habichuelas y carne inundaba la cocina de tía Hilda. Aunque estuviéramos en el colegio, o en cualquier otro lugar, la sirena de los Bomberos no dejaba lugar a la duda: eran las doce del mediodía.

Hoy, aunque han pasado muchos años, cuando escucho una sirena, no puedo más que recordar los días en que viví en La Romana, donde aprendí que una sirena no siempre tiene el sonido de una tragedia. En los pueblos, al menos antes, así era.

Fue a principios de esta semana cuando supone que a veces la tragedia no viene de la mano de las sirenas sino a causa de su ausencia. Bien lo saben los habitantes de Los Solares de Villa Altagracia, que tuvieron que ver cómo tres niños morían bajo las llamas porque no pudieron sofocar un incendio. Aquel que, de no haber sido porque el camión de los Bomberos estaba dañado, pudo haber sido controlado.

Mientras aún no se terminaban de enfriar los cuerpos, el presidente Leonel Fernández anunciaba que comprará una flotilla de nueve aviones que costarán US$45 millones y sirven para entrenamiento, vigilancia y combate militar.

El anuncio fue hecho, paradójicamente, un día después de enterarnos de que la Dirección General de Impuestos Internos está estudiando las nuevas cargas impositivas que aplicará a los vehículos de motor.

¿Quieren saber cuánto recibirá el gobierno si aplica los impuestos tal como lo está pensando? Al menos RD$1,118 millones, 832 mil (sólo por concepto de los automóviles privados).

Esto sería porque gracias a los vehículos que fueron fabricados hasta el 1996, que son 441 mil 549 y deberán pagar RD$1,500, recibiría RD$662 millones, 323 mil,500; de los que van del 1997 al 2001, que son 97 mil,175 vehículos y pagarían RD$3 mil, recaudaría RD$291 millones, 525 mil; y de los del 2002 al 2006, que son 36 mil, 663 vehículos y que podrían pagar RD$4 mil 500, unos RD$164 millones ,983 mil,500.

Lo que nadie nos ha dicho es si nos harán un descuento especial a quienes estamos pagando el mayor de los impuestos de circulación: el de cubrir el desgaste que sufren nuestros carros cuando tenemos que recorrer las calles o los cráteres de la zona universitaria, la Lincoln…

Amén de lo eficaces que son para cobrar y lo mucho que les cuesta devolvernos algo de lo que pagamos, también es gracioso escuchar que el próximo año escolar introducirán en las aulas una materia que tendrá el nombre de «Educación tributaria» y busca enseñar a los niños a pagar los impuestos.

Al pensar en ello, y a pesar de que Juan Hernández dijo recientemente que el gobierno no podía bajar los impuestos porque se derrumbaría, se me ocurre decirle a las autoridades que el problema con los ciudadanos de este país no es que no sepamos pagar los impuestos: es que no queremos hacerlo.

Y si lo evitamos, haciendo de la evasión una fiesta más que una cultura, no es porque seamos sinvergüenzas sino porque nos indigna saber que el dinero recaudado se utiliza pagando la abultada y abusiva burocracia estatal, los exagerados viajes oficiales, los gastos y antojos de los funcionarios… todo, menos las necesidades del país.

Con esto no quiero justificar lo injustificable. Sé, porque es de rigor, que ningún país ha avanzado sin que sus ciudadanos se sacrifiquen y aporten una cuota de lo que producen. Tampoco, sin embargo, lo han logrado aquellos en los que la democracia o un Metro cuestan tanto o más dinero que el que se invierte en las principales áreas de desarrollo.

Para que nosotros cambiemos nuestra forma de pensar es necesario que la gente deje de morir porque falta un camión de Bomberos; que nos rindan verdaderas cuentas de las inversiones que se hacen con los presupuestos de las instituciones gubernamentales; que nos muestren sus nóminas y, sobre todo, que ellos también empiecen a tributar (sí, que digan adiós a esos incentivos que cubren o exceden lo que pagan de impuestos). Cuando ustedes cambien, en resumen, nosotros lo haremos también.

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