La tradición ha sido que el presidente lo puede casi todo. La población lo desea y espera en cuanto a sus necesidades de empleo, costo de la vida, seguridad y servicios públicos.
Hay otros asuntos que la población no valoraba tanto en el pasado, como la corrupción administrativa, responsable de grandísima parte del mal uso de los fondos públicos.
Otros presidentes tuvieron en sus mentes la idea de controlar determinadas formas de malversación de dineros del procomún, que no siempre contaban con la aprobación del presidente. No necesariamente por afanes de justicia del gobernante, sino probablemente porque esos fondos desviados, el presidente hubiera preferido usarlos a su manera, ya fuese con pulcritud o para propósitos no santos. Pero muchas veces los gobernantes carecen de la capacidad para controlar determinados males y solucionar ciertos problemas.
Pero la aspiración de mantenerse en el poder complica mucho las cosas. Se dificulta llamar la atención y poner orden a determinados colaboradores y subalternos comprometidos con la retención del poder político.
Pero otras muchas veces el problema consiste en que el gobernante no tiene a mano los mecanismos de control, ni los funcionarios con la inteligencia, la capacidad y la disposición moral y anímica de hacer las cosas en favor del bien común. Es muy frecuente también que el gobernante de turno no conozca su real poder para hacer que una orden suya se cumpla, y cree que en realidad hacer lo correcto, en muchos casos, le resultaría imposible. A veces es cuestión de falta de coraje, de decisión o fuerza moral en cuanto a comprometerse con una obra de gobierno que trascienda a la posteridad. Es común que los gobernantes estén demasiado agobiados por el presente, y muchos suelen olvidarse de sus familias, o desatender ciertos compromisos afectivos y sociales, que luego probablemente le pasaran factura en el futuro. Y no es raro que hasta se olviden de Dios y de muchas de las buenas cosas que les enseñaron sus padres.
Hay entre los funcionarios y gobernantes de todos los tiempos hombres temerosos de volver a ser civiles comunes el día después de bajar la escalinata.
Muchos hombres no saben vivir fuera de determinado roles y estatus, que no se conciben a sí mismos caminando por una calle cualquiera, siendo el vecino de otrora, saludando de puerta en puerta, disfrutando sonrisas y buen café humildes pero sinceros. El presidente Medina ha mostrado que disfruta de las gentes sencillas, que no le incomoda compartir con ellas. Pero la política dificulta ver más allá del poder y las redes clientelares. Los pueblos, sin embargo, siguen soñando con gobernantes que piensen verdaderamente en ellos. Danilo Medina no parece tener mucho que temer a lo que vendría después, y, de seguir con tanta popularidad como hasta ahora, tendría como ninguno de sus antecesores la oportunidad de hacer grandes cosas para su pueblo, lo que otros no pudieron o se atrevieron. Dios, la patria y su familia, las gentes humildes y la posteridad se lo tendrán en cuenta.