¡Lo que diga Leonel!

¡Lo que diga Leonel!

POR MANUEL E. GÓMEZ PIETERZ
El Presidente Leonel Fernández acaba de designar lo que él mismo ha llamado «Equipo de Gerencia de Crisis». La experimentada capacidad de sus integrantes, permite anticipar el óptimo desempeño de sus funciones y responsabilidades; sin embargo, aunque su eficiente gestión sea condición necesaria para la superación de lo que más que crisis total es tragedia nacional, en ningún modo es condición suficiente.

Que lo sea, dependerá del grado de autoridad incuestionable del Presidente vis a vis las demandas y expectativas de los dirigentes del propio partido y de sus aliados políticos. En esta descomunal –y sin precedentes– crisis nacional; la estructura partidaria pesa adversamente.

El once de septiembre 2001, por obra de la conspiración terrorista, se desplomaron en Nueva York las torres gemelas. Alguien perpetuó aquel momento como «Ground 0», «piso cero», significando destrucción total. Nosotros, tenemos en el 16 de agosto 2000, la arrancada de la conspiración política que nos arrastraría a nuestro «piso cero». Aquella fue la demolición total de una estructura física. La nuestra, la demolición y corrupción de todo nuestro ordenamiento social.

Ambas catástrofes tienen en común marcar el tiempo cero en la cronología del «antes» y el «después»»; de lo obsoleto y lo nuevo. Es el punto en que cambiar es condición necesaria sine qua non para seguir adelante y progresar. El próximo 16 de agosto cesan las funciones públicas del actual gobierno; no su letal activismo conspirativo cuyo malévolo designio es crearle al próximo gobierno un clima de ingobernabilidad. La superación de esta enorme, multiforme y profunda crisis, requiere una sustancial sumatoria de voluntades en apoyo del Presidente Fernández para potenciar su autoridad al máximo.

Los dirigentes de nuestra clase política y en general la ciudadanía consciente, deben comprender y aceptar que a partir de nuestro «piso cero», es decir, de esta gran crisis, se impone un giro radical en la forma de hacer política. Hoy, la tradicional es obsoleta. Cosa del pasado. Superar esta crisis exige la simple comprensión de esa realidad.

Es dinosaurio del pasado el dirigente del PLD que espera una designación en el tren gubernamental según el trillado patrón tradicional. Los cuadros dirigentes y activistas que resienten las decisiones de su Presidente en la estructuración del gobierno, menguan y lesionan su autoridad y apuestan por la permanencia de una crisis que en el corto plazo pone en peligro la paz social y en el largo amenaza la supervivencia misma de nuestra soberanía.

En este punto, es pertinente lo que podría parecer una digresión. Se trata de la fuente y legado del poder político, cuya nota más importante es a nuestro entender su carácter dinástico. Dinastía que nada tiene que ver con la filiación monárquica de sangre, y que se transmite de poderoso a su elegido. Aquí el concepto de poderoso se refiere a quien ha construido una estructura de poder fáctica y ordenada. Con anterioridad a los años 30 del pasado siglo, no hubo en términos políticos, poderosos en nuestro país. Trujillo fue el primer político auténticamente poderoso. Porque Independientemente de lo tiránico de su mandato, cimentó su poder en una estructura política sistemática y coherentemente organizada, aspectos de la cual aún subsisten en nuestros días. El mantuvo hasta su muerte el cetro del poder.

Muerto Trujillo, el cetro del poder quedó en manos del Doctor Balaguer, quien sabiamente lo ejerció hasta el año 1996. Porque aún en el interregno de ocho años de gobierno del PRD en el período 1978-1986, Balaguer fue el árbitro del poder tras el poder.  En 1996 no se celebró aquí un acto comicial habitual; no hubo negociación ni acuerdo alguno; sino una solemne transmisión de cetro del Doctor Balaguer a su elegido heredero político: Leonel Fernández Reyna. En virtud de ello, éste se insertaba en la línea dinástica del poder político en nuestro país.

La trascendencia y solemnidad de ese acontecimiento, no admitía el regateo de concesiones en cambio. Hacerlo, hubiera desnaturalizado su solemnidad y trascendencia. De ahí, la coherencia del «a cambio de nada» del Balaguer estadista. Que no comprendió su propio partido, y que por ello se encuentra hoy al borde de la disolución.

Estos antecedentes sitúan necesariamente al Presidente Fernández ante la crisis, con una voluntaria, irrenunciable y firme actitud de compromiso. Corresponde a la ciudadanía toda, cerrar filas con él, a fin de mantener en alto su prestigio y autoridad; conscientes de que en esta crisis acatar «lo que diga Leonel» tiene como alternativa única: la catástrofe y el caos.

«Lo que diga Leonel, o la catástrofe», debe ser en consecuencia el lema de la hora presente.

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