Lo que el muro se llevó

Lo que el muro se llevó

POR GRACIELA AZCÁRATE
Con la desaparición de la URSS y el fin de la Guerra Fría, se empezaron a sentir en profundidad y globalmente los efectos de aquel derrumbe.  El capitalismo de libre mercado avanzó sin ley ni medida. EE.UU. se convirtió, sin contrapeso, en la mayor potencia militar de la historia y en el plano de las ideas sólo hubo lugar para el pensamiento único. Más sutil y gradual pero implacable fue el cambio, aún en proceso, de valores y mentalidades.

Una generación quedó fuera de onda, en el limbo, y sin asidero excepto si aceptaba los nuevos valores que rendían culto al éxito, al dinero y al interés individual por encima del bien común.

Hace una semana Fundación Global celebró un seminario sobre Etica y Periodismo. El último día casi en el cierre José Miguel Bastenier a modo de síntesis dijo algo que me llamó la atención y que creo es la clave para comprender el cambio sufrido en los últimos quince años: “todo lo que cambió el mundo, las comunicaciones, la revolución digital no hubiera sido de esta manera si con la caída del muro de Berlín no se hubiera acabado la guerra fría y anulado al otro contendiente que hacía de contrapeso y de freno”. Es cierto, nada es igual desde que el bloque soviético cayó.

 Con la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989 el rumbo de la historia cambió para siempre.

Se da pocas veces en la historia la oportunidad de vivir un cambio histórico radical y ser totalmente consciente de ello. Eso fue el 9 de noviembre de 1989, cuando, con incredulidad y alegría, cientos de miles de alemanes comenzaron a pasar de un lado al otro del Muro sin ser detenidos por la guardia militar.

El Muro de Berlín, símbolo del feroz enfrentamiento que protagonizaron durante 40 años los Estados Unidos, capitalista, contra la Unión Soviética, socialista, había caído.

Era el fin de una época y se vivió con la esperanza, que después se supo fue desmedida, de que la desaparición de esta frontera divisoria entre dos sistemas irreconciliables traería al mundo estabilidad y paz, pero esa ilusión duró muy poco.

Hubo separaciones pacíficas como la de Checoslovaquia en la República Checa y Eslovaquia y uniones tranquilas como las dos Alemanias, hasta guerras nacionalistas, étnicas e interreligiosas como las libradas en la ex Yugoslavia.

El capitalismo de libre mercado avanzó sin ley ni medida. EE.UU. se convirtió, sin contrapeso, en la mayor potencia militar de la historia y en el plano de las ideas sólo hubo lugar para el pensamiento único. Más sutil y gradual pero no menos implacable fue el cambio, de valores y mentalidades.

Nada de todo esto imaginaron los 4 millones de alemanes que entre aquel jueves 9 y el domingo 12 de noviembre visitaron Alemania Occidental, de los cuales 20.000 no volvieron. Ni los que esperaban en las colas de los puestos fronterizos, como la de Helmstedt de casi 60 km, para pasar y recibir el regalo de 100 marcos que daba el gobierno de Alemania Federal.

Querían huir de la opresión del régimen y arrojarse en los negocios de frutas tropicales, ropa deportiva y electrodomésticos.

Para los alemanes orientales el sentimiento era que su país los asfixiaba. Los asfixiaba el Estado policíaco, la opresión política y las escasas oportunidades individuales. En 40 años, 1065 personas habían muerto, al intentar saltar el Muro de Berlín.

Para el bloque socialista significó una ruptura radical con el pasado de economía planificada sin propiedad privada; con un Estado sobreprotector que les exigía ser ateos y restringía la circulación de personas; le daba pleno empleo y el consumo reducido a lo necesario. El resto de los países socialistas como China, Vietnam, Corea del Norte y Cuba también sufrieron el impacto. Los dos últimos quedaron aislados. China y Vietnam mantuvieron su sistema político pero reestructuraron la economía, hecho que significó la muerte del socialismo tal como se había dado hasta entonces.

El nuevo proyecto imperial de EE.UU. incluía el control de las zonas de influencia que la URSS, tras su colapso, había dejado vacante.

Las guerras de Kosovo en 1999, Afganistán en 2001 e Irak en 2003 posibilitaron la instalación de bases militares norteamericanas en esas zonas. Los atentados del 11 de setiembre devolvieron a EE.UU. el enemigo que necesitaba para dar un nuevo significado a sus guerras y desarrollar el proyecto.

La mayor crisis se da en el campo de las ideas de izquierda. Se produjo un vacío discursivo y una parálisis teórica. La confianza en la capacidad humana para apropiarse de su historia y modificarla colectivamente cayó en el descrédito. La imagen que el hombre tenía de sí mismo empezó a transformarse. Cayó en desuso el compromiso político al estilo de Jean Paul Sartre. Una generación quedó fuera de onda excepto si aceptaba los nuevos valores que rendían culto al éxito, al dinero y al interés individual por encima del bien común.

Las transformaciones sociales fueron drásticas. “En pocos años la brecha entre ricos y pobres se amplió a nivel mundial. El sida arrasa en Africa. El desempleo y la crisis del sistema jubilatorio acechan en el Norte opulento y el Sur pobre. Miles de hambrientos vagan en barcos por el Mediterráneo o mueren en las playas españolas buscando un mundo mejor. Apareció Internet y su paraíso libertario de conexión universal pero también se multiplicaron las mafias que trafican personas, drogas y órganos humanos”.

Quince años después de la caída del Muro, la transformación de valores da cabida a conceptos nuevos como el de “guerra preventiva” y otros de gran significación en el pasado como soberanía, pacifismo, tolerancia están en declinación y huelen a viejo.

“LO QUE FRACASÓ FUE EL MODELO SOVIÉTICO”

La justicia social y la libertad no pueden ser alternativas, por eso fracasaron los regímenes comunistas, afirma Gregor Gysi, abogado y uno de los pocos alemanes del Este que es tratado de igual a igual por los occidentales.

Hijo de un ministro y embajador de la ex República Democrática Alemana (RDA), Gysi fue formado en la élite del sistema comunista pero defendió en los tribunales a disidentes como Bärbel Bohley. Después de la caída del Muro, organizó la transformación del partido único de la RDA en el Partido del Socialismo Democrático (PDS). Ya no tiene cargos políticos, pero sigue siendo la figura más importante y carismática del PDS, que cosecha alrededor de 20% del voto en el este alemán.

P: ¿En el 89 se hubiera podido reformar la RDA?

R: Había muchos grupos que trabajaban en ese sentido, sobre todo desde que Gorbachov realizaba un papel clave en la URSS. Con la apertura del Muro y la invasión de intereses occidentales en la RDA se terminó todo. Se podría haber hecho una reunificación mejor, más lenta, pero dos Alemanias capitalistas no tenían sentido.

P: ¿La apertura de la frontera fue el factor decisivo?

R: No, lo decisivo fue el fracaso del modelo soviético del socialismo, en lo político, económico y moral.

P: ¿La RDA y el bloque soviético estaban condenados?

R: Tal vez habría habido una posibilidad si en los 50, cuando se celebraba el XX Congreso del PC de la URSS se hubiera roto con las estructuras del estalinismo, pero no se hizo el intento.

P: ¿Por qué fracasó el comunismo?

R: Todos estos países socialistas querían “des-individualizar” a las personas. La izquierda dogmática no intentó buscar igualdad de oportunidades para la gente sino hacer a la gente igual. Tener que usar todos traje al estilo Mao, el mismo gusto. Pero el hombre es individuo, además de ser social. La política debe buscar una sociedad en la que sea posible el mayor grado de individualismo sin que se pierda la responsabilidad y la comunicación social.

P: ¿Esperaban que en sólo un año desapareciera la RDA?

R: La mayoría quería la anexión porque pensaba que iba a seguir perteneciendo a la élite. Los problemas mentales del este hoy tienen que ver con eso, con que hubo una sustitución de élites.

P: ¿Qué papel juega el PDS?

R: Sirve para mantener la idea socialista, porque la idea de una sociedad socialmente justa no puede morir por el fracaso de un ejemplo. El cristianismo también fracasó en su momento.

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