Lo que esperan las comunidades

Lo que esperan las comunidades

POR DOMINGO ABRÉU COLLADO 
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Esperando los beneficios del preconizado ecoturismo en las áreas protegidas muchos niños se hicieron jóvenes, los jóvenes se hicieron adultos, los adultos se hicieron ancianos, y los ancianos murieron esperando por esos beneficios. Por suerte (para las áreas protegidas), la idea de la conservación es lo suficientemente sana y suficientemente lógica para calar en la mentalidad de los niños y los jóvenes. Por eso se conservan las zonas naturales todavía. Pero la mayoría de esos jóvenes están emigrando a las ciudades, desesperados por la presión económica y porque la prosperidad que habría de llegar con el ecoturismo todavía tarda.

Otro aspecto es el de las instalaciones que se han construido en algunos parques para el manejo del ecoturismo. Tengo una imagen que de por vida me ha de torturar, y que retoma y redefine sus colores y contorno cada vez que oigo alguna gente hablar de las “facilidades” instaladas en algunos parques nacionales antes del 2000, cuando todavía no se habían construido las instalaciones del Hoyo de Pelempito (Parque Sierra de Bahoruco), Cueva de las Maravillas, Valle de Lilís (Parque Armando Bermúdez), Cuevas del Pomier y Pico Diego de Ocampo.

Esa imagen se me repitió ominosamente otras dos veces en el mismo lugar, y se me ha quedado de por vida, para mi mal o como acicate para seguir insistiendo en dotar de servicios reales a las áreas protegidas.

Una de las agencias alemanas de turismo en zonas naturales, la agencia Hauser, tuvo interés en la República Dominicana de enviar grupos de turistas de Europa a realizar “trekking”, es decir, caminatas de varios días en montañas. Esa agencia envía grupos a todo el mundo, incluyendo Nepal, África, Ecuador… a todo el mundo, y había sido trabajada por un grupo privado para enviar grupos a Dominicana. Para verificar la calidad del producto ecoturístico dominicano vinieron al país dos de los propietarios, una pareja muy interesante, porque no son gente de escritorios sino que se mueven a pie por las rutas que luego ofrecen a sus clientes.

Yo debí guiarles desde Padre Las Casas hasta Mata Grande, atravesando los parques Armando Bermúdez y José del C. Ramírez. Ellos estaban encantados con la vegetación, el esfuerzo, la temperatura, los ríos y otros aspectos del parque, pero me reprochaban la falta de servicios sanitarios, inexistentes en amplias zonas de ambos parques. Pero cuando debimos acampar en La Compartición, el reproche se transformó en angustia al ver la caseta (una especie de galpón para aperos de labranza) y la cocina, donde no cabía más suciedad y descuido. Pero cuando intentaron usar las letrinas la angustia evolucionó hacia el espanto, era como si los hubiera guíado hasta una trampa donde la mugre y la mierda campeaban amenazantes y mortales por sus fueros.

“No Domingo, no –me decían-, imposible mandar nuestra gente acá. Es muy riesgoso”. Para gente que exponía su humanidad a decenas de grados bajo cero en Nepal, a deshielos repentinos en el Ártico, y a fieras temibles en África, la presencia de la suciedad les resultaba más peligrosa todavía para la gente que aspiraba a conocer la República Dominicana caminando sus áreas protegidas. Otra representación alemana y una suiza que tuve que guiar en la misma zona picoduartiana terminaron por convencerme de que aquellas ideas de reproducir la pobreza dentro de los parques en forma de letrinas, fogones y basureros no tenían nada que ver con el ecoturismo, mucho menos con el que esperan practicar los europeos, a quienes no les llama para nada la atención la miseria, y mucho menos la consideran algo folclórico que merezca la pena ver.

Aquella otra versión sobre el uso de los materiales del entorno, mejor conocida como “tecnología apropiada”, en esos momentos se me hizo tan deleznable como los mismos materiales, baratos pero de poca vida y menos seguridad, más parecidos a los utilizados por los grupos arcaicos, que a tantos años de su existencia nos parecen tan simpáticos y hasta acogedores, pero que para nuestras necesidades y las de los visitantes no resultan del comfort que se espera junto a la naturaleza, aun fuera en estado salvaje.

Esas condiciones de las áreas protegidas no auguran beneficio alguno para las comunidades, donde se espera ansiosamente al desarrollo, pues si no habrá ecoturistas tampoco habrá trabajo, como si no hay quien sepa hacer el trabajo, tampoco habrá visitantes satisfechos. (Creo que necesitaré un número 4 para terminar la idea y el concepto).

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