Hace unos años, en una entrevista a Quino, el creador de Mafalda, le preguntaron qué sería hoy día de esa deslenguada y lúcida nenita que encarnó los sueños de toda una generación y con profunda tristeza contestó que sería una desaparecida.
Los setenta se convirtieron en otro ícono, una seña de identidad para los argentinos que vivieron aquellos años de plomo de la guerrilla y el terrorismo de Estado. No sólo eran famosos por el tango, Gardel, los asados, Evita, El Che y Maradona. Laslocas de Plaza de Mayo y los 30.000 desaparecidos se convirtieron en un ícono siniestro de ese país al cual Witold Gombrowics, el dramaturgo polaco exiliado en Argentina en 1939, describió como una bandada gris de conformistas sin identidad, mediocres y sobre todo cobardes.
Mafalda, Susanita, Felipe, Manolito, representaban esa clase media salida de la postguerra con unos hijos hipies, que querían la paz, promovían el poder de la flor, estaban contra Vietnam y las mujeres vestían minifaldas cortísimas y desaforadas mientras Susanita hace muchísimos años encarnaba una niña regordeta de apellido Chirusi que había nacido el 6 de junio de 1965. La sentimental amiga de Mafalda, vociferaba desde una tira cómica: no quiero recibirme ni de arquitecta ni de abogada. Quiero recibirme de mujer.
Dos periodistas argentinas, Claudia Acuña y Sylvina Walger, escribieron una biografía no autorizada de Susana Giménez, publicada por Grupo Editorial Planeta donde desmenuzan paso a paso el nacimiento de un mito más de la Argentina pero sobre todo hacen la radiografía de un sistema y la fábula cruel de una mujer que de Susanita terminó encarnando la patria menenista.
El lunes 29 de enero de 1945 de una Argentina todavía preindustrial, en la que el peronismo recién comenzaba a asomar y recién salida de la Segunda Guerra Mundial, nacía una beba preciosa, cuyos padres Luisa Sanders y Augusto Giménez Aubert inscribieron con un típico nombre de la clase media de entonces: María Susana. Más tarde en medio del glamour, los billetes y la fama, al evocar sus días de Cenicienta la Su dijo: Me educaron para ser una estúpida. Una chica que podía hablar un poco de todo, pero que no podía valerse por sí misma.
Era sin duda una diosa de minifalda, pestañas postizas y un símbolo que logró sintetizar toda la conmoción del cambio en una sola palabra: shock. Ese fue el abracadabra que expuso a Susana Giménez públicamente. Tenía veinticuatro años, cargaba con un divorcio, una hija y el desafío de inventarse un futuro sin ayuda ni preparación.
En mayo de l969 la probaron para un aviso de jabón. Los impactó y convenció a todos con ese gritito agudo e histérico, que se correspondía con el nombre del nuevo jabón: Cadum. El imaginario masculino le pedía a los gritos: Haceme shock.
Susana era al principio el producto de las revistas del corazón, una chica de tapa, sexy y provocadora. Después una vedette sabrosa, La Mary de Monzón, la veterana de Darín, la mujer del año,la reina de los sorteos, la diva de los ceniceros voladores, la novia de Hard Comunication y para cerrar, la señora del fraude menenista.
Durante treinta años fue la vida del espectáculo argentino interpretando una larga lista de personajes, todos exitosos, mientras desgranaban los chimentos de su última miseria sentimental. Entretanto la rubia tonta se dedicaba a la verdadera faena del show bussiness y su segundo esposo legal, Huberto Roviralta descubrió que la boba había logrado acumular un patrimonio de cien millones de dólares, sin manager, asesores ni intermediarios. No heredó de sus maridos ni fortuna, ni negocios, ni talentos. Ella sola, saltando de la pasarela al teatro de revistas, del cine a la comedia musical, de la publicidad a la tevé, fue tejiendo peso a peso su capital en un mundo difícil. Susana es la gerente general de su propia empresa y es la prueba suficiente para echar por la borda a la fábula de la Rubia Boba. Tiene un contrato exclusivo con sus anunciantes a los que mima y cuida más que a sus propios nietos. Tiene como mano derecha a su hija Mercedes y como mano izquierda a su yerno, Eduardo Velazco y a nadie más. El secreto mejor guardado de toda su historia pública es que el único motor capaz de propulsar a alguien hasta esas alturas es la ambición desatada.
Fama, dinero y ambición . Creció en una familia preocupada por las formas y el qué dirán. Maquillaban la infelicidad con esmerado estilo. Disimulaban las aventuras de papá con exquisitos modales. Puertas adentro, el hogar era un caldero de reproches.
Allí encontró Susana el modelo de hombre que la perseguiría hasta hoy. Todos sus hombres, desde su primer marido y hasta su novio último modelo, encarnaron algo de aquel seductor, calculador e inalcanzable papá. Todos menos uno: Carlos Monzón. Monzón era la contracara de aquel galán, el territorio de lo prohibido y del pecado. Susana claudicó como también la Argentina ante la misma tentación. Pasión y violencia fue el menú de los 70 ante el que el país y Susana se abalanzaron.
Con su primer marido se casó embarazada, conoció el desamor e interpretó una Susana en minifalda, el pelo revuelto, las pestañas postizas, gritando shock. Con Monzón, Susana se convirtió en una mujer orgásmica y golpeada. Si ella hubiese hablado, sino hubiese disimulado los moretones con excusas y maquillaje, quizá otro sería el destino de Alicia Muñiz (la modelo asesinada por carlos Monzón), incluso, el de Carlos Monzón. Pero esos no eran tiempos de denuncias, sino de silencios. De represiones.
El peor momento de la carrera de Susana coincidió con el peor de la Argentina. Durante el llamado Proceso ella se emplumó, soportó los malos chistes de Olmedo y Porcel, al lado de Moria Casán y por primera vez estaba gorda y decadente. Pero el joven pícaro y audaz de Ricardo Darín la devolvió a la primera plana de los diarios y al primer lugar de las fantasías femeninas donde una mujer se daba el lujo de lucir en público a un hombre nucho más joven. Rejuveneció y renació la primera actriz de la comedia musical porteña como una muñeca de torta, blanca y radiante, hasta convertirse en la Barbie de la nueva democracia. Darín fue el primer liffting de Susana. Todos los hombres engañaron a Susana y Susana los engañó a todos, menos a Monzón. Todos los hombres usaron a Susana y Susana usó a todos. Quizá por eso convirtió a Huberto Roviralta en marido oficial, una elección que tranquilizó al canal privado que la había contratado en forma exclusiva y millonaria. La ficción que conformó tanto a televidentes como a anunciantes duró diez años.
Ella, mientras tanto, se fue transformando en lo que es. Una máscara. Colágeno en los labios, peluca, infiltraciones en los pómulos, liposucciones, hilos de oro en el metón, siliconas. La Reina de las Avispas de la república menemista.
Los anunciantes comenzaron a notar que esa lucha contra los años y los kilos estrechaban más sus lazos con la audiencia. Las mujeres también estaban prisioneras de esas mismas fantasías que ella convertía en realidad en la pantalla, la de ser siempre jóvenes, ser siempre flacas. Cada día de la semana, a las ocho en punto de la noche, discaba su teléfono y regalaba mil dólares por enviar un sobre con la estampilla tal, mil más por colocar dentro del sobre la marca cual y cinco mil por dar vuelta cualquier cuadradito de cartón. Si el cuadradito no era cualquiera, la cifra podía llegar al millón, pero esa era la excepción. La regla es que Susana decía Hola y alguien recibía una ayuda que lo alejaba de la cornisa de la desesperación. Diez años repartiendo sueños hasta que las cosas empezaron a resultar mal cuando entró en escena el ex montonero Rodolfo Galimberti, convertido en socio en una empresa de seguridad. Susana era una joya codiciada por toda la industria televisiva que se cotizaba en diez millones de dólares de ganancias al mes. Galimberti bautizó la operación Pinchar a la Gorda, y mandó a Jorge Corcho Rodríguez, quien comenzó a rodearla de rosas, halagos y Mercedes Benz para hincarle el diente al negocio millonario de la rubia tonta. De vendedor de limones a hombre de negocios, como le gusta que lo llamen, Jorge Corcho Rodríguez transitó varias profesiones hasta hacerse millonario, vivir en la avenida del Libertador, vacacionar en Punta del Este y conquistar a la Su. En su mundo de negocios contó con la particularidad de unir en una compañía Hard Communication al magnate Jorge Born y al ex montonero devenido en capitalista Rodolfo Galimberti.
El hoy empresario conoció la fama en julio de 1998, cuando las cámaras lo mostraron del brazo de Susana en Puerto Madero; ella acababa de separarse, escándalo mediante, de Huberto Roviralta. Rodríguez había conocido a la diva como impulsor del concurso televisivo Su llamado, donde a través de un 0 600 los televidentes llamaban y Hard Communication facturaba. Por ley, un porcentaje debía ser destinado a una entidad benéfica: el negocio terminó de cerrar con el mediático padre Grassi y su Fundación Felices los Niños, pero la sociedad terminó con una denuncia presentada por el cura, un juicio y un arreglo extrajudicial en beneficio del religioso, hoy procesado por abuso sexual de menores. En 2001, el productor Diego Amaya inició una causa judicial a la empresa Shock Entertaiment de Rodríguez por la propiedad intelectual del juego La vuelta al mundo, que también se exhibía en el programa de Susana. Hace meses, fue nuevamente demandado, por dos millones de pesos por plagio y estafa por La ruleta millonaria que también se emitía en el programa de su pareja. Desde vísperas de Navidad, Corcho está a la espera de recuperar a su padre de 74 años, secuestrado en un claro ajuste de cuentas entre mafiosos. Los nuevos dueños de la Argentina tironeaban de canales de cable, acciones de telefonía, directorios de diarios y dictámenes de la Corte Suprema,invirtiendo fortunas en lobbies y tráfico de influencias. Susana se convirtió en el centro de un tiroteo de ofertas cruzadas, eligió, como siempre, la opción más conservadora. Se quedó en Telefé y se preparó para iniciar una nueva temporada con su danza de los millones. Pero apareció el sacerdote Grassi, la denuncia sobre el destino del dinero de una colecta para chicos carenciados, la sospecha de fraude, la caída de audiencia, el principio del fin de su poder más misterioso y supremo: la credibilidad. La Rubia Boba, por primera vez en treinta años falló. Ella es una suma de todas las Susanitas. Todas, alguna vez, pensamos que cada camino que ella recorrió era una opción y cada retazo de su vida que mostró, un modelo a seguir o a repudiar. Lo que admiramos, pero también lo que tememos forma parte de este mito. Sus aciertos, pero también sus errores construyeron ese espejo en donde se reflejan todos los sueños y pesadillas del inconsciente femenino.
Al cabo de más de treinta años uno imagina a donde fue a parar Susanita
Quino nunca dijo en qué pudo haberse convertido esa nena que quería casarse y tener muchos hijitos.
Imagino ahora su respuesta. Se recibió de conductora de tevé.Fue famosa.Y hoy, como toda la Argentina, es una desocupada sin prestigio.